- Sí. Se debe. El pueblo africano es muy creyente. Cuando la existencia se hace muy cuesta arriba, uno llega al convencimiento de la que vida no puede ser sólo la de aquí. Ningún africano cree que no hay otra vida después. Es algo innato.
- La sonrisa de la gente y sus ganas de salir para adelante.
- Sí, porque los veía desde la ventana de mi habitación. Es un contraste. Yo no puedo vivir como lo hacían ellos porque mi cuerpo no hubiese aguantado. Necesito comer y dormir medianamente bien.
- No sabía hablar el idioma, así que me tenía que callar. El cuerpo también me falló físicamente. A partir de ahí, abres los ojos e intentas escuchar y comprender por qué ríen y lloran.
- Por supuesto que sí. Allí se deshace.
- Tampoco debe ser agradable para ellos que los blancos lleguen, hagan algunas obras de caridad y, luego, se marchen. Teníamos una religiosa de la etnia baribá que decía que había mucha diferencia entre los misioneros y los demás. Nos decía: "Vosotros venís y os quedáis aquí. Aprendéis de nosotros". Nunca me he sentido mal acogido, sino al revés.
- Un horror. Tiene que haber una mínima dignidad. No es pedir tanto que la gente tenga agua, luz, una escuela o un dispensario para curarse. Con la ayuda de Manos Unidos y de otros organismos, logramos instalar la luz en cinco pueblos de los 18 que tenemos. Aún queda trabajo por hacer. El agua sí que conseguimos llevarla a todas las aldeas.
- Varían en función de la sequía. Cuando llueve, se coge el agua de lluvia. Después, se usan los pozos de las casas. Más tarde, hay que ir al pozo más cercano. Si éste se seca, tienes que desplazarte a otro más lejos. Y, así, sucesivamente. Al final, las mujeres de diferentes casas se encuentran en el mismo pozo, tienen que repartir el agua y trasladarse todavía más lejos. Los cien metros se convierten en kilómetros mañana y tarde. Es una tarea diaria que tiene que hacer toda mujer, desde los ocho años hasta que se muere.
- Yo no tengo que convencer a nadie. Lo hace Dios. Cuando ven que les ayudamos, piensan: "Éste me echa una mano". Respecto a la religión animista, les decimos que no pueden estar siempre pensando en negativo. Si enfermas o te mueres, ellos creen que te lo ha enviado alguien. Muchas veces, vienen y me dejan un niño en las manos: "Llévatelo, no lo quiero". Lo hacen porque tienen pánico.
- Si viene una enfermedad o la muerte, dicen que es él. ¿Por qué? Pues porque nació de una forma distinta que los demás: de nalgas o a los 8 meses... Entonces, hay que alejarlo. Nosotros les decimos que los niños no tienen nada que ver en esto. Pero, como las desgracias no cesan, siguen pensando que es por su culpa.
- [Ríe] Eso es así. Tenemos muchísimas conversiones, la mayoría de mujeres de 40 a 50 años que dicen: "Ya está bien de vivir bajo la esclavitud de mi marido y de su familia. Vete a por agua, vete a por leña, haz la comida...". Cuando tienen muchos hijos, se sublevan. Una chica cristiana que se casa con un musulmán no depende sólo de su marido, sino de la madre, la abuela y las hermanas de éste. Son ellas las que le están dando órdenes todo el rato. Se convierten en servidoras de toda la casa porque son las más jóvenes.
- El que posee dinero, tiene mujeres. Cuanto más dinero, más mujeres. Para ellos es un orgullo: coches, camiones y también mujeres que te dan hijos para trabajar en el campo. Esa idea se mete entre la población porque también hay cristianos que cogen a varias mujeres.
- Sí, claro. La poligamia es una cosa que se contagia. Son malos cristianos.
- Se están perdiendo. Antes era la familia la que te decía con quien te casabas. Esto a nosotros nos parece una barbaridad, pero allí el individuo no existe, sino la familia. Un africano solo es un hombre muerto. Ahora, hay muchos chavales que tienen hijos con chicas antes de casarse y no tienen el apoyo de la familia. Se produce un conflicto entre la tradición y la modernidad. Hay un gran porcentaje de chicas de instituto que se quedan embarazadas.
- [Ríe] Te voy a responder sólo una cosa. En África se están utilizando muy mal los anticonceptivos por parte de las instituciones de Salud. Si te quieres poner uno, aquí te hacen un análisis de sangre. Allí a todas las mujeres les dan lo mismo. Hay muchas que no soportan las hormonas de la píldora ni los implantes. A algunas les empieza a salir vello en el bigote.
- El hecho de que haya tantos refugiados huyendo supone una subida exponencial tremenda de gente pasando hambre. En Benín, no pasan hambre, pero no tienen para repetir. Están siempre comiendo lo mismo: el maíz o el ñame, mañana y tarde durante todo el año. Hidratos de carbono puros y duros. Un trozo de carne muy pequeñito una vez a la semana. Es una comida que no enriquece.
- Sí, claro [Ríe]
- Yo no lo he conseguido, sino la gente. Empezando por las mujeres que se sientan, hablan y buscan soluciones. Y, luego, implicando a las asociaciones. Los proyectos los hacen allí con mano de obra local.
El cambio empezó por las mujeres, muchas de ellas analfabetas, con una carga de hijos que mantener.
Es un trabajo de muchos años. Las hemos dado formación en higiene y nutrición. Empezamos con reuniones de media hora cada 15 días. A partir de esa base, se les dice: "¿Cómo veis el pueblo? ¿Qué echáis en falta?".
- Lo primero es que ya no dependen tanto de los maridos. Pueden salir adelante económicamente por sí mismas. Lo segundo es que ya no lo hacen todo manualmente, sino que utilizan máquinas.
- Claro. Si ellas no saben leer, el marido les puede engañar con las facturas.
- Es muy complicado. Aquí se dice que es por machismo, pero yo lo que he vivido allí es que se hacía todo entre las mujeres. Como a mí me lo han hecho, pues a mi hija también. Allí los hombres no entraban absolutamente para nada. Una vez, en un pueblo, se lo hicieron a niñas de 6 años, llamamos a la Policía y pillamos a las dos señoras que vivían de eso. Para ellas da lo mismo la fimosis que la escisión del clítoris. Les tienes que explicar que no es lo mismo un trozo de piel que una parte del cuerpo. Ha sido así toda la vida. Piensan que la mujer no debe sentir placer cuando hace el acto sexual porque si no va a hacer impuro al marido.
- En mi zona, ya no lo hacen. Cuando llegué yo a todas las chicas de más de 25 años se lo habían practicado. ¡A todas, eh! Ahora ya no.
Viendo lo que puedo aportar.
- No lo creo. Es puro evangelio. Vengo de una iglesia que está llena de jóvenes.
- Allá.
- En España, no hay nadie. Los jóvenes no están. Hay gente implicada, pero la diferencia es abismal. Mientras España es una sociedad vieja, de jubilados, allí el 60% de la población tiene menos de 21 años. Eso no es un descrédito sino la fuerza de un país.
- Hay una generación que, junto a sus hijos, se ha ido de la Iglesia. ¿Ahora cómo se hace esto? Pues no lo sé.
- Sí. El corazón sigue allí.