(Fernando Goitia/XLSemanal) Si algo define al tercer fichaje más caro de la historia del fútbol es su extrema religiosidad. Miembro de un turbio culto evangélico brasileño, la Iglesia Renacer en Cristo, que exige de sus fieles el diez por ciento de sus ingresos, Kaká venció toda su vida a la tentación con el objetivo de llegar virgen y puro al matrimonio. El jugador asegura que tanto él como su mujer, Caroline Celico, acordaron no mantener relaciones sexuales sin la bendición divina. Claro que cuando se conocieron, en 2002, ella tenía 15 años y él 19 y que la boda se celebró en cuanto ella cumplió los 18. Además, el jugador ha asegurado en repetidas ocasiones su intención de convertirse en pastor evangélico cuando cuelgue las botas. «Estoy agradecido por todo lo que tengo –confiesa–. Si algún día puedo transmitir toda mi experiencia con Dios a otros, cuidar de mi rebaño, será un placer». Kaká dedica sus goles al Señor elevando sus brazos al cielo y protagoniza devotas escenas que lo han convertido en el mejor hombre anuncio de su fe. Es difícil olvidar la imagen del brasileño arrodillado en el Olímpico de Atenas, agradeciendo la conquista de la Champions League, y ataviado con una camiseta en la que se leía: «I belong to Jesus» (Pertenezco a Jesús). Una prenda que regalaría al presidente brasileño, Lula da Silva. Con semejantes credenciales, Ricardo Izecson dos Santos Leite, Ricky o Kaká para los amigos, nacido en el seno de una familia de clase media de Brasilia hace 27 años, se ha erigido en antítesis de varios tópicos que rodean al fútbol actual. El primero de todos, el del crack egomaniaco y amigo de los focos, ejemplificado en su nuevo compañero de equipo, Cristiano Ronaldo. El segundo, asociado al brasileño individualista y amante de la parranda, cuyos representantes destacados son Robinho, Ronaldinho, Ronaldo, Romario, etc… Y un tercero que señala a la favela como origen de la gran masa de futbolistas que han hecho de Brasil la superpotencia del balompié mundial. Una infancia cómoda y accidentada Kaká no fue rescatado de la pobreza por el fútbol. Nunca le faltaron comodidades gracias a los ingresos de su padre, un ingeniero civil y evangélico, que hoy ejerce como representante del mayor de sus dos hijos (el pequeño, Rodrigo Digão, es defensa del Milán). Cuando comenzó a jugar con el primer equipo del São Paulo –club al que ingresó con ocho años–, era tal la distancia social con sus compañeros que el resto de la plantilla le adjudicó el apodo de El Príncipe; su carácter bondadoso y su apariencia inocente hicieron el resto. Cinco años antes, al cumplir los 12, el joven se había unido al rebaño de la Renacer en Cristo por propia voluntad, ya que la fe de sus padres considera que el bautismo es una decisión voluntaria y consciente de seguir a Jesús. Su privilegiada infancia, sin embargo, no libró a Kaká de momentos difíciles. Con 18 años estuvo a punto de dejar el fútbol por toda la eternidad tras golpearse la cabeza con el fondo de una piscina y fracturarse una vértebra, una lesión que pudo haberlo dejado parapléjico. Lejos de autocompadecerse, su recuperación se convirtió en ejemplo de superación y, de paso, en todo un refuerzo de su fe. «Me rompí la sexta vértebra, pero vi la mano de Dios», recuerda. Kaká escribió una lista de objetivos vitales: regresar a los terrenos de juego, firmar un contrato profesional, jugar con la selección, fichar por un club europeo importante y ganar un mundial. Para muchos sonaba a utopía, una década después, sin embargo, todos sus sueños se han hecho realidad. De postre, además, fue coronado como mejor jugador de 2007, un reconocimiento cuya conquista Kaká atribuyó, cómo no, a Dios. Los expertos, sin embargo, discrepan y lo asocian, más bien, a su habilidad, elegancia, equilibrio y velocidad en el manejo del balón; a la precisión de sus pases de gol y a su efectividad de cara a la portería. Al contrario que muchos otros cracks, a quienes los laureles y la adulación les hicieron perder el norte –léase, Ronaldinho Gaúcho–, el caso de Kaká, tamizado in eternum por su religiosidad, aporta una madurez casi inédita en el mundo del fútbol. «Mi serenidad no depende de un premio o de un título –declara–. La Biblia dice que la vida da más de lo que pedimos, y a mí me ha ocurrido. No existe un gran jugador sin un gran equipo. Si yo lo hago bien, se lo debo a mis compañeros, que me