Hong Kong se encuentra en una encrucijada histórica, con manifestaciones masivas que piden más democracia ante las crecientes presiones del Partido Comunista Chino. Hay unos 580.000 católicos en esta ex-colonia británica de 7,2 millones de habitantes. Es una Iglesia en crecimiento, con unos 3.000 bautizos de adultos cada año: en 1999 los católicos eran menos de 350.000. Han pasado de ser un 5% a un 8% de la población.
Se calcula que la gran manifestación del 18 de agosto en Victoria Park congregó a más de 1,7 millones de personas, incluyendo numerosos católicos. Antes de la marcha principal, realizaron un encuentro de oración en el cual, tras algunas lecturas bíblicas y cantos, tomó la palabra el sacerdote Carlos Cheung, un salesiano de Hong Kong. Estas fueron sus palabras, difundidas por la agencia AsiaNews.
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La lectura que acabamos de escuchar [Deut. 1, 29-31] nos recuerda que Dios está siempre con nosotros. Con la esperanza en el corazón, nos encaminamos hacia la tierra prometida que el Señor nos ha señalado, y a pesar de las dificultades, no nos detendremos fácilmente.
Debemos recordarnos que en estas manifestaciones no buscamos una victoria a corto plazo. Esta es una batalla a largo plazo. Aún si el gobierno no escucha nuestros reclamos ahora, debemos luchar de manera continua en nuestra parroquia, en nuestra comunidad, entre nuestros amigos y familiares: son todos campos de batalla para una lucha de larga duración. Cada uno de nosotros tiene esta responsabilidad: despertar a las personas que tenemos a nuestro alrededor.
Por más de dos meses, se nos ha expuesto a un continuo derramamiento de sangre. Los manifestantes han sido tratados de un modo violento, y fueron arrestados. Desde el mes de junio, la policía ha hecho un uso excesivo de la fuerza y ha recurrido a la violencia para reprimir a la gente, violando los código de seguridad y violando los estándares internacionales sobre derechos humanos. El 21 de julio, la policía incluso permitió el ataque indiscriminado de mafiosos contra los ciudadanos. Ciudadanos comunes, habitantes y transeúntes no solo fueron atacados con gases lacrimógenos, sino que también fueron arrestados sin razón.
El gobierno ayuda a encubrir estos actos escandalosos de la policía, y es el primero en difundir fake news y desinformar a la opinión pública. En este momento, el gobierno ha llegado a difamar a sus opositores difundiendo propaganda política. Y lo que es aún peor, el gobierno ha adoptado la descarada costumbre de decir mentiras en las conferencias de prensa, en su intento de hacer un lavado de cerebro de ciudadanos inocentes.
¿Queremos ser manipulados por un gobierno que está realizando estas horribles jugadas políticas en nombre de la justicia? ¿Acaso esto no genera algún sentimiento en nosotros? Queridos hermanos y hermanas, ¿dónde está nuestra conciencia? ¿Cómo puede la Iglesia ofrecerse como guía, sin expresar un juicio moral sobre esto?
Hoy no se trata de tener distintas visiones políticas. Se trata de personas que son abusadas por el gobierno, arrestadas por la policía con acusaciones falsas, perseguidas injustamente por el Departamento de Justicia, amenazadas con el terror blanco.
Como cristianos, estamos muy familiarizados con las palabras de justicia. Entonces, ¿optamos por permanecer en silencio, cuando el mundo necesita que alcemos la voz?
Además de rezar, necesitamos decir al gobierno que está cayendo en un profundo error al insistir en esta actitud. El Señor nos ha creado con una dignidad y libertad. Como vemos en el Antiguo Testamento, Mardoqueo, el padre adoptivo de Ester, oró al Señor con estas palabras: “Señor, Señor, rey que dominas el universo, todas las cosas se someten a tu poder y no hay nadie que pueda oponerse a ti en tu voluntad de salvar a Israel… Tú lo sabes todo; tú sabes, Señor, que no fue por orgullo, no fue por soberbia ni por vanagloria que tuve este gesto de no postrarme delante del soberbio Amán… Sino que lo hice para no poner la gloria de un hombre por encima de la gloria de Dios; jamás me postraré delante de nadie más que ti”.
Momento de oración y reflexión de los manifestantes católicos antes de la marcha del 18 de agosto en Hong Kong
¡Lo que estamos defendiendo, de un modo casi terco, es la dignidad humana -la dignidad de ser hijos e hijas de Dios!
Roguemos a Dios con las palabras de Ester: “Señor mío, rey nuestro, ¡tú eres el único! Acude en mi ayuda, que estoy sola y no tengo otro auxilio fuera de ti…”.
Debemos poner un alto al sufrimiento causado por estas leyes irracionales y por la opresión de la autoridad. Hoy, también tenemos que proteger a nuestros jóvenes, proteger a nuestra Hong Kong, proteger a Jesús de los procesos injustos, para que no sea tratado brutalmente ni acusado falsamente una vez más.
El 4 de junio de 1989 los jóvenes fueron masacrados en la Plaza Tiananmen. Lo mismo podría suceder otra vez, en Hong Kong. Por eso debemos mostrar moderación. No debemos sacrificar nuestras vidas por este régimen malvado, sin un objetivo.
En nuestra campaña contra las autoridades, como miembros de Hong Kong, realmente no vemos que la violencia haya partido de nuestros jóvenes. Por el contrario, fue evidente la violencia de la policía. Dos millones de personas han salido a las calles para exigir la cancelación de la ley de extradición, pero el gobierno central ha elegido hacer oídos sordos al clamor de la gente y de los jóvenes. Y si ha sido el gobierno central el que ha optado por ignorar nuestra voz, ¿por qué habríamos de echar la culpa a nuestros jóvenes amigos?
Que Dios nos bendiga, bendiga a nuestros jóvenes y a Hong Kong. Esta no es una batalla para conservar algo. Es una batalla ética. Con la paz, la sabiduría y la suavidad, despertemos a todos, despertemos a la Iglesia y al pueblo del reino de Dios. Salgamos, con orgullo, esperanza, y sin miedo.