El obispo de Bangassou ha escrito una carta sobre la misión en Zemio, en la que recuerda que no siempre se ha vivido así. Hasta hace pocos años, este lugar era un punto de encuentro, concordia y de paz. Todo aquello se destruyó, generando una desconfianza en las personas dificilmente reconstruible, pero Aguirre lo quiere intentar. Zemio fue un símbolo y quiere que vuelva a serlo. Esta es la carta firmada por el obispo:
"Fue una de las primeras misiones de la diócesis de Bangassou, allá por los años 50. Fue próspera hasta hace 5 años con la llegada de milicianos musulmanes radicales y jóvenes “libertadores” mal armados y mal encarados que convirtieron Zemio en un baño de sangre. Teníamos una escuela para 2.100 alumnos, un rebaño de vacas, un proyecto de la Iglesia americana para la ganadería y la agricultura que nos daba al mismo tiempo luz e internet todo el día. La casa de las monjas era una joyita, no sólo se ocupaban de la escuela, sino que tenían proyectos de corte y costura, llevaban la Caritas parroquial donde atendían cientos de ancianos, enfermos de Sida y personas rotas por la dureza de la vida, llevaban las catequesis, ponían películas en la Iglesia por las noches, hacían pan para el barrio y estaban muy cerca de los dos curas de la parroquia…
»Con la llegada de los violentos, un plan urdido el 2013 desde fuera de Centroáfrica para hacer de él un país ingobernable, o dividirlo en dos, crear el caos y enfrentar musulmanes y no musulmanes para poder robar de aquí los minerales, ganado, petróleo y toda la riqueza…, el encanto de la misión se rompió. 25.000 habitantes de Zemio huyeron al Congo mientras los violentos de un lado y de otro quemaban sus casas, sus graneros, sus sueños. Los musulmanes de Zemio, muertos de miedo, se armaron hasta los dientes y con este gesto el resto de la población huyó a la misión. Pasaron penurias y vejaciones durmiendo en la veranda, extendiendo sus coloridos paños en el suelo mientras veían a lo lejos sus casas arder. Robaron sus cosechas y la escuela cerró. Quemaron el hospital y quedaron a expensas de las pocas medicinas que aún quedaban en casa de los padres hasta que también éstas se acabaron. La escuela cerró. La casa de las monjas fue saqueada y ellas volvieron, impotentes al Perú. Zemio se convirtió en una ciudad fantasma. Los dos grupos armados eran peligrosos como víboras. Por cualquier cosa saltaban chispas en forma de tiros y la población civil pagaba los platos rotos. Dos víboras en la misma casa, es para estar siempre atentos, sobre todo durante la noche. Extenuados y en estado de shock, delgados como palillos, sacamos a los padres de Zemio y los llevamos a la capital para un curso para destraumatizar. Habían enterrado decenas de cadáveres en fosas comunes y dormido en medio de una multitud aterrorizada durante meses. Dijeron a la gente de huir al Congo y la misión quedó vacía, silenciosa, acosada por los bandidos que se servían a sus anchas.
»En el mes de diciembre 2017 les pregunté si se sentían con ánimos de volver, de celebrar la Navidad allí, de volver a juntar a la gente aunque las dos víboras siguiesen trajinando por la casa e inventando maldades. Aceptaron. Les ayudaron a empezar y ellos juntaron a los que quisieron volver del Congo para vivir cerca de la misión porque el barrio católico, largo 4 kilómetros estaba completamente quemado. Empezaron la escuela y llamaron a niños musulmanes y no musulmanes para que convivieran juntos en la escuela. Era el principio de la cohesión social. Lograron que los niños musulmanes dejaran sus cuchillos en casa y que los profesores empezaran sus clases distendidos y animosos. Luego un proyecto alemán (ACN) les pagó las pajas del techo de las casas y aquellos que han querido volver, reciben la paja gratis si se construyen ellos mismos la casa.
»Estoy visitando Zemio. La gente me ha recibido con mucha alegría y durante 10 días he rezado y hablado con todos los grupos parroquiales, autoridades, imanes y militares. Se duerme bien con tanto calor humano pero hay ruido de sables y la gente mira de reojo a su espalda por si acaso. Con esa tensión, se va viviendo, pero es un vivir sin vivir, la esperanza puesta solamente en Aquel que nos sostiene".
Mons. Juan José Aguirre
Obispo de Bangassou