En plena madrugada del pasado miércoles 7 de septiembre, un grupo de islamistas asaltaron la misión de Chipene, en Mozambique. Allí se encontraban decenas de jóvenes estudiantes que hacían vida en las instalaciones de la misión -una escuela, una iglesia y un centro de salud- junto con algunas religiosas combonianas cuando estalló el terror.
La Iglesia quedó reducida a cenizas, las instalaciones destrozadas y una religiosa, María de Coppi, fue asesinada de un tiro en la cabeza.
Otras lograron escapar y sobrevivir. Es el caso de la española Ángeles López, que estos días celebra sus 50 años de misionera en Mozambique. Ha relatado a Obras Misionales Pontificias los instantes de terror que sufrió en la misión, que estuvo plagada de "casualidades".
La primera, que la religiosa que resultaría asesinada vaticinó que algo iba a ocurrir.
Todo comenzó la tarde del 6 de septiembre, cuando ante la alarma de posibles ataques, los misioneros decidieron enviar a los niños a sus casas, pero un pequeño grupo de niñas no pudo marcharse porque vivían muy lejos.
Para no dejarlas solas, una misionera italiana decidió dormir con ellas, y Ángeles López y María de Coppi se quedaron en la casa, comentando los acontecimientos.
"María, que era siempre muy optimista, me dijo aquella noche: `Oye, Ángeles, yo presiento que alguna cosa va a pasar´. A lo que yo respondí: ‘Ay, María, no digas eso; es la segunda guerra que pasamos, no es la primera. Verás que todo va a ir bien", relata la superviviente.
Estuvieron juntas hasta dos minutos antes del ataque, cuando se despidieron para entrar en sus habitaciones.Corriendo entre disparos
"Yo sentí un disparo grandísimo. Entonces salté de la cama para avisar a María de que habían llegado. Cuando yo abrí mi puerta, ellos continuaron disparando. Dieron como cinco tiros. Yo me agarré a la pared lo que pude, y cogí la manilla para decirle ‘María, María, están aquí’. Más cuando fui a ver, María estaba en el suelo".
La hermana Ángeles entonces intentó huir por detrás, pero se encontró con hombres armados, que la cogieron, y empezaron a prender fuego en las habitaciones. La misionera suplicó que sacaran a la hermana de ahí, para que no se quemara su cuerpo. “Cogieron el cuerpo, lo arrastraron por los brazos a la calle, lo tiraron fuera a la tierra”. Y quedó con los brazos en cruz."Fue providencial porque si me hubieran dejado, hubieran descubierto a las chicas". Estuvo retenida en la puerta de la Iglesia durante cerca de una hora, que a ella le pareció una eternidad, mientras quemaban el templo. "En ese tiempo yo solo pensaba que me iban a matar", afirma. En ese momento deseó que fuera de un tiro y no con catana; como enfermera tuvo en la guerra de la independencia que suturar muchas veces sin anestesia a personas que habían sido heridas de este modo.
En un momento dado, los atacantes le dijeron: "Estás libre, mañana sales de aquí, no queremos tu religión, queremos el Islam", y la misionera salió "corriendo como una gacela a buscar a mi hermana, que estaba encerrada con las niñas", y todas huyeron al bosque. "Tuvimos un espacio de unos siete u ocho minutos, que fue lo que Dios nos dio, porque ellos ya estaban regresando en grupos a continuar su trabajo de quemar", recuerda. El bosque era muy denso, y con gran dificultad lograron avanzar. La hermana Ángeles, que tiene 82 años, se quedaba atrás – “se me caía la zapatilla, me enredaba, caía”-, y pidió a las niñas que avanzaran sin ella, pero una de ellas decidió acompañarla, y ayudarla a saber de dónde venían los ruidos, que ella no podía escuchar sin los audífonos. “Y se quedó toda la noche, las dos como dos gatitos ahí cogiditas”. Al amanecer, cuando ya habían cesado los ruidos, Ángeles decidió regresar, con miedo de encontrarse muertos a los misioneros sacerdotes de la misión. Los encontró vivos, en un edificio que aún ardía y todos salieron antes de que el tejado cayera. En seguida llegó la policía: "Han destruido todo, todo, todo. No ha quedado nada". La hermana Ángeles recuerda con mucha tristeza ver arder las latas de leche en polvo, que ella daba a “sus niños”, unos 150 pequeños desnutridos."Sin Dios no habría podido soportarlo"
"Hoy que estoy más tranquila, siento que merece la pena. Y si estoy bien, en enero regreso. Tengo billete de ida y vuelta". ¿Volverá a Chipene? No se sabe, porque la incertidumbre es grande: "Parece que será imposible recuperarse, es muy difícil. Es la misión que estaba más cerca del límite de Cabo Delgado". Allí desde hace 5 años hay una guerra cruel, que está avanzando hacia Nampula.
Después de esta experiencia tan traumática, en la que además de perder a su hermana, ha perdido todo –incluido el móvil y los audífonos, que se quedaron entre las cenizas-, esta misionera asegura que ha perdonado a los terroristas."No tengo que perdonarlos, porque yo nunca los condené; ellos son mandados, son pobrecita gente, drogados, de este lugar que los mandan a hacer eso, pero que no son culpables por nada. Si no hacen eso, los matan a ellos", explica.
Asegura que no tiene miedo, y que la fe ha jugado un papel importantísimo. "En aquel momento tuve una ayuda fuerte del Señor, estaba bastante serena. Esto ha fortalecido mi fe 100%, si Dios no me hubiera ayudado no hubiera podido soportar cosas de este tipo". De hecho, al despedirse de los misioneros que estaban allí, les invitó a seguir rezando juntos el rosario. La misionera comboniana ha aprovechado la entrevista para enviar un mensaje a los jóvenes. “Yo quisiera decir a los jóvenes que merece la pena, que merece la pena gastar una vida por la misión, que hay muchas personas que nos esperan con sed de saber, con sed de conocer a Dios”.