(RV/ReL) En su hermosa veneración a María, el Papa le ha confiado también a los ancianos solos, los enfermos, los emigrantes con dificultades para adaptarse, las familias que fatigan para cuadrar las cuentas y las personas que no encuentran empleo o lo han perdido. “Enséñanos María –ha continuado el Santo Padre- a ser solidarios con quien está en dificultad, a equilibrar las cada vez más grandes diferencias sociales; ayúdanos a cultivar un sentido del bien común más vivo, del respeto de lo público, empújanos a sentir esta ciudad como patrimonio de todos, y hacer cada uno, con conocimiento y compromiso, nuestra parte para construir una ciudad más justa y solidaria”. La belleza de María nos asegura que es posible la victoria del amor, como ha subrayado el Papa, atestigua que la gracia es más fuerte que el pecado y que es posible la liberación de cualquier esclavitud. El Pontífice ha pedido a María en su oración que nos ayude a creer con confianza en el bien, a apostar por la gratuidad, por el servicio, por la no violencia, por la fuerza de la verdad; que nos anime a permanecer despiertos, sin ceder a la tentación de las evasiones fáciles, afrontando la realidad con sus problemas, con valor y responsabilidad. Precisamente hoy han concluido las celebraciones del 150 aniversario de las apariciones de la Virgen María a santa Bernardita. Y en la solemnidad de la Inmaculada Concepción, el nombre que reveló la Señora a Bernardita en su última aparición, esta expresión aflora en los labios del pueblo cristiano. “Y como un hijo alza los ojos hacia su madre y con su sonrisa olvida cualquier miedo o dolor, así hoy nosotros, encontramos en María la sonrisa de Dios, el reflejo inmaculado de la luz divina, reencontramos en ella nueva esperanza incluso en medio de los problemas y los dramas del mundo”. Recordando la tradición de que el Papa se una al homenaje de la Ciudad a María con un cesto de rosas, el Papa ha subrayado que las flores significan amor y devoción, del Papa, de la Iglesia de Roma y de los habitantes de la Ciudad, que se sienten espiritualmente hijos de la Virgen María. “Simbólicamente, ha explicado después Benedicto XVI, las rosas expresan todo lo bello y lo bueno que hemos realizado durante el año, porque en esta tradicional cita, querríamos ofrecer todo la Madre, convencidos de que no habríamos podido hacer nada sin su protección y sin las gracias que cotidianamente obtiene de Dios. Pero – como suele decirse- no hay rosas sin espinas, y también sobre los tallos de estas estupendas rosas blancas no faltan las espinas, que para nosotros representan las dificultades, los sufrimientos, los males que han caracterizado y caracterizan la vida de las personas y de nuestras comunidades. A la Madre se le presentan las alegrías, pero también se le confían las preocupaciones, seguros de encontrar en ella el bálsamo para no abatirnos y el apoyo para continuar adelante”.