(E.R. Saavedra/Zenit) Hace tres años Michael O’Brien entró en España con «El padre Elías» y logró un éxito fulgurante. Una legión de lectores fieles descubrieron un autor capaz de manejar con maestría la técnica del thriller al tiempo que plantea profundos interrogantes sobre el tiempo que vivimos. Tras «El padre Elías» vino «El librero de Varsovia», su precuela, y ahora llega, también publicada por LibrosLibres, «La última escapada», una novela de ritmo trepidante cuyo argumento resulta sorprendentemente próximo a la realidad sociopolítica cotidiana de nuestro país. - Un gobierno democrático que se llena la boca hablando de «paz» y de «tolerancia» impone en las escuelas una asignatura para educar a los niños en el relativismo y la ideología de género. Y sus padres son perseguidos si se oponen. ¿Estoy hablando de su última novela, «La última escapada»? - (Viéndonos venir.) ¡Supongo que sí! - ¡Respuesta equivocada! - Ja, ja. - Estaba hablando de España, del año 2009, del presidente José Luis Rodríguez Zapatero y de su asignatura Educación para la Ciudadanía, que ha provocado una masiva reacción de los padres españoles. - Sí, he estado siguiendo con interés la situación en España, similar a la de mi país, Canadá. - No es un caso único, entonces. - En ambas naciones crece el acoso a las familias tradicionales y a la libertad religiosa de la Iglesia, como parte de un intento deliberado de redefinir la naturaleza de la sociedad mediante programas de ingeniería social impuestos por nuevas leyes invasivas e injustas. - ¿Nos encaminamos a un futuro de tiranía disfrazada de libertad? - Vamos en esa dirección, pero el resultado aún no es seguro. En buena parte depende del coraje de las Iglesias locales en cada nación, y de la capacidad de la familia y de las asociaciones religiosas para crear un frente unido contra las fuerzas que reducen la libertad en nombre de la Libertad y destruyen vidas humanas en nombre del Humanismo. - Usted ya denunció a esas fuerzas en «El padre Elías». ¿No está en cierto modo anunciando el Apocalipsis? - Bueno, no es mi misión como escritor católico anunciar una crisis de la humanidad de tal magnitud. Pero sí es mi misión plantear cuestiones esenciales que toda generación debe plantearse. ¿Estamos despiertos, alerta y vigilantes, como Cristo nos pide en los Evangelios? ¿Leemos correctamente los signos de los tiempos? ¿Advertimos con claridad la naturaleza del nuevo orden mundial? ¿O nos estamos convirtiendo en criaturas clónicas fabricadas por los medios de comunicación y por la desinformación masiva, que buscan transformar nuestra percepción de las cosas y nuestro pensamiento? ¿Vivimos como un pueblo que pertenece tanto al cielo como a la tierra, o más bien como hombres unidimensionales, ciudadanos de una tierra baldía donde somos adoctrinados sin cesar por instancias ideológicas, y donde nuestra adicción al placer y al entretenimiento nos distrae de la realidad, haciéndonos ignorar el combate real en el que estamos envueltos? - ¿No le asusta ese papel de «profeta»? - Sí. Sí me asusta. No me asustan los hombres ni las fuerzas del mal. Ni la persecución. Ni la muerte. Lo único que temo es equivocarme y decir una sola palabra que no sea querida por Dios. Quien proclama proféticamente las verdades eternas de la Divina Revelación (la verdad completa sobre la humanidad y sobre la historia de la salvación) se enfrenta al problema de su propia subjetividad, al riesgo de interpretar su tiempo a partir de opiniones personales. - Es un riesgo de graves consecuencias. - Hablando desde un punto de vista espiritual, la vocación profética es muy peligrosa, y por tanto debe hundir sus raíces en una absoluta humildad y docilidad al Espíritu Santo. Debe contrastar constantemente sus intuiciones y percepciones con los Evangelios y con la orientación objetiva de la Iglesia universal gobernada por el Santo Padre. E, idealmente, con un buen director espiritual. Pero yo no creo ser un profeta de forma distinta a como lo son todos los verdaderos cristianos, llamados a un cierto tipo de testimonio profético en nuestras vidas, según el deber de estado y la vocación de cada uno. - ¿Cuáles son esos posibles signos premonitorios de un tiempo «apocalíptico»? - Responder a eso exigiría un libro. Quizá fuesen más útiles mis ocho novelas y mis ensayos que una respuesta breve. A modo de resumen, destacaría entre muchos otros signos el que estemos viviendo la mayor apostasía de la Fe desde el nacimiento de la Iglesia. Y para mayor vergüenza, está ocurriendo en las naciones de la antigua Cristiandad. - Apostasía, ¿en qué sentido? - Las naciones más poderosas de la tierra llaman mal al bien y bien al mal. Fomentan la matanza de los inocentes como si se tratase de una política razonable y sensata. El inmenso poder de la tecnología y la psicología modernas se emplean a todos los niveles para redefinir el significado y el valor de la vida humana. El asesinato institucionalizado (aborto y eutanasia) se ha convertido en un fenómeno masivo y global. Es el reino del crimen y de la mentira. - ¿Del Anticristo? - El espíritu del Anticristo ha estado entre nosotros desde el principio, pero parece haber dado un salto cualitativo en su guerra contra la raza humana. Utiliza a las personas y a los gobiernos en una reconfiguración de la vida sin precedentes, mediante leyes que violan principios morales absolutos basados en la Ley Natural y en la Revelación sobrenatural. - ¿Cómo podemos explicar la ceguera de tanta gente? - Los enemigos de Dios no saben a quién están sirviendo, y se justifican ante sí mismos con una suerte de “humanismo”. Un humanismo terriblemente mutante, que niega la humanidad a una