-Paginasdigital.es: El pasado 20 de marzo el semanario Alfa y Omega publicaba una entrevista a Julián Carrón en la que le preguntaban sobre lo que significa para la comunidad cristiana el momento que se está viviendo en Italia y España. Afirmaba que esa situación problemática es “ ante todo, una circunstancia para una verificación de lo que cada uno de nosotros amamos, y también para desenmascarar la ambigüedad que puede haber en cada circunstancia humana, por su naturaleza limitada” ¿Qué le parece esta afirmación? -Sanz Montes: Desde el envío misionero de Cristo a los discípulos, justo en el momento de volver Él al Padre, la Iglesia no ha hecho otra cosa que anunciar a cada generación el Evangelio. Cada tramo de la historia de estos dos mil años nos ha puesto delante un sinfín de culturas, de poderes, de retos que han dibujado la trama del sujeto humano que teníamos delante. En cada época se han vuelto a plantear las viejas preguntas del corazón humano, sus exigencias más verdaderas e insobornables, y cada época las ha podido abrazar o traicionar como la historia nos enseña. Lejos de rasgarnos las vestiduras, o de reducir nuestro juicio sobre el momento que vivimos en Italia o en España al toma y daca de quienes están en un gobierno o en una oposición, creo que es justa la afirmación de Julián Carrón: verificar lo que amamos en medio de una circunstancia concreta que nos afecta. Porque al responder sobre lo que amamos, estamos posicionándonos ante la ambigüedad que en cada momento debe ser desenmascarada. Son muchos los chantajes que pretenden utilizar nuestras preguntas más verdaderas, para que consumamos las respuestas más manipuladoras. Los campos de la familia, la educación y la libertad son especialmente indicadores de esta estrategia que siempre ha enarbolado el poder dominante. Por esa razón, sólo quien vuelve continuamente a su corazón, a las preguntas que como exigencia de felicidad, de verdad, de belleza, de libertad están ahí escritas, sólo quien verifica lo que cada uno de nosotros ama, puede mirar de frente y sin miedo la ambigüedad de una circunstancia que pretenda enajenarnos desde la impostura o la pretensión de un poder. -Paginasdigital.es: También se le preguntaba por la respuesta posible, por el modo en el que los católicos pueden construir una presencia. Sostenía que “ en la situación actual, en la que -como hemos visto- no basta la reacción a las provocaciones de los otros, estamos impulsados a descubrir de nuevo la originalidad del cristianismo. Hace falta una presencia original, no reactiva. Como cristianos, no hemos sido elegidos para demostrar nuestras capacidades dialécticas o estratégicas, sino únicamente para testimoniar la novedad que la fe ha introducido en el mundo (...) Una fe madura se expresa en obras en las que se expresa el deseo del hombre y, de este modo, ofrece una contribución a la vida social” . ¿Cómo ve esta propuesta de presencia original que se apoya, sobre todo, en el testimonio? -Sanz Montes: La provocación es un recurso habitual de quien desea tenernos siempre como adversarios, obligándonos a cavar una trinchera enfrente. Sobre todo quien cree que goza de una superioridad política y mediática, aunque no siempre moral, se empeña en esta provocación sistemática y transversal. Yo creo que hay que saber reaccionar sin convertirnos en reaccionarios, esgrimir con inteligencia nuestras razones sin caer en el seguidismo de quien va a rebufo del provocador. Pero la mejor reacción y la mejor muestra de nuestras razones consiste en el testimonio, como acertadamente señala Julián Carrón: en dejar que las obras cuenten y narren nuestra mejor respuesta. Podemos decir con palabras lo que la vida no grita, y entonces entramos en una dialéctica vacía y estéril, porque hemos reducido la reacción inteligente a un simple discurso que provocará otro discurso al que con otro discurso habría que responder. No sólo esto es cansino, no sólo es inútil, sino que además nos debilita, porque nos encierra en esa trinchera que al final terminamos cavando para ser reaccionarios