(Nicolás de Cárdenas/ReL) Que en España y eeuropa hay una creciente movilización laicista que pretende expulsar del ámbito público cualquier manifestación religiosa que no comulgue con la corrección política y el relativismo imperante, es un hecho contrastado desde hace tiempo. Una de las expresiones más patentes de este movimiento en España es la campaña emprendida por la asociación «Europa laica» para que se retire de los colegios religiosos elegidos para ejercer de sedes electorales cualquier símbolo religioso. Así
lo adelantó ReL el pasado 27 de mayo, al hacerse eco de la puesta en marcha de esta camapaña desde la federación de asociaciones de vecinos Antonio Machado de Valladolid cuyo presidente, Ángel Bayón -afiliado a Comisiones Obreras, para más señas- aseguraba que presencia de simbología religiosa en las mesas electorales «se identifica con doctrina partidista». El presidente de Europa Laica, Francisco Delgado, reconoce hoy, en una
entrevista que «hemos lanzado una campaña en toda España en la que activistas laicos denunciarán la presencia de símbolos religiosos ante todas las juntas electorales provinciales». La motivación, centrada en especial en la presencia de cruucifijos, es según Delgado clara: «a nadie se le escapa que la Iglesia católica toma partido permanentemente desde una perspectiva política muy determinada. Una cruz ya casi tiene carga política». Sin embargo, el propio cardenal de Madrid y presidente de la Conferencia Episcopal Española, Antonio María Rouco Varela, desmontó ayer la pretendida carga partidista que se preconiza desde «Europa laica». En el marco del curso «Ética y futuro de la democracia» celebrado los pasados 2 y 3 de junio en la Universidad San Pablo CEU, en colaboración con la Fundación García Morente, el prelado aseguró, al ser preguntado por una orientación al voto de cara a las eslecciones europeas de este próximo fin de semana que la Iglesia ya dejó sentado en la «Gaudium et Spes» que «ningún partido político puede agotar en sí mismo la Doctrina Social de la Iglesia» y que, por tanto, ha de aplicarse a la hora del voto, «la virtud de la prudencia».