(Zenit) La cultura europea necesita una nueva esperanza, que sólo podrá evitar la desilusión y la frustración en la medida en que se abra a la verdad sobre el hombre. Lo sugiere Mariano Fazio (Buenos Aires, 1960), profesor ordinario de Historia de las Doctrinas Políticas en la Facultad de Comunicación Social de la Pontificia Universidad de la Santa Cruz de Roma. En esta entrevista, explica el papel de los intelectuales cristianos en el período de entreguerras y afirma que «Maritain y muchos otros, en particular Etienne Gilson y Christopher Dawson, hacen propuestas que van en la línea de una "sana laicidad", preconizada por el Vaticano II, Juan Pablo II y Benedicto XVI». Lo sostiene en el libro «Cristianos en la encrucijada», publicado por Rialp (www.rialp.com). El rector, autor también de «Historia de las ideas contemporáneas», propone «no avergonzarnos de lo que nos tiene que enorgullecer sanamente, y a hacer valer, con los métodos democráticos, sin violencia y siempre con amor, misericordia y una sonrisa en los labios, la visión cristiana de la vida y de la sociedad». --¿La exclusión de Dios es la causa de la crisis de la cultura europea? --Me parece que la crisis de la cultura occidental se hace consciente durante y después de la Primera Guerra Mundial, cuando las visiones cerradas a la trascendencia mostraron su poder destructivo. Eran los portaestandartes de las falsas esperanzas de las que habla Benedicto XVI en su última encíclica. Las promesas incumplidas de paraísos en esta tierra --utopías nacionalistas, positivistas, marxistas-- abrió espacio a la desesperanza, al relativismo y al escepticismo en la capacidad de la razón de encontrar la verdad. La cultura europea necesita una nueva esperanza, que sólo podrá evitar la desilusión y la frustración en la medida en que se abra a la verdad sobre el hombre, que encuentra en Dios su fundamento. --¿Es pensable hoy día una «nueva cristiandad» tal y como la proponía Maritain y algunos autores del período de entreguerras? --En mi libro presento distintas propuestas que algunos intelectuales de la primera mitad del siglo XX han barajado para recristianizar la sociedad. Una de ellas es la de Maritain. Considero que toda cultura es susceptible de ser llevada a su plenitud gracias al fermento del Evangelio. Por lo tanto, también en el caso de la cultura europea secularizada. La Modernidad ha llevado adelante un proceso muy positivo de toma de conciencia de la autonomía relativa de las cosas temporales, que presenta una plataforma adecuada para dar un tono cristiano a la sociedad, sin correr el riesgo del clericalismo, que tanto daño hizo a la vivencia cristiana en los siglos anteriores. Cuando hablo de clericalismo me refiero a la confusión entre los órdenes natural y sobrenatural, entre lo político y lo espiritual, el no haber sacado las consecuencias de la frase «Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios». Maritain y muchos otros, en particular Etienne Gilson y Christopher Dawson, hacen propuestas que van en la línea de una «sana laicidad», preconizada por el Vaticano II, Juan Pablo II y Benedicto XVI. --¿Qué se ganaría con una sociedad cristiana a la manera del intelectual Eliot? --Lo que más me gustaría destacar de la propuesta de Eliot es la íntima unión que hay entre una sociedad inspirada cristianamente y una sociedad que respeta el orden natural. Eliot incluso habla de los daños ecológicos que han producido las ideologías cerradas a la trascendencia. La inspiración cristiana de la sociedad traería como consecuencia el respeto a los dos derechos humanos fundamentales, el derecho a la vida y a la libertad religiosa, una propuesta educativa más pluralista que la que difunden los principales estados europeos, y un fortalecimiento de la familia como célula vital de la sociedad. --El carácter público de la fe y la coherencia entre fe y vida son dos ejes que se deberían recuperar, según su análisis. ¿Cuáles son los obstáculos? --Todos los autores que he estudiado subrayan la necesidad de ser coherentes entre lo que se cree y lo que se predica. El ejemplo de vidas cristianas coherentes y alegremente vividas es el medio más eficaz para dar un poco de oxígeno a esta cultura que a veces asfixia por su cerrazón a la trascendencia. El principal obstáculo me parece que son los respetos humanos, la falta de audacia para proclamar con nuestras vidas los valores y la belleza de la dignidad de la persona humana por miedo a ir contracorriente, para no ser "políticamente incorrectos". Los cristianos tenemos un tesoro en nuestras manos: conocemos el sentido último de la existencia, que en definitiva es el amor de Dios por el hombre, manifestado en la Encarnación. Vamos a no avergonzarnos de lo que nos tiene que enorgullecer sanamente, y a hacer valer, con los métodos democráticos, sin violencia y siempre con amor, misericordia y una sonrisa en los labios, la visión cristiana de la vida y de la sociedad.