(RV) Este domingo 21 de septiembre se celebra en todo el mundo la Jornada internacional de oración por la paz. Dicha celebración fue instituida en 1981 por la Asamblea General de la ONU que en 2001 fijo la fecha del 21 de septiembre de cada año con el objetivo de que en dicha jornada haya un cese el fuego global y se reflexione sobre los valores de la paz y no violencia. En la Jornada internacional de oración por la paz se solicita a todos los grupos religiosos y espirituales, que realicen una vigilia de 24 horas en los diferentes lugares de culto. Ante esta importante cita, evocamos aquel 25 de enero de 1986, cuando el Siervo de Dios Juan Pablo II convocó a un encuentro de oración en Asís para pedir por la paz. La invitación iba dirigida no sólo a los cristianos, sino también a todos los que creen en Dios. El histórico encuentro tuvo lugar el lunes 27 de octubre del mismo año, centrando la atención del mundo entero hasta tal punto, que ese día se ha convertido en una “fecha para la historia”. En aquella ocasión el mensaje del Santo Padre fue muy elocuente, preguntando a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, que “si Dios nos ha amado tanto que se ha hecho hombre por nosotros, ¿no podremos nosotros amarnos mutuamente, hasta compartir con los demás lo que se ha otorgado a cada uno para el gozo de todos?”. Porque como él mismo señaló, “únicamente el amor que se convierte en don puede transformar la faz de nuestro planeta, dirigiendo las mentes y los corazones hacia pensamientos de fraternidad y de paz. Hombres y mujeres del mundo: Cristo nos pide que nos amemos unos a otros”. Hace más de veinte años el Papa Juan Pablo II daba gracias a Dios, por la Jornada de oración por la paz, y lo hacía invocando a la Virgen, Reina de la Paz. Finalizamos este programa con aquella oración pronunciada por Juan Pablo II: ¡Señor, haz de mí un instrumento de tu paz! Que allí donde haya odio, ponga yo amor; donde haya ofensa, ponga yo perdón; donde haya discordia, ponga yo unión; donde haya error, ponga yo verdad; donde haya duda, ponga yo fe; donde haya desesperación, ponga yo esperanza; donde haya tinieblas, ponga yo luz; donde haya tristeza, ponga yo alegría. ¡Oh, Maestro!, que no busque yo tanto ser consolado como consolar; ser comprendido, como comprender; ser amado, como amar. Porque dando es como se recibe; olvidando, como se encuentra; perdonando, como se es perdonado; muriendo, como se resucita a la vida eterna.