(Agencias/ReL) Entre los concelebrantes de la misa cabe destacar a los obispos auxiliares de Madrid, Fidel Herráez, César Franco y Juan Antonio Martínez Camino; Juan del Río, arzobispo castrense; Manuel Monteiro de Castro, nuncio del Papa en España; Gerharh Ludwing Müller, obispo de Ratisbona o Roberto Octavio, arzobispo de San Juan de Puerto Rico. A los nuevos sacerdotes En su homilía, el cardenal recordó a los ordenandos la grandeza de sus elección, «un don precioso, fruto de un extraordinario amor de Jesucristo para con nosotros». Una elección que, además de don, es "tarea, responsabilidad...", que vivió ejemplarmente San Juan María Vianney, el santo cura de Ars. Precisamente, acudiendo al ejemplo de este santo sacerdote, el arzobispo de Madrid y presidente de la Conferencia Episcopal invitó a quienes en breves momentos serían sacerdotes que su vocación es "enseñar a los hombres de nuestro tiempo el camino del cielo, una hermosa y apasionante vocación". Asimismo, les recordó que "los sacerdotes de Jesucristo están llamados a ser y vivir su vocación y su ministerio como un alter Christus -otro Cristro-". Y al referirse su ministerio destacó que "a nuestro corazón sacerdotal se nos ha confiado la obra de su amor más grande: la actualización permanente de su sacrificio redentor en el sacramento de la Eucaristía". Al sacerdote le duelen las miserias humanas, sobre todo las espirituales Rouco trató también la preocupación sacerdotal por las necesidades humanas. «A un sacerdote le duelen intensamente las miserias y pobrezas de todo género". Por tanto, "no puede por menos de sentirse herido por la pobreza que sufren tantas personas, cercanas y lejanas, por el desamparo de tantos niños desde el momento de su concepción hasta la mayoría de edad, por el abandono de ancianos y enfermos crónicos". Pero, "mucho más les duele el pecado, origen de tanto mal y que mata el alma y los corazones de los hombres". Agradecimientos Monseñor Rouco explicó que "la historia de toda vocación y vida sacerdotales se desarrolla en la Iglesia", y destacó "cómo tenemos que agradecer a todas aquellas personas, fieles de esa Iglesia, que han sido los instrumentos providenciales de ese amor para nosotros y para el conocimiento y crecimiento sobrenatural de nuestra vocación". En primer lugar, dijo, "a los padres, especialmente, a nuestras propias madres, aliento siempre de nuestra esperanza en el itinerario de nuestro sacerdocio y en la llegada a la meta de la ordenación sacerdotal; a los hermanos y hermanas –¡cuánto le debemos a algunas de ellas!– y los familiares… y la compañía humana y espiritual de los sacerdotes de nuestras parroquias y movimientos, nuestros formadores y profesores, nuestros entrañables amigos, ¡tantos y tan valiosos!, especialmente los amigos y hermanos sacerdotes". También agradeció "la inestimable e imprescindible compañía de la oración de tantas almas buenas que en lo escondido oran por nosotros", citando a "las hermanas de las comunidades de vida contemplativa que nunca nos fallan y siempre nos sostienen con la ofrenda esponsal de sus vidas a Jesucristo, el Esposo de la Iglesia". El Cardenal de Madrid concluyó encomendando a los nuevos presbíteros "a la Virgen de la Almudena. A Ella, Vida, Dulzura y Esperanza nuestra, me encomiendo yo también en esta acción de gracias que la misericordiosa del Señor nos ha concedido vivir. ¡Que interceda ante su Hijo, Sumo y Eterno Sacerdote de la Nueva Alianza, para que nos haga valientes y humildes predicadores del Evangelio y fieles dispensadores de sus Misterios!".