(RV/ReL) Benedicto XVI señaló que el Apóstol, en la segunda carta a los Tesalonicenses, "cambia la perspectiva; habla de eventos negativos que deberán preceder al evento final y conclusivo: No hay que dejarse engañar, como si el día del Señor fuese inminente, según un cálculo cronológico". (...) El texto continúa anunciando que "antes de la venida del Señor tendrá que venir la apostasía y manifestarse un indefinible "hombre de la iniquidad"; el "hijo de la perdición", que la tradición llamará el Anticristo". Tras preguntarse cuáles son las actitudes fundamentales del cristiano ante las realidades últimas: la muerte, el fin del mundo, el Papa dijo: "En primer lugar, la certeza de que Jesús ha resucitado y que con el Padre está junto a nosotros para siempre. (...) En segundo lugar, la seguridad de que Cristo está conmigo y como en Cristo el mundo futuro ya ha comenzado, esto nos da certeza de la esperanza. El futuro no es una oscuridad en la que nadie se orienta. No es así. Sin Cristo también hoy el futuro es oscuro. (...) El cristiano sabe que la luz de Cristo es más fuerte y por tanto vive en una esperanza que no es vaga, en una esperanza que da certeza y valentía para afrontar el futuro". El Papa afirmó que la tercera actitud "es la responsabilidad por el mundo y por los hermanos ante Cristo y al mismo tiempo la certeza de su misericordia. (...) Tenemos que trabajar para que este mundo se abra a Cristo, sea renovado, (...) sabiendo que Dios es un Juez verdadero y tenemos la seguridad de que es bueno, conocemos su rostro. (...) Por eso, podemos estar seguros de su bondad y seguir hacia adelante con gran valentía". San Pablo, al final de la primera carta a los Corintios, "repite y pone en los labios de los corintios una oración de las primeras comunidades cristianas siro-palestinas: "¡Maranathà! "Ven, Señor nuestro!", con la que también termina el Apocalipsis. También nosotros podemos rezar hoy así? En nuestra vida, en nuestro mundo, es difícil rezar sinceramente para que acabe este mundo, para que venga la nueva Jerusalén, el último juicio, el Juez Cristo. (...) Como la primera comunidad cristiana, podemos decir: ¡Ven Jesús! Ciertamente no queremos que ahora llegue el fin del mundo, pero por otra parte deseamos que termine este mundo injusto, que el mundo cambie, que comience la civilización del amor y que llegue un mundo de justicia, de paz, sin violencia, sin hambre. (...) Pero -subrayó- sin la presencia de Cristo nunca existirá un mundo realmente justo y renovado". "Podemos y debemos decir también nosotros con gran urgencia en las circunstancias de nuestro tiempo: Ven Señor! Ven del modo que tu sabes, ven donde hay injusticia y violencia, a los campos de prófugos, a Darfur, a Kivu del Norte, a tantas partes del mundo. Ven donde domina la droga, también ven entre aquellos ricos que te han olvidado, y que viven solo para sí. Ven donde eres desconocido, y renueva el mundo de hoy. Ven también a nuestros corazones (...) para que seamos luz de Dios, presencia tuya".