El cardenal Andrew Yeom Soo-jung, arzobispo de Seúl, ha comentado en una entrevista los avances positivos de la cumbre entre Corea del Norte y Corea del Sur. Espera que se puedan reunir las familias que quedaron separadas por la ruptura del país (hoy son unas 57.000 personas de más de 70 años las que lo vivieron directamente) y que se mejoren otros aspectos humanitarios. También espera poder visitar algún día el norte y tratar con libertad a los cristianos del lugar, que llevan décadas bajo un régimen totalitario que reprime la religión. Para avanzar en todo ello pide empezar siempre con la oración. Lo ha declarado en el Catholic Pyeonghwa Broadcasting (CPBC). AsiaNews traduce la entrevista.

Creo que el resultado más significativo de la cumbre ha sido el diálogo entre Corea del Norte y Corea del Sur. Dialogar es el primer paso para establecer una comunidad de paz. En este sentido, el diálogo que se llevó a cabo durante la cumbre nos ha dado a todos una gran esperanza de llegar a la paz.  


Pienso que es extremamente importante hallar soluciones a los problemas humanitarios. En particular, elogio la decisión de organizar la reunión de las familias separadas,  puesto que sería una oportunidad para curar las heridas de la separación. Había cerca de 130.000 familiares que fueron separados desde el inicio, pero en el camino son muchos los que fallecieron y actualmente sólo hay unas 57.000 personas con vida.  Siendo que la mayoría de estas personas tienen entre 70 y 90 años de edad, lo que espero es que la reunión no sea la única ocasión, sino un acuerdo continuo entre Corea del Sur y Corea del Norte.

Las ayudas humanitarias son más que un simple llevar bienes esenciales; es encontrarse con las personas, compartir el amor y la esperanza, y estar unidos, como una sola cosa. La arquidiócesis de Seúl ha emprendido varios proyectos de apoyo al Norte.  Tendremos que asumir nuestro máximo compromiso en el sentido de continuar brindando nuestro apoyo y nuestra puesta em común, tanto en términos de cantidad como en calidad. 

Como siempre, tendríamos que comenzar con la oración.  Durante 23 años, la arquidiócesis de Seúl celebró la Santa Misa todos los días martes, a las 19 horas, en la catedral Myeongdong, para rezar por la paz en la península coreana. También hemos lanzado un movimiento de oración llamado: “Recuerda a las parroquias del Norte”, para conmemorar las 57 parroquias y los casi 5.200 católicos de Corea del Norte. A través de las oraciones, coloquemos a Dios en el centro de nuestras vidas. A través de las oraciones, nos convertimos en hermanos y hermanas. Pido a todos ustedes que continúen rezando por Corea del Norte, porque el Señor al final escuchará nuestras oraciones.

El año pasado hemos celebrado el 90º aniversario de la diócesis de Pyongyang. Si bien soy el administrador apostólico de Pyongyang, jamás pude visitar esa ciudad. Rezo todos los días el Rosario y pido que la gracia de Dios sea concedida a la Iglesia norcoreana. Creo que el fuego del Espíritu Santo  aún sigue encendido en Corea del Norte. Quizás, este arde incluso más fuertemente en semejantes situaciones de dificultad. También yo rezo ardientemente, para que un día pueda encontrarme con los católicos norcoreanos, hablar con ellos y celebrar juntos la misa.

La paz es un don de Dios. La paz se realiza a través del amor fraterno. La paz no es algo que se pueda vivir en soledad, sino algo que se ha de compartir. La paz de la península coreana se vuelve más significativa aún si tenemos en cuenta que podemos contribuir al bienestar y a la prosperidad de los países vecinos y del mundo.

La cumbre es realmente muy importante, es el primer paso hacia una paz auténtica, pero aún tenemos un largo camino por recorrer, frente a nosotros. Si bien no debemos dejar que nos tome la desesperación, tampoco hay que caer en la complacencia. Pido a todos que unamos nuestros corazones y que continuemos rezando por la paz en nuestro país.