permiten rendir al máximo.» Lejos de conformarse, Kaká asegura que todavía le queda mucho por conquistar. «Me siento realizado profesionalmente, pero nunca me quedo satisfecho. Quiero ganar otra vez todo lo que ya he ganado hasta hoy». Una declaración que satisfará a los seguidores de su nuevo club. Estrecha relación con los Hernandes, líderes de su congregación Recién cumplidos los 28, Kaká, que fue papá hace un año por primera vez (su hijo se llama Lucas, nombre bíblico, por supuesto), sigue fiel a sus principios y a sus seres queridos, incluyendo a los líderes de su congregación: el apóstol Estevam Hernandes y su esposa, la «obispa» Sonia. Los fundadores de la Renacer en Cristo, el segundo mayor culto del pujante evangelismo brasileño, llevan años bajo la lupa de la justicia, acusados de diversos delitos contra la hacienda pública. En 2007, el apóstol y la «obispa» fueron detenidos en EEUU al intentar introducir 56.400 dólares sin declarar en la tierra del tío Sam. El cuerpo del delito viajaba repartido entre una bolsa, una Biblia, un porta-CD y una maleta. La pareja pasó cinco meses en una prisión federal por cargos de conspiración y contrabando de dinero. Como remate, el pasado enero, el matrimonio regresó a la palestra cuando el techo de su templo principal, en São Paulo, se desplomó en pleno culto matando a nueve personas y causando más de cien heridos. Las investigaciones apuntan a fallos estructurales en el edificio, aunque nadie ha sido responsabilizado todavía por la tragedia. Kaká, afirma, no alberga dudas sobre la «honestidad e integridad» de los cabecillas de su credo, con quienes mantiene un fuerte vínculo. «Nací en un hogar evangélico y vivo en la Iglesia Renacer desde los 12 años –asegura el jugador–. Tengo una relación muy cercana con ellos. La justicia decidirá lo que tenga que decidir, pero son personas a las que quiero mucho y no las abandonaré.» Como prueba de su fidelidad, al poco de la detención de sus pastores, Kaká encabezó la XVI Marcha por Jesús, una manifestación que el año pasado congregó a cinco millones de evangélicos en las calles de São Paulo. El futbolista, que visita con frecuencia la mansión de los Hernandes en la capital paulista, contrajo matrimonio en 2005 –en el templo siniestrado, precisamente–, en una ceremonia oficiada por la mesiánica pareja, con los hijos de los Hernandes oficiando de testigos e ilustres invitados futbolísticos como Ronaldo, Cafú, Adriano o Baptista. En ese mismo lugar, en 2007, Kaká ofrecería a su comunidad, en una misa multitudinaria, el trofeo que lo acreditaba como el mejor del mundo. El «apóstol» y la «obispa» figuran, además, entre los grandes beneficiarios del contrato del nuevo jugador del Real Madrid. El sistema proporcional que rige las ofrendas de los fieles –el «diezmo», la décima parte de sus emolumentos– permitirá mejorar considerablemente los ingresos de la congregación en plena crisis económica. Algunas fuentes estiman en unos 770.000 euros el dinero que Kaká envía cada año a su parroquia. El propio jugador reconoció ante la justicia hace unos meses una donación de 200.000 euros, realizada el 12 de mayo de 2008, apenas una de tantas entregadas a la iglesia. En su testimonio, confirmó que todos sus donativos son en efectivo, que no sabe nada sobre el uso que se hace de ellos y que confía en que sean utilizados en actividades de beneficiencia. A fin de cuentas, que diría cualquiera de sus fieles, ¿no es la confianza parte de la fe? A ninguno de sus más de dos millones de seguidores, incluido Kaká, parece sorprender la impresionante ascensión de la Renacer. El imperio levantado por los Hernandes, pese a una deuda acumulada de más de cuatro millones de euros, controla una cadena de emisoras de televisión y otra de radio, una discográfica, una editorial; además de gestionar la Fundación Renacer, dedicada a obras asistenciales, y más de 1.500 templos entre Brasil, Argentina, Uruguay, EE.UU., España o Japón. El segundo mejor pagado, detrás de Cristiano Kaká continúa su vida ajeno a los escándalos que persiguen a sus opacos guías espirituales. Su padre lo ayuda a salvaguardar su fortuna, estimada en más de 50 millones de euros y creciendo, sobre todo, gracias a su incorporación al Real Madrid. Su sueldo estimado de 750.000 euros al mes lo convirtió durante unos días en el futbolista mejor pagado del mundo, hasta que Florentino Pérez fichó