(Pablo J. Ginés / La Razón) En el Occidente antiguo, el Papa recuerda al matrimonio de santa Silvia con el senador Gordiano, un ejemplo de político íntegro en el siglo VI. De ellos aprendió su hijo, san Gregorio Magno, que fue político de joven. Ya como Papa, salvó Roma de los bárbaros lombardos y del abandono bizantino, reorganizó la liturgia (de donde surgió el «canto gregoriano») y evangelizó la lejana Inglaterra. A caballo entre el siglo XIX y el XX, Benedicto XVI propone los dos únicos casos, por el momento, de matrimonios que han subido conjuntamente a los altares. En octubre de 2001 era beatificado el matrimonio de Luigi y Maria Beltrame, el primero que aceptaba un solo milagro para dos siervos de Dios, ya que el joven Gilberto Grossi se curó de su enfermedad ósea después de rezar a ambos esposos de forma conjunta. Maria había sido enfermera voluntaria en Etiopía y en la Segunda Guerra Mundial, durante la cual acogieron en su casa a familias de refugiados. En la postguerra, organizaron grupos de «scouts» católicos entre los huérfanos y niños de la calle. Ella era maestra y él llegó a ser vice-abogado general del Estado italiano. Tuvieron cuatro hijos: una monja, dos sacerdotes y una madre de familia. Octogenarios, todos acudieron a la beatificación de sus padres. «Entre mamá y papá se dio una especie de carrera por crecer espiritualmente», dijo su hijo, el padre trapense Paolino, que co-ofició la misa con su hermano Tarsicio, cura diocesano. Otro ejemplo es el de los padres de santa Teresita de Lisieux, el matrimonio de Louis Martin y Zélie Guérin, que tuvo nueve hijos, cuatro de los cuales murieron siendo pequeños. Las cinco hijas restantes se hicieron monjas. Fueron beatificados el pasado 19 de octubre de 2008, una vez acreditada la curación milagrosa en 2002 del bebé italiano Pietro Schiliro. Una madre, martirizada con sus cuatro hijas monjas en 1936 El Papa ha propuesto también el ejemplo de una familia que sufrió el martirio en 1936. Se trata de María Teresa Ferragud Roig, valenciana de 83 años, de Acción Católica, ejecutada después de ver cómo mataban a sus cuatro hijas monjas, que ocultaba en su casa. María Jesús, María Felicidad y María Verónica Masiá Ferragud eran clarisas capuchinas de Agullent. Josefa era agustina descalza. Cuando los milicianos cogieron a las cuatro hermanas, ella dijo: «Donde van mis hijas, voy yo». A ellas las animaba diciendo: «Hijas mías, no temáis, esto es un momento y el cielo es para siempre». Mataron a las monjas, una a una, delante de su madre y dijeron a la anciana: «Oye, vieja, ¿tú no tienes miedo a la muerte?». Ella contestó: «Toda mi vida he querido hacer algo por Jesucristo y ahora no me voy a volver atrás. Matadme por el mismo motivo que a ellas, por ser cristiana». Era el 25 de octubre de 1936, fiesta de Cristo Rey. Desde el primer momento, el pueblo las consideró mártires, asesinadas sólo por ser profundamente religiosas. Juntas fueron al martirio y juntas fueron beatificadas, la madre y sus cuatro hijas, en marzo de 2001. No abundan los casos de padres e hijos adultos que mueren juntos por la fe.