(Álvaro Ybarra / J. J. Borrero/Abc) Cuando se le comenta la expectación que hay en Sevilla ante su toma de posesión, suspira, mira al techo y dice «espero no defraudar». Estamos en su despacho del Obispado de Córdoba. Mañana lo dejará para llegar en tiempos de crisis a la que será en el futuro su Archidiócesis, Sevilla, de la que confiesa le queda casi todo por explorar, aunque siempre parece que sabe más de lo que, por la discreción propia de un ministro de la Iglesia, dice. —Llega usted como obispo coadjutor a una Archidiócesis importante en una coyuntura de crisis. ¿Coincide con los que opinan que la crisis económica es producto de la crisis de valores? —La crisis de valores es la génesis de esta pavorosa crisis económica que sufrimos. La ética, la solidaridad, la atención a los demás, el lucro razonable... se han olvidado. Dios quiera que esta crisis suponga una oportunidad para la recuperación de muchos valores que se estaban perdiendo. —¿Y qué hacer desde la Iglesia? —El primer pilar del Plan Pastoral es la Eucaristía, el segundo el servicio a los pobres. Ese es un criterio fundamental, como lo es la actividad de Cáritas, ante las necesidades cada vez mayores. Hay un alarmante aumento de las personas sin techo y hasta aquí llegan personas que piden que se les pague el recibo de la electricidad... Afortunadamente se ha incrementado extraordinariamente también la aportación de los fieles a Cáritas. La Iglesia es el último recurso de los pobres entre los pobres. —¿Y la palabra, su efecto balsámico? ¿No son necesarias mejores homilías? —En el último sínodo se reconoció la necesidad de mejorar la calidad de las homilías. Hay que reconocer que son manifiestamente mejorables. Hay que prestar más atención a la palabra de Dios, centrarnos no en nosotros sino en Jesucristo y, además, no prescindir de la realidad. —Toda esta situación se produce, además, en un marco de claro avance de la secularización. —La secularización envolvente es la causa fundamental de la desaparición de Dios del horizonte de la vida diaria de muchos conciudadanos nuestros. Esta realidad condiciona gravemente la vida y la acción de la Iglesia. Sin embargo, estoy convencido de que tan grave o más que la secularización que nos viene de fuera, es la secularización interna de la Iglesia, que los obispos españoles hemos denunciado en los dos últimos planes pastorales, y que se concreta en una especie de mimetismo con la cultura secular y en la propensión a bajar los listones de exigencia en el campo de la doctrina o de la moral para no hacer antipático el Evangelio. Es ésta una realidad fatal, que se traduce en falta de dinamismo y entusiasmo, y que todos tendríamos que superar viviendo el radicalismo evangélico y la alegría de ser cristianos. El problema es fundamentalmente doméstico y sólo se superará por los caminos de la santidad y del entusiasmo apostólico y misionero de los orígenes, y a través de comunidades vivas, fraternas y dinámicas, que hacen creíble y atractivo el Evangelio ante los no creyentes, los que se han marchado y los jóvenes. —¿Por qué negar a Dios está de moda? —Las causas son múltiples. El Concilio Vaticano II señaló entre otras la existencia del mal en el mundo, las falsas imágenes de Dios, la absolutización del método experimental, de tal modo que todo aquello que no puede experimentarse en el laboratorio, no existe; y sobre todo, la falta de testimonio de los creyentes de todas las religiones y, por lo que a nosotros respecta, de nosotros los cristianos, que muchas veces no vivimos nuestra fe y nuestro compromiso cristiano con autenticidad y coherencia, y en consecuencia, velamos el rostro de Dios y de la religión, en vez de revelarlo. —Ideales tan enraizados en el pensamiento cristiano como la solidaridad, la ecología, la no violencia... han sido tomados como banderas por un concepto disperso pero eficaz como es el progresismo, el mismo que promueve el aborto. ¿Fallo técnico en el control de masas? —A mí me alegra que las ideologías progresistas hayan adoptado como bandera los valores que señalan, que ciertamente están en la entraña del Evangelio. Me gustaría que dieran un paso más y que en su apuesta por los más desfavorecidos incluyeran también a los más débiles e indefensos, la vida humana concebida y no nacida, pues el derecho a la vida comienza desde el momento de la concepción. Por otra parte, el ser humano concebido no es un apéndice del cuerpo de la madre, del cual ella se puede desprender a su antojo. No pierdo la esperanza de que poco a poco se vaya afianzando en nuestra sociedad la cultura de la vida, como empieza ya a ocurrir en otras latitudes geográficas, lo cual no deja de ser un signo de esperanza. —Usted ha participado recientemente en la Jornada por la Familia. Hay quienes consideran que hay un claro trasfondo político tras este tipo de movilizaciones multitudinarias. ¿Qué opina? —Efecticamente, participé en la Eucaristía de Colón en el día de la Sagrada Familia. Yo fui a rezar, como todos los que allí nos congregamos, y a dar testimonio de la perenne