a Cristiano Ronaldo haciendo saltar la banca. «Me gusta encargarme en persona de mi dinero –revela Kaká–. Me encanta la Bolsa, comprar y vender acciones. También tengo muchos negocios inmobiliarios con mi padre». El fútbol es hoy su principal fuente de ingresos, pero durante años, recuerda el jugador, antes de hacerse profesional, le tocó pagar por abrirse un hueco en los terrenos de juego. Su llegada al Real Madrid implica la concreción de otro de sus sueños. En España, Kaká ansía emular a su ídolo Zinedine Zidane, el último bailarín del balompié antes de la irrupción de este brasileño. Claro que, a diferencia del francés, a su heredero nunca lo veremos dar un cabezazo a un rival. Jamás pierde la paciencia, protesta poco y casi siempre se lo ve tranquilo en el campo. «A veces, puedes perder los nervios, pero creo que tengo un gran dominio de mí mismo», reconoce. Algo de lo que, al margen de los estadios, puede dar fe su esposa, Caroline Celico. Durante los dos años que Kaká y Caroline vivieron separados, desde su fichaje por el Milán en 2003, por unos seis millones de euros (el Real Madrid ha pagado 65), hasta su boda, el jugador resistió a las tentaciones de la fama. «Siempre trato de evitarlas –dice Kaká–. Cuando ella estaba en Brasil, teníamos un pacto: éramos libres de salir con los amigos, pero a media noche volvíamos a casa y hablábamos por teléfono. Hemos hecho muchos sacrificios. Elegimos juntos llegar castos al matrimonio, la Biblia enseña que el verdadero amor se encuentra en la noche de bodas, con el cambio de sangre, esa que la mujer pierde con la virginidad. Para nosotros, la primera vez fue bellísima». Reconoce, eso sí, que no fue tan fácil contenerse: «Soy un chico normal. Nos besábamos y había deseo, pero si hoy nuestra vida es así de hermosa, creo que se debe a que supimos esperar». Kaká y su mujer se conocieron en una fiesta en São Paulo. «Mi padre y su madre (directora de Christian Dior en Brasil) se conocían y nos presentaron –recuerda–. Intercambiamos los teléfonos y quedamos el día que cumplió 15 años. Yo tenía 19 y ya era conocido en Brasil. En 2002, tras ganar el mundial, nos hicimos novios». Un año después ya había planes de boda. «Tuvimos que esperar tres años, uno en Brasil y dos en la distancia, porque me vine a Italia y ella era muy joven para seguirme –cuenta–. Ese tiempo fue importante, una prueba de nuestro amor». Lejos del lado oscuro de la fama Se mire por donde se mire, Kaká es, ante todo, un buen chico. Su habilidad para alejarse de las revistas de cotilleo es otra prueba de ello. «En Italia nunca he ido a discotecas, sólo a las fiestas del Milan, y siempre con Caroline. Salgo poco, sólo para cenar con ella o los amigos y siempre me acuesto temprano –comenta–. Los compañeros me respetan, también porque yo respeto a todos, aunque a veces me miran como un bicho raro». No sólo por su desapego a las jaranas, también porque sus aficiones no son frecuentes entre futbolistas: la lectura, el cine, el arte y el teatro. «De todos modos, cada vez somos más los deportistas evangélicos», añade Kaká, que combina su filiación a la Iglesia Renacer con la pertenencia a los Atletas de Cristo, un movimiento, evangélico, por supuesto, fundado en Brasil hace 20 años por Alex Dias Ribeiro, piloto de fórmula 1 en los años 70, para «promover la proclamación del Evangelio a través del deporte». Conocido en su día como el piloto que, «pisando a fondo, lleva el nombre de Cristo alrededor del mundo», Dias Ribeiro frecuenta desde hace años las concentraciones de la selección brasileña, donde mantiene reuniones frecuentes con fieles como Zé Roberto, Lúcio, Luisão o el propio Kaká, para discutir pasajes de la Biblia y su aplicación en la vida de los cracks y la conquista del título en juego. Gracias a esta organización, cada vez con más frecuencia, se repite en los estadios la imagen del goleador que celebra su acierto con camisetas de mensaje cristiano. Su fundador afirma que gracias a los Atletas de Cristo –más de 10.000, sólo en Brasil– hay hoy menos deportistas aficionados a la vida nocturna y amigos de las bromas machistas y degradantes, además de asegurar que sus seguidores no insultan a los árbitros. «En general, son jugadores más educados y de actitudes más positivas», confirma Carlos Alberto Parreira, técnico del Brasil pentacampeón mundial. Sus palabras son, sin duda, el vivo retrato de Kaká.