Poema heroico a Cristo resucitado
[fragmento]

Francisco de Quevedo (15801645)

Enséñame, cristiana musa mía,
si a humana y frágil voz permites tanto,
de Cristo la triunfante valentía,
y del Rey sin piedad el negro llanto;
la majestad con que el Autor del día
rescató de prisión al pueblo santo;
apártense de mí mortales bríos,
que están llenos de Dios los versos míos.

(...)

Pasaba el cielo al otro mundo el sueño
y en nueva luz las horas se encendían;
cedió a la aurora de la noche el ceño
y dudosas las sombras se reían;
el silencio dormido en el beleño
las guardas con letargo padecían,
cuando se vistió la Alma soberana,
en Cuerpo hermoso, la porción humana.

Cuando la piedra que el sepulcro cierra,
cuando la piedra que el sepulcro guarda,
aquélla con piedad, ésta con guerra
espantosa en la espada y la alabarda,
cuando ésta la razón de esotra encierra,
cuando aquélla la olvida y se acobarda,
en la Resurrección se les previno,
por la muerte, al vivir fácil camino.

Si cuando murió Cristo se rompieron
las piedras, que el dolor inmenso advierte,
mal los duros hebreos pretendieron
fabricarle con piedras cárcel fuerte:
como de sí, del mármol presumieron
la dureza, sin ver que, pues su muerte
le animó con dolor en su partida,
mejor le animará con gloria y vida.

Tembló el mármol divino; temerosa
gimió la sacra tumba y monumento;
vio burladas sus cárceles la losa;
de duplicado sol se vistió el viento;
desatóse la guarda rigurosa
del lazo de la noche soñoliento;
quiso dar voces, mas la lumbre santa
le añudó con el susto la garganta.

Es tal la obstinación pérfida hebrea,
que el bien que deseaban y esperaron
temen llegado, y temen que se vea;
buscaron luz, y, en viéndola, cegaron,
cuando, con ansia inútil, ciega y fea,
para sus almas muertas ya guardaron
sólo sepulcro, el que sirvió de cuna,
al que, vistiendo el sol, pisa la luna.

Levantáronse en pie para seguirle,
mas los pies de su oficio se olvidaron;
las armas empuñaron para herirle,
y en su propio temor se embarazaron;
las manos extendieron para asirle,
mas, viendo vivo al muerto, se quedaron,
de vivos, tan mortales y difuntos,
que no osaban mirarle todos juntos.

Apareció la Humanidad sagrada
amaneciendo llagas en rubíes;
en joya centellante, la lanzada;
los golpes, en piropos carmesíes;
la corona de espinas, esmaltada
sobre el coral, mostró cielos turquíes:
explayábase Dios por todo cuanto
se vio del Cuerpo glorïoso y santo.

En torno, las seráficas legiones
nube ardiente tejieron con las alas.
y para recibirle, las regiones
líquidas estudiaron nuevas galas;
el Hosanna, glosado en las canciones,
se oyó süave en las eternas salas,
y el cárdeno palacio del Oriente,
con esfuerzos de luz, se mostró ardiente.

La Cruz lleva en la mano descubierta,
con los clavos más rica que rompida;
la Gloria la saluda por su puerta,
a las dichosas almas prevenida;
viendo a la Muerte desmayada y muerta,
con nuevo aliento respiró la Vida;
pobláronse los cóncavos del cielo,
y guareció de su contagio el suelo.