(P.H.Breijo/P.J.Ginés/La Razón)
El Vaticano ha reconocido las virtudes heroicas de Juan de Palafox y Mendoza (16001659), que fue obispo de Puebla (México) y Virrey de Nueva España. Este reconocimiento es un paso necesario en el camino a la beatificación, para la cual se exige además constatar un milagro atribuible a la intercesión del personaje estudiado.
Se espera que este mes el Papa Benedicto XVI firme el decreto de reconocimiento de sus virtudes. Defendió a indios y artistas en el México del siglo XVII. Potenció la música barroca y la indígena.
Juan de Palafox nació en Fitero, un pueblo de Navarra, como hijo natural del marqués de Ariza.
Vivió humildemente como un niño pastor hasta los diez años, cuando su padre lo reconoció y lo envió a estudiar con los jesuitas a Tarazona y Huesca.
Pasó por las universidades de Alcalá y Salamanca y llegó a ser fiscal del Consejo de Guerra y del Consejo de Indias antes de ser ordenado sacerdote. A instancias del rey, fue nombrado en 1639 obispo de Puebla.
En México era el informador de confianza del rey, con el cargo de “visitador” para luchar contra la corrupción. Incluso ejerció provisionalmente como Virrey y Capitán General en 1642.
Se le recuerda por su posición a favor de la población indígena. Prohibió claramente cualquier método de conversión que no fuera la palabra y la persuasión.
Fue el primero en traducir al idioma náhuatl el catecismo e introdujo canciones indígenas en la liturgia. En 1650 escribió “De la naturaleza y virtudes del indio”, un texto equilibrado que defiende a los nativos americanos sin caer en el mito del “buen salvaje”.
Puebla fue, bajo su mecenazgo artístico, el centro de la música barroca del México virreinal, con la presencia clave del compositor Juan Gutiérrez de Padilla.
Palafox se esforzó por renovar la vida monástica y el seminario. Construyó tres colegios, uno de ellos para niñas. Los estudiantes tenían acceso a una enorme biblioteca, hoy llamada Palafoxiana, compuesta de cinco mil libros de filosofía y ciencia. De 565 obras suyas que nos han llegado, abundan los tratados políticos en los que Palafox critica a Maquiavelo y a Bodin y da consejos para la correcta formación de los gobernantes cristianos.
Se enfrentó a los jesuitas por conflictos de jurisdicción entre la Iglesia diocesana y el clero regular. Presiones en la Corte le obligaron a volver a España en 1649, donde fue obispo de Osma hasta su muerte diez años después.
Siete años después de su muerte se descubrió que su cuerpo permanecía incorrupto.
Empezó su larguísimo proceso hacia los altares, que alternaba testimonios de sacerdotes que lo admiraban por sus virtudes religiosas en México y España, con la oposición de sus rivales jesuitas.
Por su sensibilidad, Palafox recuerda a muchos la figura de Vasco de Quiroga, primer obispo de Michoacán, que también venía de la política, defendió a los indios y creó un sistema de pueblos-hospital. La Iglesia reconoce a Quiroga como “siervo de Dios”.