El padre Queirós Figueras nació en Kibala, en la Província de Kuanza-sur, en Angola, el 14 de julio de 1978. En estos momentos estudia la Licenciatura en Comunicación en la Pontificia Universidad de la Santa Cruz en Roma gracias a una beca de CARF – Centro Académico Romano Fundación.
De niño sufrió los sufrimientos de la guerra en su país. Y como sacerdote, ha visto el desastre en términos de pobreza y falta de desarrollo de su país. “Desafortunadamente, los casi treinta años de conflicto militar han provocado, en Angola, no solo víctimas y refugiados, sino también pérdidas de capital físico y económico”, explica.
En una entrevista con Gerardo Ferrara para CARF relata que nació “en un pueblo llamado Utende, en el municipio de Kibala, pero tuve que mudarme con mi familia a la ciudad de Luanda, donde crecí en las afueras de la capital con mis padres y hermanos, siendo yo el segundo hijo de siete hermanos. Nos tuvimos que escapar debido a la guerra civil que vivía el país en ese momento, en 1983”.
Sin embargo, su recuerdo es el de haber crecido “rodeado de una fe muy viva”. “Recién llegado a Luanda, comencé a frecuentar la Parroquia de Nossa Senhora das Graças. Crecí en esta Parroquia, participando en la catequesis de la niñez y de la adolescencia y siendo parte de los grupos de acólitos y misioneros que se ocupaban de nosotros, niños y jóvenes. Entonces en 1995 hice mi primera comunión y en 1997 recibí el sacramento de la confirmación. En ese momento ya estaba asistiendo al grupo vocacional y en 1998 pedí entrar al Seminario de la Arquidiócesis de Luanda, para asistir al curso introductorio".
Sin embargo, durante un año tuvo que dejar el seminario para hacer el servicio militar obligatorio. Pese a todo pudo evitar participar en la guerra, “gracias a Dios y a la oposición de mi familia”. En noviembre de 2010 fue ordenado sacerdote en la Diócesis de Viana, por Monseñor Joaquim Ferreira Lopes, primer obispo de esa misma diócesis.
“En mi periodo de aprendizaje pastoral, antes de la ordenación diaconal, pude ver, en los territorios de las parroquias donde prestaba mi servicio, el desastre en términos de pobreza y falta de desarrollo. Desafortunadamente, los casi treinta años de conflicto militar han provocado, en Angola, no solo víctimas y refugiados, sino también pérdidas de capital físico y económico (infraestructura, viviendas, trabajo), lo que ha inducido una reducción del bienestar del país, que sigue siendo uno de los más pobres en el mundo”, explica el padre Queirós.
Además, este sacerdote señala que “cuando terminó la guerra en 2002, con la victoria del MPLA, más de 500 mil personas habían muerto y más de un millón habían sido obligadas a abandonar sus hogares. La infraestructura del país quedó devastada. La Iglesia sigue necesitando la ayuda de los cristianos de todo el mundo. ¡Sin mencionar a los niños soldados!”.
Según informa el padre Queirós, Human Rights Watch (HRW) estimó que UNITA y el gobierno emplearon entre 6 mil y 3 mil niños soldados respectivamente durante la guerra, algunos a la fuerza. Además, los análisis de HRW mostraron que entre 5 mil y 8 mil niñas menores de edad tuvieron que casarse con milicianos de UNITA.
Este religioso considera una prioridad para Angola “reconstruir el país, darle unas perspectivas nuevas relacionadas con la paz para que la gente de Angola pueda recuperar las condiciones básicas de una existencia devastada por la guerra”..
Desde su ordenación hasta 2019, fue párroco de una de las parroquias más pobladas de Viana: la Parroquia de São Paulo. “Aquí pude ver cuán grande es la misión a la cual Dios me llama y nos llama a todos los sacerdotes”, afirma.
Este sacerdote angoleño explica que la Iglesia católica, en particular, a través de sus misioneros, sigue tratando de ayudar al gobierno en la reconstrucción del tejido social, en proporcionarle a la población alimentos, instrucción y formación profesional, además de asistencia sanitaria en la lucha contra la llaga del SIDA.
“Siendo también director de Radio María-Angola y Vicario Episcopal para la Evangelización y la Catequesis, me di cuenta de que hoy, en un mundo dominado por las nuevas tecnologías, la Iglesia debe capacitar a sus miembros para que se adapten a los nuevos métodos de transmisión de la fe. Sabemos que el mensaje es el mismo, la doctrina es la misma, pero los métodos de transmisión están cambiando y necesitamos mantenernos al día con estos nuevos desafíos. Ya el Concilio Vaticano II, en el Decreto conciliar “Inter Mirifica”, dio este paso, pidiendo a los pastores que utilicen los medios tecnológicos para evangelizar. Por lo tanto, mi obispo me mandó a estudiar en Roma, en la Facultad de Comunicación Social e Institucional de la Universidad Pontificia de la Santa Cruz”, relata.
De este modo, su deseo es “regresar a mi país, dentro de un año y medio, y ayudar a mi diócesis a desarrollar su cuidado pastoral y de evangelización, gracias a la excelente formación recibida en esta gran Universidad Pontificia, donde me encontré con profesores que cuidan no solamente del crecimiento académico de los estudiantes, sino también del desarrollo humano y espiritual, que es tan importante como las herramientas teológicas y de comunicación”.