(Mar Velasco/La Razón) Había sufrido una subida de tensión altísima llamada «eclampsia» y no creían que el corazón aguantara. Además, se le añadía un fallo hepático y tenía hemorragias internas. Fue ingresada en reanimación: sufría el extraño y grave «Síndrome de Hellp». Begoña se moría: «Yo oía decir, “corre, corre, que se nos va...» Pero no podía hacer nada», recuerda. En ese momento de extrema gravedad fue cuando una amiga, Mª Josefa González Cueva, «muy devota del beato Rafael», comenzó a rezar por ella. «Gracias a ella yo ya conocía al beato Rafael, me había dado alguna estampa y la novena, que rezaba mi madre», relata Begoña. La petición de oraciones por Begoña se extendió y llegó hasta la Trapa de Dueñas, el que fuera hogar del beato Rafael, «donde los monjes también me encomendaron». Los médicos aseguraron a sus padres que era cuestión de horas: «Cuando pasó todo, los médicos me llegaron a decir que en aquellos momentos no daban por mí ni medio real», asegura. La mejoría comenzó a partir del 6 de enero. Fue rápida, completa, y duradera y, según los médicos, científicamente inexplicable. «Yo lo atribuyo a un milagro, pero no por el hecho de ser creyente, que lo soy, sino porque ningún médico ha sabido darme una explicación científica. Los médicos son reacios a hablar de milagros, nunca me han dicho “esto ha sido obra de Dios”, pero tampoco “te curaste por esta razón”, porque, hoy por hoy, no la tienen. Cuando salí del hospital y les di las gracias, me dijeron “nosotros no hemos hecho nada, Begoña, has sido tú”. Yo estoy convencida de que fue el beato Rafael», asegura. Cuando supo que el milagro había sido reconocido, y que la canonización es un hecho, «se me pusieron los pelos de punta. Siempre pienso, ¿por qué yo, por qué Dios me ha hecho este regalo a mí? Es una satisfacción y un orgullo, mis hijos rezan al beato Rafael y, si Dios quiere, estaremos en Roma el día de la canonización, es mi mayor ilusión», confiesa con emoción.