«En China es más fácil cometer un crimen que practicar la religión». La frase, así de rotunda, es de un obispo chino que recibió hace unos meses la visita de una delegación de Ayuda a la Iglesia Necesitada, la organización fundada por el «padre Tocino» y que recientemente ha concluido una campaña titulada «Con los católicos olvidados de China» que recaudó 442.000 euros. En el fondo, para las autoridades chinas, una cosa y otra es lo mismo. Como explica a ReL María Pilar Gutiérrez Corada, presidenta del Consejo de AIN-España, «a los miembros de la iglesia clandestina les vigilan las 24 horas; saben quién son y, de vez en cuando, los detienen bajo el cargo de "perturbadores del orden público"». Sin embargo, la asfixiante persecución no impide que los miembros de la iglesia perseguida se muestren «muy comprometidos», señala Gutiérrez, que recuerda que «Juan Pablo II ya equiparó la situación de la iglesia en China desde la llegada del comunismo -hace ya 60 años- con la de las persecuciones sufridas por los seguidores de Jesucristo en los primeros siglos de nuestra era». A ese mismo compromiso se refería Benedicto XVI en la carta remitida por Benedicto XVI a las comunidades católicas chinas en 2007, cuando anunció la Jornada que hoy se celebra y en la que adelantaba que se oraría para pedir «al Señor de la historia el don de la perseverancia en el testimonio, seguros de que vuestros sufrimientros pasados y presentes por el Santo Nombre de Jesús y vuestra intrépida lealtad a su Vicario en la tierra serán premiados, aunque a veces todo pueda parecer un triste fracaso». Soledad y formación Esa apariencia de fracaso, viene dada por la pobreza material en la que viven, pero sobre todo, por la sensación de «soledad», entendida como la desconexión, por cuenta de la presión de la Asociación Patriótica, respecto al resto de la Iglesia Universal. No en vano, entre las prioridades que los propios fieles chinos contemplan está en segundo lugar la formación, sólo después de la oración por la reconciliación entre todos. Las carencias son muchas ya que esta necesidad de formación teológica y espiritual se deriva de 60 años de dificultades para poder transmitir la fe con toda la riqueza que encierra. El control sobre los materiales de estudio de contenido religioso es intensísimo. Por ejemplo, durante las olimpiadas -recuerda María Pilar Gutierrez- «el gobierno chino sólo permitió introducir en el país material religioso de uso personal». Así, las carencias de los sacerdotes y los propios seminaristas son acuciantes. Algunos de ellos, los más afortunados, logran, con ayuda de diversas instituciones, salir del país bajo la apariencia de una beca de estudios. El destino, es prácticamente ignoto por el propio aspirante a sacerdote hasta el día antes de partir. «Se les cita en una estación de tren o autobús, en un aeropuerto a una hora concreta. Eso es todo» explica Gutiérrez, que enfatiza el hecho de que «a sus familias no le dicen ni a dónde van ni a qué van» por temor a que sean torturados. Lo más interesante del periplo de estos jóvenes (a Europa y América fundamentalmente) es que cuando se les pregunta por si quieren volver a la aldea de la que salieron no lo dudan un instante, aún sabiendo que sólo les espera pobreza, incomprensión, clandestinidad, cárcel y, probablemente, la muerte. A cambio, la satisfacción de haber contribuido a fortalecer la fe de sus compatriotas que, «en la mayoría de los casos es muy rudimentaria», aclara Gutiérrez. Otra de las necesidades a cubrir con más urgencia es la de la reparación y construcción de iglesias y centros de atención a los más desfavorecidos. La importancia del edificio del culto en China va mucho más allá que el de un lugar donde reunirse una vez a la semana en el mejor de los casos, como sucede, por ejemplo, en la vieja Europa. En torno a ella está la casa del cura, los dispensarios para primeros auxilios, los lugares (no se pueden llamar hogares) donde viven las religiosas o los sacerdotes ancianos... Todo se celebra en la iglesia. Así en Navidad, «las familias cristianas no se quedan en casa a celebrarlo, sino que la "familia cristiana" se reune en la iglesia», recuerda la presidenta de AIN España. También el mantenimiento de los sacerdotes y religiosas es una preocupación para los obispos chinos. Las condiciones de vida son especialemnte deplorables, dentro de la miseria del mundo rural chino, donde se concentra principalmente la iglesia católica clandestina. Se calcula que con 140 euros mensuales, se puede salir adelante, sin lujos, pero con dignidad. Sin embargo, la mayoría de los sacerdotes no disponen de más de 20 o 30 euros al mes, uno al día o menos, para atender los mínimos. María Pilar Gutiérrez recuerda que, durante su visita a China, pudo visitar algunas viviendas de sacerdotes y religiosas. En la de un obispo, explica, «por todo espejo había un pedazo roto colgado de una cuerda. Para dormir, tan solo un pobre camastro, en el que una rejilla abatible servía de confesionario». Habitación que, por supuesto, hace las veces de dormitorio, salón, despacho y baño. En el resto del chamizo, algunos apaños más «para cuando llegan los sacerdotes de otras zonas, porque no pueden regresar en el día». Con la misma precariedad viven las religiosas que regentan una casa de oración cerca de Mongolia. Según relata Gutierrez, «unas esterillas enrolladas sobre una plataforma» constituían la «cama», bajo la cual encendían algo de paja para que calentara un mínimo. «Que vuelvan los misioneros» Desde la llegada del comunismo a China, todo vestigio de religiosidad trató de ser borrado del mapa. Por supuesto, todo misionero extranjero fue expulsado de manera inmediata. Aquella fue una gran pérdida para la Iglesia en China que también cuenta entre sus prioridades la de lograr que el resto de sus hermanos fieles al primado de Pedro tomen verdadera conciencia de la realidad que viven. Y no es para menos. Desde la persecución inicial desde los años 50 y 60, donde las cárceles se llenaron de católicos, casi nada se ha movido a favor de la libertad religiosa, ni aún la de expresión. La última ocasión en que las penurias de la Iglesia en China traspasaron las fronteras del gigante asiático fue en 2006, cuando 19 obispos y 18 sacerdotes fueron encarcelados. En 2007, la presión sobre las bases cristianas subió un 30 por ciento. Y aún son mucho sl os sacerdotes que pasan más de 20 y 30 años en prisión, sufriendo periodos de aislamiento, palizas y torturas de toda clase. Uno de los casos más conocidos es el de monseñor Juan Han Dingxian, obispo clandestino de Yongnian. El pasado 9 de septiembre de 2007 falleció en un hospital después de dos años de aislamiento en su casa y 35 de prisión en prisión. Los familiares fueron avisados apenas unos instantes antes de su muerte y las autoridades no permitieron acceder a los familiares, fieles y sacerdotes a su entierro. Inhumación que tuvo lugaren un cementerio civil, previo paso por el horno crematorio, probablemente para borrar cualquier vestigio de torturas. Para lograr la concienciación en el resto del mundo es necesario tender puentes de comunicación a pesar de las represiones del régimen comunista chino. Algo de eso se dejaba entrever en las palabras de una monja muy anciana que María Pilar Gutierrez tuvo la oportunidad de conocer: «tendría unos 80 o 90 años y se encontraba bastante enferma, pero, al vernos, dijo: "ya me puedo morir tranquila porque han vuelto los misioneros"». Misioneros o enviados que en su esperanza, deben contribuir a que en China, finalmente, delinquir sea mucho más difícil que elevar una plegaria a Dios.