(Alfa y Omega/ReL) En 1995 viajó a Cuba desde España, por primera vez desde hacía 37 años. El impacto, al volver a ver su tierra natal, fue enorme y doloroso: el país estaba casi en ruinas. Este año ha tenido que volver, de nuevo para ver a su madre, ya muy anciana. A su regreso, ha querido compartir con los lectores de Alfa y Omega su experiencia: Hace 50 años salí de Cuba para ingresar en una Congregación religiosa. Fue en mayo de 1958. En enero de 1959 comenzó la revolución castrista. Después vino la expulsión de todos los religiosos del país y no podía ni soñar con un regreso a Cuba como religiosa. La Congregación en la que había entrado es de vida apostólica; la primera llamada del Señor la había sentido hacia la vida contemplativa, leyendo Historia de un alma, de santa Teresita. A los 10 años pedí entrar donde me parecía que Dios me llamaba, y entré en un convento de clausura, o de vida contemplativa, para, desde allí, poder orar por todo el mundo, pero de una forma especial por mi querida Cuba. En el año 1995 me permitieron entrar a visitar a mi madre, quien me esperaba desde hacía 37 años. Como es natural, la encontré muy cambiada, y ella a mí lo mismo. La situación de Cuba me impactó mucho; no era la que había dejado en 1958. Estaba en pleno período especial debido a la caída del comunismo en Rusia, que era su mayor protector. Las casas, las calles, las iglesias, todo estaba casi en ruinas. Este año me han permitido volver, ya que mi madre, muy anciana, me lo estaba pidiendo. A mí el viajar tan lejos y sola me daba miedo, después de estar en la clausura tanto tiempo. Una se encuentra como pez fuera del agua, pero el Señor ayuda y he encontrado a muchas personas que me han ayudado. Otra vez al llegar allí me he encontrado con el mismo panorama de pobreza, escasez y de -casi me atrevo a decir- miseria en el que vive la mayoría de la población. Hay que hacer colas para comprar cosas tan simples como un paquete de detergente, o de jabón de aseo. La cartilla de racionamiento sigue funcionando, pero no es suficiente para poder vivir. El que no tiene familia fuera que le envíe unos dólares para completar el sueldo de unos 14 dólares o una pensión de algo menos al mes, es imposible que pueda comer todos los días. Así, la gente retrasa la hora de la comida y por la tarde -si puede- se toma un poco de café con leche, si es que tiene con qué comprarla; pues a los niños les quitan la leche a partir de los 7 años y se la vuelven a dar a los que han cumplido 60 años. ¡Ah! Y ¡un litro a la semana! Hay dos clases de moneda: el peso cubano y el peso convertible cubano, que equivale al dólar, para comprar en las tiendas extranjeras. Me he encontrado con un nuevo medio de transporte: el bicitaxi, que es una bicicleta con dos asientos detrás que puede transportar dos personas, y la fuerza motriz son las piernas del conductor; no está permitido poner un motor. Lo que sí avanza es la Iglesia A mí se me partía el corazón cuando veía los esfuerzos del conductor y motor a la vez; con el calor que hacía..., llegaba agotado. Un día le pregunté al obispo si había montado alguna vez en bicitaxi, y me dijo que no, pues le parecía como utilizar a un esclavo. A mí me produjo siempre la misma sensación. Una cosa que he visto que avanza es la Iglesia. La gente está comprometiéndose en serio y responde a la voz de Dios. Les he visto más decididos, cooperan en todo lo referente a la catequesis, y con muy pocos medios se hacen maravillas. La celebración dominical es fabulosa, ya que participa toda la comunidad, y se les ve que creen en lo que están celebrando. Los sacerdotes y el obispo que he tenido la suerte de conocer, son personas entregadas del todo al reino de los cielos. Tienen mucho trabajo, pero siempre están dispuestos a escucharte, a darte una palabra de aliento y a echarte una mano, si estás en apuros. También conocí un monasterio de contemplativas de mi Orden. Me abrieron sus puertas y pude disfrutar de su compañía durante dos días. Es lo mismo que aquí, pero con más pobreza y sencillez. Aquí, el mundo que nos rodea nos influye con sus costumbres, y no se vive como antes. Pido una oración por Cuba, por quienes la gobiernan, y, sobre todo, por el sufrido pueblo cubano. Que el Señor les ilumine y que los creyentes sigan siendo fieles, a pesar de que esa fidelidad les pueda acarrear problemas. Ya estoy en la clausura y aquí me siento más libre que en Cuba, donde hay que pedir permiso hasta para respirar. Nunca me he sentido más encerrada que allí, en mi propia patria. Doy gracias a Dios y a todas las personas que me han ayudado a realizar este viaje que tanta alegría ha proporcionado a mi madre, y a toda mi familia. ¡Dios les bendiga a todos! Una religiosa de clausura