(Susana Oviedo/Ultima Hora/ReL) Eran las diez y veinte de la noche cuando desesperada llegó a Primeros Auxilios, el hospital de emergencias que entonces funcionaba en la calle Brasil, para buscar a su hija que pocos minutos antes había sufrido un accidente. No se imaginaba la gravedad del percance. "El impacto había sido tan fuerte, tanto que su acompañante, una compañera, quedó detrás de mi hija en el asiento de atrás", recuerda. Su hija Carolina María Esther Ramírez llevaba un par de meses de haber regresado de los Estados Unidos. Esa noche había salido de la facultad de Ciencias Contables de la Universidad Católica y se dirigía a su casa al mando de su pequeño automóvil Suzuki. "Yo le llamaba la cáscara de nuez a su autito", detalla la madre. En la avenida General Santos, a la altura de la Misión de Amistad, se estrelló contra una camioneta. Aunque llevaba puesto el cinturón, se lastimó la cabeza con el impacto. Por entonces Carolina acababa de cumplir 21 años. "Aquella misma noche le retiramos de Primeros Auxilios y la trasladamos al sanatorio Migone. Allí hizo un paro, pero la reanimaron. Pero no pudo salvarse de las secuelas que le dejó el desprendimiento que sufrió en la base del cráneo. Su amiga Cira Bejarano falleció dos días después. Así comenzó nuestra odisea: después de un tiempo pasamos al hospital San Jorge donde permaneció internada unos dos meses", revive Ketty. El diagnóstico: Carolina sufrió una "lesión de la vía sensitiva a nivel del tronco cerebral o mesencéfalo". Quedó en estado vegetativo. "Se desconectó del entorno. Ella no entiende nada, no es consciente de sí ni de lo que pasa alrededor. Parece que escucha algo y que en el ojo izquierdo ve un poquito, pero no entiende lo que ve. Hoy, a 17 años y 5 meses está delgadita y al no usar los músculos, se le van atrofiando, hay movimientos que ya no puede hacer. La alimentamos por medio de una sonda conectada directamente al estómago (gastrostomía)", describe Ketty el estado de su hija, que es la tercera de sus 4 hijos. El Impacto Cuando se confirmó que su cuadro sería irreversible, la llevaron a casa y los primeros doce meses el cuidado de la joven estuvo a cargo de su hermana mayor y su madre. "Al principio tuve esperanza de que su estado pudiera revertirse. Como madre no podía renunciar a eso", Pero no sucedió. La atención de 24 horas que demanda una paciente como Carolina y el tenerla en estado vegetativo produjo efectos. "A mi hija mayor le pasabas los dedos por la cabeza y le salían mechones de su pelo. Era el estrés. Buscamos asistencia psicológica. Nos recomendaron intentar que mis demás hijos hicieran una vida normal y que contratara enfermeras para cuidar a Carolina". Para Ketty el desgaste no sobreviene por la atención que demanda la paciente. "Ella solo precisa ser alimentada, hidratada, que se le higienice y se le cambie de postura cada dos horas para evitar las escaras. Lo que golpea es verla disminuida, en una condición menor que la de un bebé, ya que éste si tiene hambre, llora. Ella, en cambio, nada". Verla así, equivale a tener una herida abierta "a la que te echan alcohol todos los días". Para no desfallecer hacen falta mucho cariño, paciencia y fortaleza espiritual, resalta. Por eso le cuesta comprender a los padres de la italiana Eluana. La italiana que también sufrió un accidente de tráfico en 1992 cuando volvía en coche de una discoteca. Tenía 21 años. La brutalidad del impacto le había causado un coma profundo y lesiones cerebrales. Quedó en estado vegetativo. "Para mí, les faltó ponerle más amor. Cuánta gente en nuestras campiñas, en medio de la pobreza cuidan y tienen dignamente a un ser querido que ya no se vale de sí", dice. Disponer sobre la vida de otra persona es un acto demasiado grande. "Más aún si esa otra persona se encuentra en situaciones como la de Eluana, que ni siquiera podía mover un dedo, o como está mi hija", destaca. No comprende por qué la familia Englaro en lugar de luchar por acelerar la muerte de la hija, no encargó su cuidado a alguna institución. Para ella este caso sabe a "sacarse el fardo de encima". Ketty se siente agradecida con Dios porque su hija Carolina continúa viva. Todo lo ocurrido con ella, asegura, les ha representado a sus otros hijos y a ella una gran lección de vida. Por eso, reitera, "ni por asomo la eutanasia. Nosotros respetamos la vida". Una joven hiperactiva Carolina María Esther Ramírez Ríos cursaba el segundo semestre de Ciencias Contables en la Universidad Católica. Practicaba paddle, tenis, e iba al gimnasio. "Desde las 6 de la mañana ya estaba activando", dice la madre. La joven fue alumna de los colegios Cristo Rey, María Auxiliadora y Las Teresas, sucesivamente. "Hasta hoy sus ex compañeras se acuerdan de su cumpleaños", cuenta Ketty. También le acercaron sus tarjetas de boda y de colación de la UC. "Fueron momentos muy tristes para mi", dice llorando. Fortaleza espiritual "Hola, mi amor: mirá, vienen a visitarte", le dice Ketty a su hija, quien, como si comprendiera voltea la cabeza hacia su madre que se inclina y la llena de besos. En la pequeña habitación de Carolina María Esther, se encuentra María Selva, una de las tres enfermeras que se turnan para cuidar a la joven mujer. "Estamos viendo la novela", dice. En este tipo de circunstancias, aclara Ketty, es clave el aspecto espiritual. "Cuando ocurrió el accidente, yo ya pertenecía al movimiento de los carismáticos, dirigido por el padre Bogado (Vicente). Espiritualmente estaba preparada", dice. No obstante, reconoce que en más de una ocasión se sintió abatida. "Afortunadamente el padre Bogado siempre estuvo ahí".