vigencia de la institución familiar, primera célula de la sociedad y de la Iglesia. No tengo conciencia de haber sido manipulado políticamente por nadie. —¿Tiene motivos la Iglesia para sentirse acosada políticamente? —Sí. No estamos en el mejor de los mundos. Digamos que no vivimos en una situación confortable. La cultura ambiental nos crea dificultades para el anuncio del Evangelio. —¿Está usted entre los Hombres de Rouco? —Conozco la Conferencia Episcopal desde septiembre de 1993, en que llegué como vicesecretario general y siempre me ha admirado la unidad y cohesión interna de sus miembros. Nuestros diálogos son siempre serenos y respetuosos y las diferencias son sólo de matiz. Por lo demás, quiero decir que yo pretendo ser sólo de Jesucristo. —¿Cómo ha sido la relación con al alcaldesa comunista de Córdoba, Rosa Aguilar, y cómo concibe las relaciones de la Iglesia con las Administraciones? —La relación ha sido excelente. Se siente cristiana, y en una ciudad donde la Iglesia tiene tanto peso hemos colaborado en el servicio al bien común, lo cual en absoluto me ha restado libertad en mi servicio pastoral. Le estoy muy agradecido. Nunca me negaré a colaborar con las autoridades legítimas, sean del signo que sean, en todo aquello que pueda servir al bien general, manteniendo mi independencia, que no es incompatible con la colaboración. Ellos y yo servimos al mismo pueblo. Monseñor Asenjo, en un momento de la entrevista —Entre sus logros resalta haber logrado la pacificación de las relaciones entre la Junta de Andalucía y CajaSur. ¿En qué faceta se encuentra mejor, la de economista o la diplomático? —En ninguna de las dos. Ni soy economista, porque mis estudios, mis lecturas y mis aficiones han ido por otro camino, ni soy profesional de la diplomacia. Soy pastor. Sí creo que tengo una cierta capacidad para dialogar y entenderme con las personas. En el caso de CajaSur hice lo que debía hacer con el mejor espíritu de servicio a la Iglesia, a la sociedad cordobesa y a la propia entidad. Pero esta faceta ha sido fundamentalmente espiritual y pastoral y no se agota en mi relación con la Caja. —¿Cómo ve lo de la Caja única andaluza? —Es éste un asunto que se sale de mi competencia. Estoy seguro de que quienes lo impulsan buscan lo mejor para Andalucía. Si usted me pregunta si CajaSur debe integrarse, le respondo que estoy muy de acuerdo con los patronos en el sentido de preservar la singularidad de la caja y su vinculación a Córdoba y a la Iglesia. —¿Tiene noticias de la situación económica de Archidiócesis de Sevilla? ¿Conoce su presupuesto para 2009? —Sinceramente no. Ignoro incluso si ya está elaborado. De cualquier forma, me imagino que la economía de la Archidiócesis será tan modesta como las de las demás diócesis españolas, que necesitan de la ayuda de los fieles para retribuir modestamente a sus sacerdotes y al personal colaborador, mantener el culto, el apostolado, el Seminario, el patrimonio cultural, construir nuevos templos y servir a los pobres. —¿Temeroso ante el reto del sostenimiento económico de la Iglesia? —Sinceramente no. Estoy seguro de que nuestro pueblo seguirá ayudándonos en este campo, tanto a través de la asignación tributaria como con sus donaciones. No es éste, por lo tanto, el tema que más me preocupa en el horizonte inmediato de la Iglesia en España. —Vivirá en el Seminario. ¿Un buen observatorio para conocer la realidad interna de una Diócesis? —Más bien hay que decir que dormiré en el Seminario, pues trabajaré en el Arzobispado, saldré a las parroquias y estaré mucho tiempo en la carretera, pues deberé viajar dos días en semana a Córdoba como administrador apostólico hasta la llegada del nuevo obispo. Esto no quiere decir que me inhiba en relación con el Seminario, que es el corazón y la esperanza de la Diócesis. Iré conociendo poco a poco a los formadores y a los seminaristas y procuraré alentarles en la vivencia final y gozosa de su vocación. —Fíjese que hay quien piensa que usted utilizará el Seminario como cuartel de invierno en una previsible polémica interinidad... —No tengo ningún miedo a la convivencia con el cardenal. En agosto de 1993 tuve el honor de enseñar al cardenal Amigo mi ciudad y tuve entonces oportunidad de tratarlo. Estoy seguro de que la nuestra será una excelente relación. No soy hombre polémico, y monseñor Amigo es un hombre razonable. Sé cuál es mi papel y en mí tendrá a un colaborador leal para ayudarle en la labor pastoral, insertado en la dinámica diocesana. Nunca me negaré a colaborar con las autoridades legítimas, sean del signo que sean, en todo aquello que pueda servir al bien general, manteniendo mi independencia. —¿Le han encomendado ya algún área específica? —Permítame que eso lo reserve al secreto profesional. —¿Qué mensaje da a los sacerdotes sevillanos? —Les digo que estoy deseando conocerlos y que pretendo estar cerca de ellos para ayudarles y acompañarles en su fidelidad y en su entrega a Jesucristo, nuestro único Señor, y a los fieles que la Iglesia les ha encomendado. Que me consideren ya