(Jaime León/ABC) Vicente Ferrer ha dejado 135.000 huérfanos, exactamente el número de niños apadrinados en la actualidad por la Fundación que lleva su nombre. Seguramente muchos más sentirán la pérdida de un padre. En los últimos 55 años, este hombre, que «soñó con ayudar a los demás», trabajó con ahínco para mejorar las condiciones de vida de los más desfavorecidos de la India. Ferrer (Barcelona, 1920) falleció ayer rodeado de su mujer y tres hijos en la localidad india de Anantapur, tras agravarse su estado de salud por los problemas respiratorios que padecía desde hace tiempo. El cooperante, de 89 años, ingresó el 19 de marzo en el hospital de Anantapur por un accidente vascular cerebral y, tras ser trasladado a Vellore, fue dado de alta el 25 de abril para seguir la recuperación en su domicilio, donde sin embargo en los últimos días su estado de salud había empeorado. A sus 89 años, Ferrer era una institución en la India, país al que llegó en 1952 como misionero jesuita. Desde entonces dedicó su vida a erradicar el sufrimiento de los más desfavorecidos en unos de los Estados más pobres del mundo. En principio su objetivo era completar su formación, pero la pobreza le llevó por otro camino: dar solución a los problemas de los necesitados. Iniciativas inteligentes De esta forma puso en marcha iniciativas como «El milagro de dar», que consistía en una pequeña ayuda económica y asesoramiento técnico para obtener agua para los cultivos. Si cada campesino devolvía el préstamo —sin intereses—, el milagro se extendía por toda la comunidad. Su lucha junto a los pobres despertó la suspicacia de las clases dirigentes y fue expulsado de la India en 1968, tras la publicación de un artículo titulado «La revolución silenciosa» en el semanario de mayor tirada. Sin embargo, 30.000 personas se movilizaron y recorrieron los 250 kilómetros que separan Manmad y Bombay para pedir su regreso. Ferrer se despidió de sus seguidores con la frase: «Ya vuelvo, esperadme». Y no hablaba en vano. En 1969 regresó con el apoyo de la entonces primera ministra, Indira Ghandi, y se instaló en uno de los distritos más pobres del país, Anantapur. Tras abandonar la Compañía de Jesús —no quiso regresar a Europa, tal y como le fue ordenado—, creó la Fundación Vicente Ferrer junto a la que será su mujer, la periodista inglesa Anne Perry. Desde entonces trabajó para mejorar las condiciones de vida de las comunidades más desfavorecidas de la sociedad hindú, regida por el sistema de castas. Así, los intocables, los grupos tribales y las mujeres centraron su trabajo humanitario. Los inicios La Fundación Vicente Ferrer dio sus primeros pasos con sólo seis voluntarios. Hoy son 1.800 trabajadores, el 99% de ellos de Anantapur. Además fue recibido por los políticos radicales con virulencia: «Ferrer vuelve a casa», decían pintadas en las paredes. Hoy le colman de reconocimientos. Hoy día su Fundación apadrina a 135.000 niños, tiene presencia en 2.000 pueblos y de los cuatro millones de residentes de Anantapur dos y medio se benefician de su trabajo. En 1996 se estableció en España la Fundación Vicente Ferrer para asegurar la viabilidad económica del proyecto: 150.000 españoles colaboran en su misión. Sólo en 2007, recaudó de forma privada 40 millones de euros.