(P.J.Ginés/La Razón) Por las calles de España hay más de dos millones de jóvenes bautizados católicos, que piensan que la religión es algo «muy o bastante importante», pero que no van a misa. A esto hay que sumar otros 6,8 millones de jóvenes de 15 a 29 años que, pese a admitir ser católicos, afirman que la religión no les dice nada o casi nada, según el último informe «Juventud en España» del Ministerio del Interior. A esas edades, sólo un 11,7 por ciento se define como católico practicante. Grupo y encuentro personal De los 6 a los 11 años, aún van a misa semanal el 40 por ciento de los niños españoles. De 13 a 15 años ya son sólo el 17 por ciento. «A esa edad, la identidad propia ya no está en los padres, sino en el grupo», explica Martiño Rodríguez, joven psicólogo y responsable nacional de jóvenes de la Renovación Carismática Católica Española (RCCE) desde 2005. «Antes de los doce años, los chavales han de tener ya su grupo de iguales con los que compartir la fe; no hace falta que se retiren del mundo, ni que vivan en un gueto, pero han de estar en un grupo cristiano real ya a esa edad». Pero eso es sólo una prórroga. «Si no tienen una experiencia personal de encuentro con Jesucristo, una experiencia concreta, dejarán la fe hacia los 18 o 19 años», explica Pablo Emilio Rull Bravo, responsable nacional de adolescentes de la RCCE. En parte fue su experiencia: Pablo Emilio fue a actividades carismáticas hasta los 16 años, cuando se alejó de la fe. «Yo tuve mi experiencia de encuentro personal a los 21 años, en una oración durante un retiro, con llanto y emoción, dejando atrás cargas del pasado. No fue emocionalismo: hubo un cambio real en mi vida, cambió todo sin mayor esfuerzo», explica Pablo Emilio. Recuerda además la «ley de la espiritualidad decreciente»: «Si los padres son cristianos de “6”, los hijos sólo lo serán de “3” o de “4”, hasta que tengan su experiencia personal». Incluso después de la conversión, un joven de 15 o 17 años necesita comunidad, porque de lo contrario «se ahoga». Pero un joven con comunidad y experiencia personal puede ser ya un evangelizador, «porque hoy sólo se puede llegar a los jóvenes con otros jóvenes», explica Martiño. «El testimonio del Papa o de Madre Teresa es edificante para el joven que ya cree, pero no para el alejado; éste necesita el ejemplo de otro joven». El sexo no es un problema para la conversión Martiño y Pablo Emilio han sido testigos de docenas de conversiones de jóvenes y nunca han percibido que la exigente moral sexual de la Iglesia sea una dificultad. «A los jóvenes alejados de la Iglesia sólo les llega una visión desvirtuada, un discurso que creen lleno de prohibiciones», explica Pablo Emilio. «Pero para la primera conversión, la primera experiencia de Dios, hemos visto que la moral sexual no es un problema. Después, si perseveran en una comunidad cristiana, aceptarán la enseñanza de la Iglesia sobre el sexo por el testimonio personal de otros jóvenes, y verán que es una propuesta coherente, difícil, pero de sentido común».