(R. B/ReL) Con esa mezcla de descaro y solemnidad con la que pone sobre la mesa sus planteamientos, Juan Manuel de Prada ha analizado en su habitual tribuna del diario ABC el falso debate de la «financiación de la Iglesia». Para el escritor y columnista «el propósito de tal debate (si es que podemos llamar debate a la acumulación de burdas mentiras) no es otro que imponer la especie de que Iglesia se "financia" con ingentes cantidades de dinero procedentes del erario público y, en última instancia, de los bolsillos de los contribuyentes». Para ello, expone el autor de «La nueva tiranía», «se recurre a una argucia sofística que no resiste el más mínimo análisis racional, consistente en denominar financiación de la Iglesia a toda partida de dinero público que las diversas instituciones eclesiásticas reciben para sufragar los servicios que brindan a la sociedad» En esta categoría estaría incluido «el dinero de los conciertos educativos, las ayudas a organizaciones asistenciales y caritativas, etcétera». De Prada puntualiza que setrata de «un dinero que las instituciones eclesiásticas revierten a la sociedad, en la procura del bien común; y que, por otra parte, supone un ahorro ingente para las diversas administraciones públicas» y que «la Iglesia no utiliza estas partidas para financiarse, sino para brindar a la sociedad un servicio desinteresado». Más allá de estas actividades que puedan tildarse de mera filantropía, aunque tengan unos anclajes mucho más profundos en el mensaje evangélico, el escritor recuerda que se encuentra «el sostenimiento de la Iglesia propiamente dicho (esto es, el de sus ministros y de los servicios de culto), actividad que se sufraga con las aportaciones de los fieles católicos y de aquellas otras personas que, sin comulgar plenamente con los postulados de la Iglesia católica, valoran beneficiosamente su actividad». «En una época de incertidumbres, en que los fundamentos éticos de nuestra convivencia se han reducido a escombros, la Iglesia ofrece a nuestra sociedad un valioso baluarte de coherencia, de incómoda coherencia si se quiere; pero el mero hecho de defender posturas incómodas cuando lo más sencillo sería dejarse arrastrar por la corriente demuestra el valor primordial e insustituible de la Iglesia», describe De Prada que concluye: «Contribuir a su sostenimiento es reconocer su aportación al enriquecimiento de lo específicamente humano, prestar nuestra adhesión a un hermoso caudal de conquistas morales, culturales y espirituales al que nunca deberíamos renunciar. Y, desde luego, quienes ansían esa renuncia aplaudirán que no pongamos la cruz en esa casilla».