(Pablo Ginés/La Razón) La Universidad San Pablo CEU de Madrid, centro neurálgico de “los Propagandistas” hierve de actividad con los preparativos del congreso. Este año, en plena crisis económica, proponen como tema la esperanza. -¿Para qué sirven los congresos de Católicos y Vida Pública? - Alfredo Dagnino: Siempre hemos perseguido dos objetivos. Por un lado, romper con la dicotomía entre fe y vida, anunciar que ambas cosas van unidas, que la fe tiene una dimensión pública. Por otro lado, ser un lugar de encuentro de las distintas asociaciones, entidades y realidades católicas, un lugar de ecumenismo intracatólico, para analizar juntos las cuestiones de nuestro tiempo desde el Magisterio y el Evangelio. -¿Por qué se centra el congreso de este año en la virtud de la esperanza? -Hemos decidido ir a lo esencial. Después de la encíclica de Benedicto XVI “Spe Salvi”, que habla de la esperanza, hemos querido tratar el tema. Nuestra sociedad está en un momento de crisis moral y crisis del hombre muy profunda. -El título del Congreso especifica: “Cristo, la esperanza fiable”. ¿Qué esperanza aporta en la actual crisis un predicador judío ejecutado hace dos mil años? -Precisamente creemos que Jesucristo, en su persona, aporta la única esperanza atemporal, esperanza y verdad sobre el hombre y Dios. Él es el Hijo de Dios, que redime, libera a los hombres. Él es modelo de bien, verdad y belleza para todos, un modelo para salvarse y ser feliz. Esto no es sólo teología, sino que afecta a lo cotidiano: leyes, trabajo, problemas migratorios... -¿Quiénes son esos “mártires de la esperanza” que trata el congreso? -Nuestra civilización parece que quiere vivir como si Dios no existiera. Por eso hablamos de los mártires, testigos en la vida pública. Se sacrificaron por amor a Cristo en diversos momentos de la historia. En España tenemos los mártires de la persecución religiosa de 1936, por ejemplo, más de 6.000 en menos de medio año. Murieron porque no renunciaron a su fe, perdonando a sus verdugos; por eso son fuente de esperanza. También recordamos a mártires más antiguos, como los cristianos mozárabes en la España medieval, o los mártires de hoy en países sin libertad religiosa. -¿Ven esperanza también para África, para el horror del Congo, de Somalia? -Todo hombre está llamado a la esperanza. Hay una grave crisis de solidaridad en las naciones civilizadas. En África y en Occidente hacen falta dirigentes con un sentido cristiano de paz y justicia. Benedicto XVI, en su visita a Naciones Unidas, lo expresó de forma clara. Se necesita una espiritualidad de la vida pública. Con esos criterios, que no se imponen sino que se proponen, podremos hacer una sociedad mejor. La base para transformar nuestro mundo es el amor y la justicia. -¿También para la política en España? ¿Amor y justicia para el día a día de los pasillos del Congreso? -No proponemos un optimismo banal, sino una esperanza trascendente. Los católicos podemos ver más lejos, más allá de lo inmediato, porque tenemos esa visión trascendente. Hay que formar un nuevo tipo de hombres, no sólo cristianos, para renovar la vida política. Tienen que ser los mejores. No han de ser hombres de partido, sino hombres de Estado, que busquen el bien común por encima de los intereses a corto plazo de su formación. Han de ir más allá de los ritmos electorales. El fruto inmediato, el trabajo sólo a corto plazo, es un error. Formar hombres así cuesta tiempo. -¿Es contrario a la laicidad dedicar una placa a Santa Maravillas en la casa donde nació? -Laicidad es tratar lo religioso con neutralidad. Nuestra Constitución lo recoge como aconfesionalidad, en su artículo 16. En cambio, el laicismo es una ideología beligerante con el hecho religioso. España es aconfesional como Estado, pero católica en su historia, raíces, esencia. Los católicos tenemos derecho a que los símbolos de la riqueza cultural que hemos aportado a la sociedad estén en la vida pública. Eso no daña la laicidad.