(Pablo J. Ginés/La Razón) Hace mucho frío y amenaza lluvia. Todo vale contra el frío, gorros andinos, de esquiador, coquetas boinas en quinceañeras maquilladas que recorren la plaza cogidas del brazo... La voluntaria junto al estrado de la prensa se ha teñido el pelo de mechas azules y verdes. Todos los registros de la moda tienen su expresión en esta multitud abigarrada y tremendamente plural. Incluso hay un cura de mediana edad con sotana. Un señor mayor reza en solitario un rosario de cuentas de madera. Quizá eso salva la jornada de la lluvia. El clima al final se comporta. Abrigándose con mantas, grupos de adolescentes esperan riendo y comiendo pipas. Una chica vestida de negro y tachuelas plateadas, ligeramente cyberpunk, hace dibujos de manga en su blog de notas. Como en otras citas similares, las comunidades neocatecumenales son las más visibles y organizadas. En sus pancartas vemos su procedencia: la Ribera navarra, Cádiz, Alicante, Huelva, Vigo, Albacete... toda la geografía nacional. En corros, con guitarras, panderetas y la Biblia en la mano, muchos neocatecumenales rezan las oraciones matinales. Las pruebas de megafonía molestan. Abundan las banderas: de Valencia, de Castilla-León, de Zamora. Las hay de provincias e incluso de municipios. En la Puerta de la Biblioteca Nacional hay ocho curas confesando. Otros sacerdotes, espontáneos, lo hacen en cualquier esquina. Siete monjas «calcutas» (anorak oscuro sobre el sari blanco) se sitúan a media distancia del altar. Por la calle Génova bajan sonrientes cinco monjas jóvencitas, asiáticas y sudamericanas, de hábito negro y largas bufandas. Quien llega después de las once encuentra difícil acercarse a la plaza. Muchos se concentran en Génova, que al estar elevada permite ver mejor el altar. A las once y veinte ya no se puede ver el final de esta calle. El coro de la catedral va cantando villancicos. Cantan el «Fum, fum, fum» en honor a los peregrinos llegados de Cataluña, aunque ningún obispo de esas diócesis se ha acercado a Madrid. «Venimos a dar gracias a Dios por la institución familiar y a pedir por ella», anuncia el sacerdote diocesano Javier Alonso Sandoica, que hace las veces de maestro de ceremonias desde los micrófonos. La procesión de entrada es solemne, con 33 obispos además del cardenal Rouco. Se conecta con Roma, la gente aplaude cuando el Papa sale al balcón. Y entonces llega la decepción: cuando Benedicto XVI empieza a hablar en español, el locutor de la Televisión Vaticana lo tapa con su voz traduciendo al italiano. Y después, alguien corta la señal. Un par de personas silban como protesta, pero la mayoría prefiere lanzar gritos festivos de «Viva el Papa». Unos niños andaluces aprovechan para proferir por su cuenta vítores a su Virgen local. Kiko Argüello, iniciador del Camino Neocatecumenal, que es quien ha congregado a buena parte de los asistentes, les saluda con alegría: «¡Bienvenidos, vamos a celebrar la victoria pascual!». Con la guitarra y el apoyo de un coro neocatecumenal bien equipado de instrumentos, dirige el canto de entrada. Los cantos neocatecumenales tienen un sabor mediterráneo, agitanado, que delatarán por siempre el origen español de esta corriente eclesial. No son muy variados en ritmo ni estilo, pero no hay duda de que son eficaces para orar. La misa no se hace muy pesada. Al acabar, unas familias suben a besar al Niño Jesús. Y el coro neocatecumenal canta «María, pequeña María». La muchedumbre se pone en marcha sin prisas. Un rey Baltasar con turbante levanta su guitarra y reúne a su grupo. En Goya con Velázquez peregrinos valencianos cantan «El Chiquirritín». Los autobuses vuelven a Torrenueva, a Murcia, a Ciempozuelos. Muchas acuden a comulgar a la parroquia de la Concepción.