(José Antonio Méndez/AyO) Tras su reelección dijo que se habría sentido muy aliviado si la Asamblea Plenaria hubiese designado a otro para el cargo. ¿Es una carga ser el rostro público de la CEE? Es un cargo y, por tanto, es una carga. Uno trabaja más cómodo si no lo hace tan expuesto a la observación de la opinión pública. Tras cinco años y medio como Secretario General y Portavoz, pensé que había concluido una etapa y que hubiera estado bien poder trabajar más a mi aire. Pero es un servicio a Dios y a la Iglesia que acepto encantado. En cinco años, ¿qué le ha resultado más duro y qué más reconfortante? Tiendo a olvidar los problemas. Siempre tengo que pensar mucho más para encontrar las cosas negativas que las positivas. Sin duda, lo más reconfortante ha sido conocer casi todas las diócesis y a todos los obispos de España, con un trato continuado, para servirlos desde la CEE. También el trabajo en torno a la beatificación de los 498 mártires del siglo XX, en España. Es una causa de gran trascendencia histórica, que ha contribuido a que se comprenda mejor lo que significa el martirio en la Iglesia. Algo que, no ahora, sino desde siempre, ha estado -voluntaria o involuntariamente- confundido con intereses políticos. La beatificación puso de relieve la importancia vital del testimonio personal de los cristianos para la evangelización. ¿Por qué hay personas y medios de comunicación a los que molesta tanto que la Iglesia exprese su opinión? Molesta que exista una institución como la Iglesia, que no está al albur de cambios políticos, ni opiniones de moda, ni del pensamiento obligatorio. Molesta que la Iglesia no sea políticamente correcta. A quienes viven según lo que conviene por razones políticas, económicas o culturales, no les gusta que exista una institución que ha demostrado simbolizar el servicio a la verdad y al ser humano. No resulta agradable que exista una voz independiente. ¿Quizá por eso se ha manipulado en los medios la referencia a la memoria histórica que el cardenal Rouco hizo en su discurso inaugural de la Plenaria? El cardenal Rouco no dijo ni una palabra en contra de que se honrase a los muertos, sino que las personas que buscan a sus seres queridos tienen todo el derecho del mundo a buscarlos y honrarlos. Su discurso se interpretó interesadamente mal; sólo decía que, a estas alturas, buscar culpables, reavivar ajustes de cuentas, odios y enconos no tiene futuro. El testimonio de los mártires visualiza el perdón, porque murieron bendiciendo a sus asesinos. Ese espíritu de reconciliación es el que promueve la Iglesia, y conlleva un cierto olvido psicológico, pero sin desconocer la Historia. Hablando de olvidar la Historia, ¿no merece santa Maravillas de Jesús una placa en su casa natal? Que una santa madrileña tenga un recuerdo en su casa natal, no parece descabellado. Madrid está lleno de placas que recuerdan a personas menos conocidas y con menos relevancia social que santa Maravillas de Jesús. La polémica que ha surgido se debe a la ignorancia, a los prejuicios y al intento de utilizar políticamente lo que se desconoce. Algunos quieren marcar diferencias con estereotipos, abusando del desconocimiento de la Historia. Utilizan sus ataques para subsanar la falta de ideas con que solucionar los problemas de la convivencia, que es la labor de los políticos. Entonces, ¿se utilizan los ataques al cristianismo como cortina de humo, o como parte de una cruzada cultural? Es difícil saber qué pesa más, pero, en este caso, creo que es una coartada para cubrir la indigencia intelectual de muchos actores de la vida pública y de ciertos grupos parlamentarios. Recurrir a falsedades históricas y atacar a la Iglesia encubre la indigencia política e intelectual, pero no ayuda a mejorar la sociedad. Por cierto que esos mismos grupos proponen una ley del aborto que beneficia a quienes se lucran con él… La ausencia lamentable de debate serio sobre el drama del aborto, indica una enorme falta de sensibilidad ante el ser humano, sometido al interés de los más fuertes. De ahí se deriva el desprecio por el derecho más fundamental de todos, el derecho a la vida que está en juego. A la polémica del crucifijo en una escuela de Valladolid, se suma la de una comisaría sevillana, en la que un policía ha solicitado retirar unas imágenes. ¿Se confunde la aconfesionalidad del Estado con la antirreligiosidad? En muchos ámbitos parece que sí. La aconfesionalidad del Estado es buena para la sociedad, porque garantiza que el Estado no pretende ser sujeto de la religión ni de la fe; que el Estado no se confunde con la Iglesia, y lo político no se confunde con lo religioso. Y eso es algo que ha surgido en el seno de la religión cristiana. Donde no existe la Iglesia, ni la autoridad que proviene de la automanifestación de Dios en la Historia -porque el cristianismo es la única religión en la que Dios ha querido manifestarse en la Historia, y en la que la autoridad deriva de Dios y no del poder político-, se confunde la política con la religión. La Iglesia será libre si el Estado es realmente aconfesional. Y si la Iglesia es Iglesia realmente, contribuirá, aunque a muchos no les guste, a hacer una sociedad más libre, y a que el Estado no se arrogue competencias religiosas. Es decir, que aconfesional no es lo mismo que laicista... Nadie tiene que temer que la Iglesia católica vaya a estar en contra de la aconfesionalidad del Estado, ni de la sana laicidad. Pero el laicismo es otra cosa: es un Estado que quiere regular la religión de la sociedad, cuando en realidad el Estado sólo debe regularla en cuestiones de orden público, sin gobernar las creencias de las personas. Cuando el Estado intenta gobernar las creencias, amenaza la libertad de los ciudadanos. ¿Quién quiere ocupar el lugar del crucifijo en la plaza pública? Signos de la relación del hombre con el bien, la justicia, el amor, la verdad, ¡tiene que haberlos! Si el Estado quiere eliminar los que son fruto del libre ejercicio de la libertad de religión, ¿va a proponer que no haya ninguno, va a favorecer que haya uno en concreto, o va a sustituirlos por el Estado mismo? El Estado no puede regular la vida religiosa de la sociedad más allá del orden público, sino cooperar con las confesiones religiosas. Y en España, concretamente, con la Iglesia católica, que es la de la inmensa mayoría de españoles. Aquí la cuestión está en si el ejercicio insititucionalizado de la manifestación de Dios es un bien para la sociedad o no. Si se considera como un mal, el Estado estará permanente tentado de eliminarlo. Por desgracia, todavía hay personas presas de algunas ideologías, que piensan que el ser humano religioso no será libre; algo que está demostrado que es un error. En una sociedad capaz de borrar los símbolos en los que descansan sus raíces, ¿cómo puede transmitir la Iglesia la esperanza cristiana? ¡Viviéndola! La esperanza cristiana se transmite por contagio y por ejercicio. Es necesario hablar, escribir y predicar, pero la palabra tiene que hacerse carne. Sólo si la palabra se encarna, con caridad y alegría, transforma la vida.