(ReL/Aci/Zenit) Al visitar ayer por la tarde a los enfermos en el Centro Nacional de Rehabilitación de Discapacitados de Yaundé, fundada en 1972 por el purpurado canadiense del que recibe el nombre, Cardenal Paul Emile Léger, el Papa Benedicto XVI les recordó que "no estáis solos en vuestro sufrimiento, porque Cristo mismo es solidario con quienes sufren. Él revela a los enfermos el lugar que tienen en el corazón de Dios y en la sociedad". En su discurso, el Santo Padre recordó que "el evangelista Marcos nos ofrece como ejemplo la curación de la suegra de Pedro" y que "en este pasaje del Evangelio vemos a Jesús que vive una jornada entre los enfermos para aliviarlos. Él nos revela también, con gestos concretos, su ternura y su benigna atención para con todos los que tienen el corazón golpeado y el cuerpo herido". El Papa señaló luego que "pienso también en todos los enfermos, especialmente aquí, en África, que son víctimas de las enfermedades como el SIDA, la malaria y la tuberculosis. Sé bien como con ustedes la Iglesia Católica está fuertemente empeñada en una lucha eficaz contra estos terribles flagelos, y los aliento a proseguir con determinación esta obra urgente". "A vosotros que sois probados por la enfermedad y el sufrimiento, a todas vuestras familias, deseo llevar de parte del Señor un poco de consuelo, renovaros mi aliento e invitaros a que os dirigáis a Cristo y a María, a quien Él nos ha dado como Madre. Ella ha conocido el sufrimiento y ha seguido a su Hijo en el camino hacia el Calvario, conservando en su corazón el amor mismo que Jesús ha venido a traer a todos los hombres". En presencia de "sufrimientos atroces, nos sentimos sobrepasados y no encontramos las palabras justas. Ante un hermano o una hermana inmerso en el misterio de la Cruz, el silencio respetuoso y compasivo, nuestra presencia sostenida por la oración, un gesto de ternura y consuelo, una mirada, una sonrisa, pueden hacer más que muchos discursos", prosiguió el Papa. En este sentido, el Papa recordó la figura del africano Simón de Cirene, de quien los Evangelios relatan que fue obligado a llevar la cruz de Jesús por los soldados romanos camino del Calvario. El Cireneo, recordó el Papa "no podía saber que él tenía a su Salvador ante los ojos", y "sólo tras la resurrección él pudo comprender lo que había hecho". "Así es para cada uno de nosotros, hermanos y hermanas: en el corazón de la desesperación, de la rebelión, Cristo nos propone su presencia amable aunque nos cueste entender que él está cerca. Sólo la victoria final del Señor nos desvelará el sentido definitivo de nuestras pruebas", añadió el Papa. Benedicto XVI explicó luego que Dios, "el Padre de todas las misericordias acoge siempre con benevolencia la oración de quien se dirige a Él. Él responde a nuestra invocación y a nuestro oración como Él quiere y cuando quiere, para nuestro bien y no de acuerdo a nuestros deseos". Por ellos, precisó, "está en nosotros discernir su respuesta y acoger los dones que nos ofrece como una gracia. Fijemos nuestra mirada en el Crucificado, con fe y coraje, porque de Él proviene la Vida, el consuelo, la curación. Sepamos mirar a Aquel que quiere nuestro bien y enjugar las lágrimas de nuestros ojos, sepamos abandonarnos en sus brazos como un niño en los brazos de su mamá". Seguidamente el Papa alentó a mirar a San José como "maestro de oración. No solamente los que tenemos buena salud, sino también ustedes, queridos enfermos y todas las familias. Pienso particularmente en ustedes que hacen parte del personal hospitalario y en todos aquellos que trabajan en el mundo de la sanidad. Acompañando a quienes sufren con vuestra atención y con las curas que dan, cumplen un acto de caridad y amor que Dios reconoce". Dirigiéndose luego a los investigadores y médicos, el Santo Padre indicó que "les espera poner por obra todo aquello que es legítimo para sobrellevar el dolor, espera a ustedes en primer lugar proteger la vida humana, ser defensores de la vida desde su concepción hasta su muerte natural". "Para cada hombre, el respeto a la vida es un derecho y al mismo tiempo un deber, porque cada vida es un don de Dios. Quiero, junto con vosotros, dar gracias al Señor por todos aquellos que, de una manera u otra, operan al servicio de las personas que sufren. Aliento a los sacerdotes y a quienes visitan a los enfermos a esforzarse con su presencia activa y amigable en la pastoral sanitaria en los hospitales o para asegurar una presencia eclesial a domicilio, para el consuelo y el sostenimiento espiritual de los enfermos. Según su promesa, Dios os dará el justo salario y los recompensará en el cielo". Finalmente, el Papa aseguró a cada uno de los presentes "mi afectuosa cercanía y mis oraciones. Deseo también expresar mi deseo que cada uno de ustedes no se sienta nunca solo. Espera a cada hombre, creado a imagen de Cristo, hacerse cercano a su prójimo. Confío a todos ustedes a la intercesión de la Virgen María, nuestra Madre, y a la de San José. ¡Que Dios nos conceda ser unos para los otros, portadores de la misericordia, de la ternura y del amor de nuestro Dios y que Él os bendiga!"