buena parte de la humanidad. No debemos odiarles, pero ciertamente debemos plantarles cara. - Aunque usted no es en absoluto optimista, obras como «La última escapada» muestran que la resistencia al mal todavía es posible, y de hecho los lectores pasan la última página con un cierto sentimiento de victoria. - Me alegra esto que me dice. Ésa es mi esperanza. La verdad es que Dios ya derrotó al antiguo enemigo de la humanidad con la muerte de Cristo en la Cruz y su posterior Resurrección. Los frutos de su victoria sobre el mal aún no se han completado, y Él nos dijo que ello no sucedería hasta la consumación de los tiempos. Así que a nosotros nos queda la batalla final, una “Pascua” final que la Iglesia debe pasar antes de la restauración de todas las cosas en Cristo. Sugiero a los lectores que estudien devotamente los epígrafes 675 y 677 del Catecismo de la Iglesia Católica. - Uno de los puntos fuertes de La última escapada es la descripción de caracteres: mujeres y hombres normales sometidos a una enorme presión, que deben tomar decisiones que les sobrepasan y que marcarán el resto de sus vidas. ¿Esa tensión es inherente a la naturaleza humana, o constituye un lastre específico del hombre moderno? - Es propia de todos los hombres en todos los momentos de la historia. Siempre es un desafío para el hombre integrar amor y responsabilidad. Y en un tiempo de máxima tensión, eso se hace extremadamente difícil. - Porque interfiere ese poder ideológico e invasivo que citaba antes... - Claro. El Estado no puede atribuirse los derechos de las familias sin dañar gravemente los verdaderos fundamentos de la sociedad. La familia no puede abandonar sus responsabilidades sin causar un grave daño a los hijos. Una democracia auténticamente humana no puede sobrevivir mucho tiempo si no respeta la conciencia y los derechos de la familia, y el derecho de todo ser humano a la vida desde la concepción a su muerte natural. Si viola estos derechos, el Estado se convierte en un instrumento de destrucción para su propio pueblo. - Pero ¿por qué esos nuevos tiranos tienen tan buena fama? - Ha habido muchos tiranos a lo largo de la historia, que han puesto en marcha muy diversos planes ideológicos. Pero a esos tiranos casi siempre se les reconocía como tales. La forma más peligrosa de totalitarismo es, sin embargo, aquella que se presenta a sí misma como benéfica y salvadora. Es la más difícil de derrocar, porque nunca se revela completamente como es. En ese entorno psicológico-espiritual, la persona «normal» tiene grandes dificultades para comprender la realidad del mundo que le rodea. En tiempos complejos y de máxima tensión, es más cómodo vivir negando los hechos. Es más cómodo no luchar. Es entonces cuando se nos programa para ceder cada vez más ante el espíritu del mal. - Nathaniel Delaney, el protagonista de La última escapada, eligió luchar. - En mi novela cuento la historia de un hombre «normal», herido y debilitado por la vida pero que gradualmente comienza a despertar. Y al despertar, aprende a sacrificarse y a sufrir por los demás. Es así como descubre su propia humanidad. Encuentra la alegría en un lugar donde no hay alegría. Lo pierde todo, pero gana mucho más. - ¿A qué modelo responde Nathaniel? ¿Es un héroe? ¿Un mártir? ¿Un fanático? ¿Un hombre normal que afronta sus responsabilidades? - Nathaniel es un hombre como cualquier otro. Héroe a su pesar, pecador, desencantado, busca el amor en medio de una ecología social donde reina el miedo. Sólo el amor y la fe le sostienen, porque a su alrededor la sociedad ha fracasado, y él también ha fracasado personalmente en muchos sentidos. Es un hombre que en el pasado hizo muchas concesiones, un católico tibio, que tomó decisiones equivocadas en su vida. Es orgulloso, y también débil. Pero en lo más íntimo de su corazón busca el bien y la verdad. Cuando se ve ante una terrible elección, ante la que será la mayor prueba de su vida, comprende que él es más de lo que pensaba ser. Encuentra la verdad sobre sí mismo. - Y ¿cuál es la verdad sobre Michael O’Brien? Porque es usted un hombre polifacético: novelista, autor de ensayos y obras de pensamiento, periodista, pintor... ¿Cuál es su vocación genuina y original? - Mi vocación genuina y original es la de ser un hombre casado, marido y padre de seis hijos, y ahora abuelo. En cuanto a mi trabajo, soy, en primer lugar y sobre todo, pintor de arte religioso. Con ese oficio alimenté a mi familia durante treinta años. Escribir vino después, a partir de mis primeros ensayos sobre la fe y la cultura. Luego edité durante siete años una revista familiar católica, y en ese tiempo escribí mi primera novela («El padre Elías»), a la que siguieron otras. - ¿Qué ha descubierto trabajando en áreas tan distintas? - Viviendo todas esas vocaciones aprendí que lo fundamental es combinar la oración con un intenso trabajo para mejorar mi técnica como artista y escritor. Alterno mi tiempo entre pintar y escribir novelas. En los últimos años he ido abandonando el ensayo y el periodismo. Cuando estoy escribiendo un libro, no pinto. Cuando pinto, no escribo. Mi obra escrita me ha ayudado en mi trabajo visual como pintor. Y mi pintura me ayuda a ver con nuevos ojos mi escritura. - Es curioso que incluya la oración como parte de su trabajo. - La vocación al arte cristiano es algo sagrado. Es una vocación, no una profesión. Es una misteriosa relación de co-creación, y por eso la pintura y la escritura católicas, todas las artes, deberían empezar así: con nosotros, los artistas, de rodillas, implorando la gracia. Ése es el fundamento que permite dar buenos frutos en este mundo. Ése es el único principio para un auténtico renacimiento.