como hermano y amigo. —¿Y qué diría a quienes se están planteando ahora ser sacerdotes? —Les digo lo mismo que les dijo el Papa Juan Pablo II en su última visita a España en mayo de 2003. Vale la pena dedicarse a la causa de Cristo y por amor a Él dedicarse al servicio del hombre. Vale la pena entregar la vida al servicio del Evangelio y de los hermanos. Es también mi propia experiencia y la de tantos presbíteros que viven gozosamente su sacerdocio. —Uno de su logros en el Obispado de Córdoba ha sido incrementar las vocaciones. ¿Dónde estuvo la clave? —En febrero de 2008 acudí junto a 97 seminaristas cordobeses con motivo del 425 aniversario de la creación del Seminario de Córdoba. La Diócesis tiene los sacerdotes que necesita y en pocos años podrá aportar sacerdotes a otras. La causa de esto creo que está en muchos factores, entre ellos que la sociedad andaluza, el sur de España, está menos secularizado que el norte. En buena parte hay que atribuir esto a la religiosidad popular. Y también es producto de un buen trabajo de la pastoral juvenil. Estoy de acuerdo con los patronos de CajaSur ante el proyecto de caja única andaluza en el sentido de preservar la singularidad de la caja y su vinculación a Córdoba y a la Iglesia. —¿Considera a las cofradías un gran banderín de enganche para la Iglesia? —Precisamente un buen número de estos sacerdotes proceden del mundo de las cofradías. Es una realidad ante la que un obispo no puede estar de espalda, pero es otra realidad de la Iglesia, de su vida pastoral. —Pues en Sevilla hay quien cree que la Iglesia son sus cofradías. —Estoy seguro de que ésta no es una apreciación justa. Las cofradías son muy importantes y una parte no desdeñable de la vida de la Iglesia, pero al mismo tiempo están funcionando las parroquias con sus cultos, sus catequesis, sus grupos de formación y sus Cáritas; y los distintos grupos apostólicos y movimientos, muchos de ellos con un gran dinamismo y frescura y gran fecundidad apostólica. He dedicado mucho tiempo a las cofradías en Córdoba. En todos los encuentros he predicado la verdadera identidad de las cofradías como parte de la Iglesia y no se pueden descalificar como si fueran un subproducto religioso. —Usted ha advertido que la estética está muy bien sin olvidar la ética. ¿Un mensaje claro a las cofradías? —En mi primera Semana Santa cordobesa quedé sobrecogido por la belleza y plasticidad de sus procesiones, que encierran muchas posibilidades catequéticas y evangelizadoras de cara a la transmisión de la fe, especialmente a los niños y jóvenes, y que en ocasiones, pueden ser una llamada no desdeñable a la conversión. Con todo, reducir la vida de las cofradías y hermandades a la estética, sería quedarse en la periferia, sin entrar en el meollo de los misterios que las procesiones representan. Aparte de la estética, las hermandades deben cuidar la vida cristiana de sus miembros, su formación, y su acción caritativa y social. Ni soy economista ni diplomático. Soy pastor, creo que con cierta capacidad para dialogar. —En tiempos de crisis, ¿hay que bordar mantos para sostener el empleo en los talleres o hay que comprar más mantas? —Creo que las dos cosas. Me imagino que en Sevilla, más incluso que en Córdoba, existen multitud de artesanos y artistas que viven de la llamada piedad popular, que da pan y trabajo a muchas personas. Por lo tanto, no debemos menospreciar este quehacer. Pero además es preciso dar mantas, alimentos y medicinas, e incluso ayudar a pagar el recibo de la luz a las primeras víctimas de la crisis económica, que son nuestros hermanos más pobres, como están haciendo ejemplarmente nuestras Cáritas y nuestras parroquias. —Usted es presidente de la comisión de Patrimonio Artístico de la Conferencia Episcopal. En Sevilla, una iglesia monumental como Santa Catalina está en ruinas a la espera de una intervención integral similar a la del Salvador, que se pudo restaurar gracias a una campaña iniciada con una cuestación popular. ¿Cuál es su opinión sobre el uso cultural de edificios religiosos como medio para asegurar su conservación? —Pienso que en este asunto debemos ser muy prudentes. No me opongo a un uso cultural razonable, de acuerdo con las directrices de la Santa Sede en esta materia. Estos edificios, sin embargo, nacieron para el culto y la evangelización. Destinarlos de forma indiscriminada a otros usos es secularizarlos y envilecerlos. Cumpliendo su destino primigenio ya sirven al bien común y hacen cultura. Sólo por ello son acreedores a la atención de los poderes públicos en su correcta conservación. —Qué le llega desde Sevilla, de su realidad política, económica, social... —La realidad política es la que es. Me parece prematuro y frívolo pronunciarme hasta tanto no conozca mejor las realidades a las que usted alude. Pero sí hay una cosa que me duele y es todo lo que sabemos de los efectos de la crisis. Me duele el sufrimiento de los pobres, de los sin techo, de los parados, de los inmigrantes y de tantas familias que están sufriendo las consecuencias de esta crisis.