Tal y como recordó Juan Pablo II, no tratándose de una cuestión de fe, la Iglesia catolica carece de competencia para determinar si son reliquias auténticas de Jesucristo, sino que es la ciencia la que ha de investigarlo. Y por el momento, lo está haciendo.
Es posiblemente la reliquia que ha conseguido un respaldo mayor de la ciencia. «Quien diga que no es el cáliz de la Última Cena se las vería negras para demostrarlo, porque ya no hay discusión: arqueológicamente pudo estar perfectamente en la mesa de la Última Cena», asegura Jorge Manuel Domínguez, vicepresidente del Centro Español de Sindonología (CES), asociación de carácter civil que ha fomentado la investigación para desvelar «los múltiples interrogantes» que plantean las reliquias históricas.
El Santo Grial que se conserva en la catedral de Valencia se compone de tres piezas, de las cuales sólo la superior sería la datada en el tiempo de Jesucristo. Es una copa de ágata pulida con mirra para hacerla impermeable y conseguir que perdurara durante generaciones. Existen otras dos similares y de la misma época conservadas en el Museo Británico. Se sabe que era el cáliz que usaban los Papas en los primeros siglos del cristianismo, y que san Lorenzo lo ocultó en Huesca hasta que, durante la invasión musulmana, se escondió en el monte Pano, donde más tarde se fundaría el monasterio de San Juan de la Peña. Allí la presencia del Santo Cáliz está ya documentada.
«Es una tela sucia, manchada y arrugada. A simple vista, nadie la llevaría a una catedral. Pero si está en un templo, será por algo», explica en tono de humor Domínguez. Lo primero que señala el vicepresidente del CES es que el sudario no es la Sábana Santa, como muchos piensan: «Es un pañuelo que se ponía en la cabeza a los ajusticiados en la cruz, era obligatorio entre los hebreos si el rostro estaba deformado. Así se evitaba que el líquido del edema pulmonar saliera por la nariz. Además, el sudario tiene mirra y aloe, que es una costumbre funeraria judía», explica. El Evangelio hace una correcta distinción entre el sudario que cubre la cabeza y el lienzo que envuelve el cuerpo.
El CES ha trabajado con el Instituto Nacional de Toxicología, la cátedra de Medicina Legal de Valencia y la de la Universidad Complutense. Y las manchas, según los forenses, desvelan muchas cosas: sintéticamente, el sudario refleja a una persona que murió con los brazos extendidos y en posición vertical, a la que posteriormente se traslado hasta colocarla en decúbito supino. «Por tanto, concluye el vicepresidente del CES, nos indica algo compatible con lo que ya se pensaba: la historia de Jesucristo».
Además, sus sorprendentes coincidencias con la Síndone de Turín refuerzan su veracidad «mucho más allá de lo que sería casualidad». De hecho, los experimentos realizados en la universidad Complutense han permitido elaborar una pormenorizada teoría.
La primera referencia documental de la Santa Cruz se tiene en el año 347, mencionada por san Cirilo de Jerusalén. Se sabe que fue encontrada durante los trabajos de construcción de la Basílica del Santo Sepulcro; por tanto la reliquia fue hallada entre los años 325 y 345.
Después, fue transportada desde Jerusalén hasta Roma por santa Elena, madre del emperador Constantino, donde se dividió en varias partes. Una de ellas se conserva en el monasterio de santo Toribio de Liébana (Cantabria) al menos desde el año 1316. Es el mayor trozo que se conserva en la actualidad en España, seguido del de Caravaca, en Murcia, destruido en parte durante la Guerra Civil.