(Jaime León/ABC) La ciudad de Deoband es un lugar parado en el tiempo. Apenas a 140 kilómetros al norte de Nueva Delhi, sus calles ofrecen un paisaje monocromático, lejos del habitual colorido indio. Las pocas mujeres que se ven visten burka y los hombres, de escrupuloso blanco, hacen gala de pobladas barbas. No en vano la localidad da nombre a una de las escuelas islámicas más ortodoxas e influyentes de Asia: Darul Uloom Deoband. La influencia de esta madrasa se extiende mucho más al norte de la India y el pensamiento suní deobandi ha alimentado el movimiento talibán. Su nacimiento, consecuencia del ocaso del poder musulmán en el subcontinente tras ocho siglos, se remonta a 1866. Tras la brutal represión británica a la Rebelión de los Sepoy —o Primera Guerra de la Independencia India— en 1857, los musulmanes se vieron amenazados. En este contexto un grupo de maulanas —líderes religiosos— creó Darul Uloom como refugio espiritual frente a los ingleses y para recuperar «el humilde mensaje del Profeta». Contra la URSS en los 80 La filosofía y el modelo de Darul Uloom se extendió por todo el sureste asiático, especialmente en Pakistán, donde su convergencia con el pensamiento wahabí de Arabia Saudí radicalizó el mensaje. Los muyahidines que lucharon contra la Unión Soviética se formaron en madrasas deobandis, entre ellos el mulá Omar. Hoy el 65 por ciento de las madrasas en Pakistán siguen las enseñanzas deobandis y representan una de las sectas más extremistas, que aboga por un estado islámico. «EEUU es el gran enemigo del islam y el verdadero terrorista», asegura la máxima autoridad de la escuela. Sin embargo, desde Darul Uloom, a menudo bajo sospecha, se rechaza la violencia. «Puedes mirar donde quieras, a ver si encuentras terroristas», afirma con ironía Adil Siddiqui, portavoz de la institución. «No defendemos la violencia. Estuvimos al lado de Gandhi durante la lucha por la independencia y nos opusimos a la partición [de la India], porque separaba a los hermanos musulmanes», continúa el portavoz mientras camina entre las aulas. Los estudiantes recitan el Corán sentados en el suelo. Esta es una de sus principales asignaturas, complementada con el estudio del urdu, persa, árabe y jurisprudencia islámica. El programa educativo también incluye ciencias y matemáticas pero islámicas, medievales, de un periodo dorado, pero ya marchito y desfasado, que no sabe de Copérnico. A pesar de las nuevas asignaturas de inglés e informática —es difícil encontrar un alumno que se exprese en inglés y el aula de informática acoge 10 polvorientos ordenadores— los 3.000 estudiantes anuales de Darul Uloom no tienen sitio en la economía india del siglo XXI y la mayoría se convertirá en profesores de madrasas, en un círculo que se retroalimenta. Desde su creación 60.000 jóvenes han salido de sus aulas y la mayoría de ellos enseña en las 30.000 madrasas de la India, país que cuenta con 140 millones de musulmanes, casi un 10 por ciento de la población. Los alumnos proceden de entornos muy pobres, atraídos por la educación y el alojamiento gratuitos. Muchos llegan con cinco años y permanecen hasta los 20. El centro se financia de forma privada —«para mantener la independencia»— y el Gobierno indio prohíbe la asistencia de estudiantes de otros países. En febrero del pasado año la madrasa emitió una fatua en la que condenaba el terrorismo como «el crimen más inhumano». A sus 102 años, el maulana Margoobur Rahman, máxima autoridad de la institución, escucha y ve con dificultad, pero conserva sus energías. «No tenemos nada que ver con los talibanes, ellos son pastún. Pero EE.UU. es el gran enemigo del islam y el verdadero terrorista».