(Jorge Enrique Múgica/ReL) En 1993 hablaba de sus sueños con Jesús Colina: Jaime Septiém quería un periódico católico y Jesús una agencia de noticias. Hoy ambos sueños son realidad: la agencia ZENIT y el semanario «El Observador».
- El mes de julio pasado «El Observador» cumplió doce años de vida. De 1995 para acá han experimentado un crecimiento no sólo respecto al número de lectores sino también de experiencias. ¿Cuáles han sido y cómo les han ayudado a mejorar el nivel del semanario y de usted como director? - Las experiencias que valen la pena vienen siempre de los lectores. Han sido años de aprendizaje para comunicar, con certeza, libertad y amor a la Iglesia, la visión católica de los acontecimientos del mundo. Por un lado mi profesión, por el otro, que mi esposa, Maite, trabaja conmigo y, desde luego, el consejo de algunos obispos, como don Mario de Gasperín (titular de Querétaro), han hecho posible que hoy tengamos un número interesante de lectores, tanto en la versión impresa como
electrónica .
- Es sintomático que ante la abundancia de periódicos que prefieren la nota de prensa fácil, el comentario simplón o el escándalo que les dé remuneraciones económicas o más lectores, ustedes se decanten por ganar la noticia como fruto de la reflexión, de la verdad y desde la perspectiva católica. ¿Cómo entender esto? ¿El catolicismo vende o cómo interpreta la orientación católica del semanario? - Creo que existe una veta inexplorada en la interpretación en clave católica de los acontecimientos del mundo. Lo que «vende» es la demostración de la Gracia y, también, que Jesucristo es un acontecimiento vivo, que me interpela hoy mismo y que me obliga a ver la realidad desde su mirada. Nunca como ahora el mundo ha tenido más sed de infinito, de saber que las cosas no acaban aquí, de que existe la esperanza. El periodismo católico tiene que ir, directamente, al corazón de la esperanza. Pues desde ahí se ve mucho más claro.
- El alcance de «El Observador» parece no querer limitarse al formato impreso. Con el número 186 nació la página digital que ofrece la posibilidad de acercar a más personas desde diversas partes del mundo. De hecho recientemente la han renovado para gusto y deleite de quienes la visitan. ¿Qué ofrece la versión impresa y qué diferencias existen respecto a la digital? - Ofrecen lo mismo, pero en diferente lenguaje. Obviamente, la migración hacia la información digital está a la vuelta de la esquina. Y si no damos el paso, una vez más nos vamos a quedar viendo pasar el tren de la historia. Hace muchos años he venido perfilando este proceso. Y la pregunta que me hago es cómo hacer que Internet sea fecundado con el Evangelio. No basta repetir el mensaje sino integrarlo al lenguaje de las tecnologías modernas. «El Observador» digital está en camino. La verdad es que no hemos trabajado lo que deberíamos. Pero, tarde o temprano, tenemos que tener una plataforma digital que nos permita estar en la red con nuestro lector específico: el que no se conforma con la interpretación «oficial» de los hechos, sino que busca en ellos la manifestación de Dios en la historia. Por lo que respecta a la versión impresa, estamos en la fase final de un proyecto muy intenso para poder franquiciar «El Observador» a diferentes diócesis de México, como principio de una expansión hacia todo lector de habla hispana que todavía no cuenta con Internet. Es decir, la mayoría de los católicos de habla hispana. Es un proyecto muy ambicioso, pero tenemos ayudas internacionales que nos han abierto la brecha. Se le ocurrió a mi mujer, y ella siempre ha dicho que a Dios hay que darle cosas grandes.
- ¿Cómo han ido incorporando las diversas tecnologías a la página de internet? Ahora parece ya no bastar con tener una página digital sino que hace falta incorporar los diversos medios que van apareciendo para atrapar y mantener la audiencia de una página informativa? ¿Cómo lo han ido logrando y qué planes tienen? - Somos una empresa de laicos al servicio de los lectores, preferentemente, lectores católicos, hoy sometidos a un proceso brutal de descristianización. Es decir, somos una empresa «no oficial» que tiene que mantenerse viva, a la vanguardia. Claro que vamos a integrar los servicios multimedia que ofrece hoy la plataforma digital. El hipertexto es el reto. Pero siempre desde una identidad no negociable. Personalmente, me disgusta mucho quien «cambia de caballo a mitad del río» porque o la corriente va para otro lado o no le favorece. Una vez, el obispo de Querétaro, don Mario de Gasperín me dijo algo muy sabio: que Cristo, a través de la Iglesia, se ha mantenido, porque en la Iglesia del pueblo, a las siete de la mañana, desde tiempo inmemorial, se toca la campana y se llama a misa. Hay que permanecer cambiando o, mejor, cambiar permaneciendo. Me parece que esa es la «regla de oro» del periodismo católico, en versión impresa, electrónica o digital.
- ¿Quiénes son los colaboradores de «El Observador» y qué criterios siguen para la publicación de contenidos? - La lista de colaboradores, afortunadamente, es muy larga, y comprende escritores y periodistas de diversas nacionalidades, tanto como sacerdotes y obispos. La alianza que mantenemos con Zenit y el portal www.periodismocatolico.com han sido acciones decisivas para atraer plumas. El criterio es muy sencillo: fidelidad con calidad; sobre todo, algo que me parece importantísimo: calidad en el manejo del idioma. Cervantes no escribió el Quijote para que el español se masacrara como hoy se asesina en los medios generalistas. Me parece que la primera revolución del Evangelio viene por la maravillosa capacidad de Jesús de hacer que las palabras no solamente suenen sino que digan lo que, en profundidad, anhela de belleza el corazón humano.
- ¿Cuál es la relación con Zenit, la agencia de noticias católica? - De colaboración institucional, de amistad estrecha y, por mi parte, de una admiración sin límites al creador de este concepto, que lo sigue liderando y que ahora ha emprendido nuevos caminos con el proyecto de H2O News: Jesús Colina. Zenit es referencia obligatoria, sobre todo en lengua española. Y eso se dice pronto, pero es un trabajo de calidad profesional enorme. Por cierto, a Jesús y a mí nos unen proyectos y sueños. En 1993, durante una cena con la que es hoy su mujer, Giselle, y mi esposa, hablamos sobre lo que queríamos hacer: él una agencia católica y nosotros un periódico católico. Dios nos empujó. Aquí estamos, dando la batalla. -
En su opinión, ¿qué retos se le presentan a la prensa católica y cómo debe irlos afrontando? - El mayor reto es hacer que los lectores adquieran las «gafas» católicas; que a través de nosotros se vea el orgullo de ser cristianos; que liberemos a la gente del prejuicio (o la sinrazón) de sentirse apocados porque otros gritan y nosotros no. Vencer al mal con el bien quiere decir, desde el punto de vista del periodismo católico, sorprender y capturar al lector, persuadirlo con el esplendor de la verdad. El abordaje requiere una gran dosis de paciencia y de humildad: no soy yo el que hago las cosas, es Cristo que las hace (las buenas) a través de mí.