(RV) “La liturgia -ha dicho el Papa en su homilía- nos presenta a los nuevos santos con la imagen evangélica de los enviados que toman parte en el banquete, vestidos con los trajes nupciales”. La imagen del banquete es alegre, porque es la de una fiesta de bodas: “la Alianza de amor entre Dios y su Pueblo”. Hacia esa Alianza, los profetas del Antiguo Testamento orientaron constantemente la espera de Israel. Dios no abandona jamás a su Pueblo. Por esto el profeta invita a la alegría: “Aquí está nuestro Dios, de quien esperábamos que nos salvara; celebremos y gocemos con su salvación.” “Esto es cuanto ha ocurrido en el Misterio pascual -ha afirmado el Pontífice: el superpoder del mal ha sido vencido por la omnipotencia del amor de Dios. El Señor resucitado puede invitar a todos al banquete de la alegría pascual, dándoles, Él mismo a los comensales, el traje nupcial símbolo del don gratuito de la gracia santificante”. Es precisamente éste, el camino generoso que han recorrido los que hoy veneramos como santos. “En el bautismo –ha proseguido el Papa- recibieron el vestido nupcial de la gracia divina, lo han conservado puro o lo han purificado en el curso de sus vidas haciendo que resplandeciera mediante los Sacramentos. Ahora toman parte en el banquete nupcial de Cielo”. “Una anticipación de la fiesta final del Cielo -ha explicado el Santo Padre- es el banquete de la Eucaristía, al que el Señor nos invita cada día y al que debemos participar con el vestido nupcial de su gracia”. “Si se da el caso que ensuciamos o desagarramos con el pecado este vestido, la bondad de Dios no nos abandona a nuestro destino, -ha dicho el Papa- al contrario nos ofrece, con el sacramento de la Reconciliación, la posibilidad de restaurar íntegramente el hábito nupcial para la fiesta”. Por tanto “el Ministerio de la Reconciliación es un ministerio siempre actual -ha subrayado Benedicto XVI- y a él se dedicó con diligencia, paciencia y asiduidad el sacerdote Gaetano Errico, fundador de la Congregación de los Misioneros de los Sagrados Corazones de Jesús: “De este modo se inscribe entre las figuras extraordinarias de Presbíteros que, de forma incansable, han hecho del confesionario el lugar para dispensar la misericordia de Dios, ayudando a los hombres a volverse a encontrar a ellos mismos, a luchar contra el pecado y a progresar en el camino de la vida espiritual”. De la madre María Bernarda Bütler, nacida en Suiza, el Santo Padre ha destacado que ya desde muy temprana edad supo gozar del profundo amor por el Señor. Tomó los votos a los 21 años en el convento de las religiosas capuchinas de María Auxiliadora en Alstätten, y a los 40 años viajó a Ecuador, y después a Colombia como misionera. Por su vida entregada en favor del prójimo, Juan Pablo II en 1995 la elevó al honor de los altares como beata y hoy Benedicto XVI lo ha hecho como santa. “La Madre María Bernarda, una figura muy recordada y querida sobre todo en Colombia, entendió a fondo que la fiesta que el Señor ha preparado para todos los pueblos está representada de modo muy particular por la Eucaristía. Ésta es la fuente y el pilar de la espiritualidad de esta nueva Santa, así como de su impulso misionero que la llevó a dejar su patria natal, Suiza, para abrirse a otros horizontes evangelizadores en Ecuador y Colombia”. Benedicto XVI ha manifestado asimismo que en las serias adversidades que tuvo que afrontar la nueva santa, incluido el exilio, llevó siempre impresa en su corazón la exclamación del Salmo de hoy: “Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo”. De este modo, dócil a la Palabra de Dios siguiendo el ejemplo de María, hizo como los criados de que nos habla el relato del Evangelio que hemos escuchado: fue por doquier proclamando que el Señor invita a todos a su fiesta. Así hacía partícipes a los demás del amor de Dios al que ella dedicó con fidelidad y gozo toda su vida”. Hablando de la religiosa clarisa india Alfonsa de la Inmaculada Concepción, la primera santa canonizada del país, Benedicto XVI ha recordado sobre todo su devoción, y cómo cargaba con la Cruz del sufrimiento que hoy le ha llevado a participar en el banquete divino. Al mismo tiempo que resaltando la personalidad de la santa india, expresó su solidaridad con los cristianos indios "en este difícil periodo" e imploró a Dios la paz y la reconciliación. Como ella misma escribió: “Yo considero un día sin sufrimiento como un día perdido”. “Imitémosla –ha invitado el Papa- llevando al hombro nuestras propias cruces para alcanzarla en el paraíso”. Juan Pablo II también beatificó a la última santa, que hoy Benedicto XVI ha canonizado: Narcisa de Jesús Martillo Morán. La devoción a la “Niña Narcisa” como la llamaban en Guayaquil denota la espontánea identificación del pueblo sencillo con la joven mujer de la costa ecuatoriana. El ejemplo de su vida pura y piadosa, trabajadora y apostólica transmite un mensaje muy actual, como ha indicado el Santo Padre. “La joven laica ecuatoriana Narcisa de Jesús Martillo Morán nos ofrece un ejemplo acabado de respuesta pronta y generosa a la invitación que el Señor nos hace a participar de su amor. Ya desde una edad muy temprana, al recibir el sacramento de la Confirmación, sintió clara en su corazón la llamada a vivir una vida de santidad y de entrega a Dios”. Para secundar con docilidad la acción del Espíritu Santo en su alma, buscó siempre el consejo y la guía de buenos y expertos sacerdotes, considerando la dirección espiritual como uno de los medios más eficaces para llegar a la santificación. “Santa Narcisa de Jesús nos muestra un camino de perfección cristiana asequible a todos los fieles. A pesar de las abundantes y extraordinarias gracias recibidas, su existencia transcurrió con gran sencillez, dedicada a su trabajo como costurera y a su apostolado como catequista. En su amor apasionado a Jesús, que la llevó a emprender un camino de intensa oración y mortificación, y a identificarse cada vez más con el misterio de la Cruz, nos ofrece un testimonio atrayente y un ejemplo acabado de una vida totalmente dedicada a Dios y a los hermanos”. “Jesús nos invita a cada uno de nosotros a seguirlo como estos santos en el camino de la Cruz -ha terminado diciendo Benedicto XVI- para tener después en herencia la vida eterna, de la cual, ellos muriendo, nos han hecho don. Que su ejemplo nos anime, que sus enseñanzas nos orienten, que su intercesión nos sostenga, en las fatigas cotidianas para que podamos un día compartir con ellos, y con todos los Santos, la gloria del eterno banquete”.