(M.V./La Razón) “Hoy, con el alma dirigida a esta realidad última, conmemoramos a todos los fieles difuntos que nos han precedido con el signo de la fe y duermen el sueño de la paz”, dijo el Papa. El Santo Padre subrayó la importancia de que los cristianos “vivamos la relación con los difuntos en la verdad de la fe, y miremos a la muerte y al más allá en la luz de la revelación”, afirmó. “Ya el apóstol Pablo, cuando escribía a las primeras comunidades cristianas, exhortaba a los fieles a "no estar tristes como aquellos que no tienen esperanza"“, recordó. “Es necesario también hoy –continuó el Papa– evangelizar la realidad de la muerte y de la vida eterna, realidades especialmente sujetas a creencias supersticiosas y a sincretismos, para que la verdad cristiana no corra el peligro de mezclarse con mitologías de varios géneros”, alertó. El Pontífice se preguntó, volviendo al texto de su encíclica “Spe Salvi”, si los hombres y mujeres de hoy anhelan aún la vida eterna: “La fe cristiana ¿es también para los hombres de hoy una esperanza que transforma y sostiene su vida? ¿O quizá la existencia terrena se ha convertido en el único horizonte?”, se preguntó. “En realidad, como ya señalaba san Agustín, todos ansiamos la "vita beata", la felicidad”, prosiguió. “No sabemos muy bien qué es, y cómo es, pero nos sentimos atraídos hacia ella. Y ésta es una esperanza universal, común a todos los hombres de todos los tiempos”, dijo. El más allá, plenitud y alegría “La expresión "vida eterna" es el nombre que damos a esta espera: que no sería una sucesión sin fin, sino sumergirse en el océano del amor infinito, en el cual el tiempo, el antes y el después ya no existen. Una plenitud llena de alegría: esto es lo que esperamos de nuestro ser con Cristo”, dijo. Una esperanza continua, que no es “sólo individual”, sino “también esperanza para los demás”. “Nuestra existencia –aclaró el Pontífice– está profundamente ligada a la de los demás, y el bien y el mal que realiza cada uno toca siempre de algún modo a los demás. Así, la oración de un alma peregrina en el mundo puede ayudar a otra alma que se está purificando después de la muerte”, explicó, aludiendo a la Comunión de los Santos. “Por eso la Iglesia nos invita a rezar por nuestros queridos difuntos y a detenernos ante sus tumbas en los cementerios”, concluyó. Una visita a la tumba de los papas Tras el rezo mariano del Ángelus y el responso por los fieles difuntos, el Papa Benedicto XVI saludó ayer a todos los fieles congregados en la plaza de San Pedro en varios idiomas. A los peregrinos españoles los alentó a rezar por los difuntos con estas palabras: “Saludo con afecto a los fieles de lengua española aquí presentes. En la conmemoración de los fieles difuntos, la Iglesia con amor maternal, nos invita a ofrecer sufragios por nuestros seres queridos que han dejado ya este mundo, y de modo especial por los más necesitados de la misericordia de Dios. En nuestra oración personal y en el Sacrificio Eucarístico, pedimos al Señor que los purifique totalmente para que puedan gozar de la paz y del descanso eterno. Que Dios os bendiga”. Como es tradición, por la tarde, Benedicto XVI realizó una visita privada a las grutas vaticanas para rezar por los papas allí sepultados –de un modo especial por su predecesor, el Papa Juan Pablo II– y por el alma de todos los fallecidos.