Juan José Aguirre es obispo de Bangassou, en República Centroafricana. Gracias a su testimonio muchos han conocido la grave situación que vive el país y la persecución a la que se está sometiendo a la Iglesia.
Poniendo constantemente su vida en juego, este misionero español defiende a los pobres y damnificados por este conflicto, e incluso en el seminario acoge a 1.500 musulmanes para que no sean asesinados.
La situación es extremadamente complicada y ahora está recuperando fuerzas en su Córdoba natal antes de volver a la batalla. En esta entrevista con El Espejo de COPE explica qué está ocurriendo en este país africano.
-¿Cómo está la situación?
-Bastante maltrecha. Han movido ficha los grandes de esta tierra. Ha llegado como un elefante en una cacharrería la Rusia de Putin, a través de mercenarios de una compañía llamada Garner, y han llegado para formar a las tropas centroafricanas, pero, al mismo tiempo, han firmado acuerdos en San Petersburgo para la explotación de minas de diamantes. Los chinos ya estaban allí explotando el oro y llegando los rusos, América ha mandado dinero para hacer campos de militares. Al mismo tiempo, Arabia Saudí sigue mandando sus mercenarios fundamentalistas radicales, que están haciendo que el gobierno controle solo el 20% del país. Cuando los elefantes se pelean entre ellos, nuestra pobre gente y yo, que estoy con ellos, nos sentimos abofeteados por todos.
- ¿Y en la diócesis?
- Han querido hacer de Bangassou un país independiente que mire a La Meca, pero no lo han logrado. Ahora está asegurada con las tropas centroafricanas. Allí en Bangassou hay cuatro grandes campos de desplazados, uno de ellos en el seminario, a 50 metros de la catedral, donde tenemos a 1.500 musulmanes, que los hemos sacado de un genocidio, de ser degollados. Les pasamos 25.000 litros de agua potable y los cuidamos. Ya han llegado los cascos azules de la ONU y organismos internacionales que los están cuidando también. Hay un millón de desplazados en Centroáfrica, de inmigrantes. Nosotros, aquí en España, nos echamos las manos a la cabeza por 20.000 que han llegado en barcas. Allí tenemos un 1.100.000 desplazados en Centroáfrica. Es gente que está malviviendo, porque es esa hierba que está debajo de los pies de los grandes.
- ¿Cómo se vive el día a día y cómo se desarrolla la labor pastoral en estas condiciones?
- Hemos visto escenas alucinantes de niños que hemos tenido que recoger con un agujero en el pecho para llevarlos a una fosa común, hemos tenido que recoger trozos de cadáveres de cascos azules, etc. Eso lo haces, pero luego lo sueñas. Hay quien lo lleva más ánimo y acepta palabras de esperanza, y hay quien está deprimido y se hunde, porque se lo ha quitado todo, le intimidan, lo han echado de su tierra, y tiran la toalla.
- Dinámica destrucción de estos elefantes y reconstrucción de las obras que han empezado, ¿cómo se sigue volviendo a empezar?
- Con la gracia de Dios. Es la que te enseña el camino, te elige las palabras a decir, a la gente a la que tienes que tener como amiga por el bien del pueblo. Yo recibo SMS en mi teléfono amenazándome de muerte, pero muchas veces no se atreven a tocarme porque voy con sotana blanca, pero se ensañan con mis sacerdotes y mis laicos. Tengo que ser muy prudente para no enemistarme con gente que no debo.
- Situación...
- Los últimos cinco años han sido de un vapuleo constante. La Iglesia centroafricana ha sido un constante caer y levantarse. Ha habido una auténtica persecución a la Iglesia durante los últimos cinco años. La Iglesia ha sido la voz que se ha alzado contra esta situación. Hemos visto sacerdotes a los que han matado. Han ido a por ellos. Nos han destruido misiones y han puesto a parir a la Conferencia Episcopal por decir lo que nadie se atreve a decir. No son solo los fundamentalistas islámicos, si no de soldados de la ONU que no les gusta que les critiquen. Los últimos inmigrantes que están llegando aquí, lo hacen escondidos en camiones. Son jóvenes con barba que vienen de Raqa, Siria.