del bla-bla-bla. Si la familia, la educación o la libertad religiosa quedan en entredicho o son amenazadas por el poder dominante de turno con todos sus recursos y tentáculos, sepamos dar respuesta adecuada, creativa y razonable, pero sobre todo presentemos la verdadera familia, la auténtica educación y los frutos de una fe libre y adultamente profesada. Las palabras se las lleva el viento o se acorralan en el laberinto dialéctico sin más. El testimonio, las obras, la vida, son algo objetivo que se puede ver y palpar. Como sucedió en Madrid el pasado 30 de diciembre con motivo de aquella manifestación cristiana sobre la familia, no fueron las palabras que se pronunciaron lo que al poder dominante irritó, sino la palabra de un pueblo que se dejó ver, la palabra que se exhibió. -Paginasdigital.es: El entrevistador preguntaba si una presencia así basta para afrontar el choque de un mundo que se ha alejado progresivamente de la Iglesia y de la fe. Carrón retoma las palabras que Giussani, fundador del movimiento de Comunión y Liberación, pronunció después de la derrota de los católicos italianos en el referéndum sobre el aborto de 1981: “Este es un momento en que sería hermoso ser sólo doce en todo el mundo. Es decir, es justamente un momento en el que empezar de nuevo desde el principio, porque nunca ha quedado tan demostrado que la mentalidad común ya no es cristiana. El cristianismo como presencia estable, consistente, y por tanto capaz de tradere, de tradición, de comunicación, de crear tradición, ya no existe: tiene que renacer. Debe renacer como solicitación a la problemática cotidiana, es decir, a la vida cotidiana”. Sanz Montes: Confieso que me han conmovido estas palabras y la cita que Carrón hace de la frase de Luigi Giussani. Porque lejos de caer en el tremendismo pesimista de una derrota cualquiera, el cristianismo siempre ha sabido renacer de sus propias cenizas como el mejor ave fénix. Esto es lo que se llama paradoja: que unas cenizas que simbolizan el ocaso de una destrucción, sean la ocasión para volver a empezar. No es el mito griego lo que nos orienta, sino la certeza judeocristiana que ha sabido conjugar la paradoja como verdadera brújula de su iter peregrino hacia el destino final. La paradoja de un pequeño David que vence al gigante Goliat, la paradoja de pocos panes y peces que logran saciar a una multitud, la gran paradoja de un crucificado que muere y resucita en gloria para siempre. Por este motivo, me parecen verdaderamente oxigenantes, aire fresco, el que lejos de enrrocarnos en un síndrome de vencidos, los cristianos renacemos al empezar de nuevo comunicando lo que hemos encontrado, cuando en una situación como la nuestra la tradición cristiana se ha debilitado hasta el extremo, haciendo que la mentalidad común sea tan extraña al cristianismo. Aunque fuéramos doce, como al principio, estaríamos en la misma apasionante y apasionada situación de ellos: id y anunciad el Evangelio, haced discípulos, bautizad. Estos imperativos que han cruzado los dos mil años cristianos, han gozado de la misma compañía de Cristo que Él prometió, y han acertado a regenerar al sujeto cristiano dentro de la vida cotidiana. Sin nostalgias por tiempos pasados, sin prisas de tiempos por venir, vivimos este presente de nuestra historia siendo el eslabón viviente de esta larga cadena de la fe. Volver a empezar significa que no somos deudores de ningún privilegio, sino de un factor vivo que Dios ha introducido en nuestra historia, su propio Hijo, y que es capaz de proponer con esperanza una salvación que toma en serio nuestras preguntas sin utilizarlas pretenciosamente jamás. Esta certeza nos permite no sólo construir una nueva cultura, sino dialogar serenamente con cualquier posición que acepte ese punto de partida en el que todos somos iguales: la búsqueda de la verdad, el bien y la libertad. Para nosotros cristianos y para todos, eso que reclama nuestro corazón, se ha hecho rostro en Cristo, quien abrazando nuestras preguntas nos ha ofrecido una respuesta correspondiente como ninguna más.