Aram I, con sede en Líbano, es el Katholikós de Cilicia de la Iglesia Apostólica Armenia (www.armenianorthodoxchurch.org), líder espiritual de entre 3 y 4 millones de cristianos ortodoxos armenios que viven en Líbano, Siria, Chipre, Irán, Grecia y Norteamérica. (Los fieles de Armenia y otros países dependen de Karekin II, con sede en el país caucásico).
En una extensa reflexión difundida a través del periódico franco-libanés L’Orient-Le Jour y resumida por AsiaNews, cuando se commemoran 103 años del inicio del genocidio armenio a manos de los turcos, el Katholikós ha pedido reparaciones a Turquía, empezando por devolver miles de templos y locales confiscados hace un siglo.
“Como jefe espiritual pido a Turquía los miles de iglesias, monasterios, escuelas y centros, objetos culturales y espirituales que aún continúan expropiados ilegalmente por las autoridades […] dado que la Corte constitucional ni siquiera se ha dedicado a analizar el recurso de apelación presentado”, proclama.
El “reclamo legítimo” del pueblo armenio no es sólo que haya “un reconocimiento del genocidio”, sino también que “se reparen” los agravios sufridos, ateniéndose “a las convenciones internacionales y a la Declaración de los derechos del hombre”.
En la noche del 23 al 24 de abril de 1915 fueron arrestados intelectuales, escritores, pensadores de etnia armenia por mano de los hombres del Imperio otomano: este es el momento que marcó el inicio del genocidio. A partir de ese momento y durante años, más de un millón de armenios fueron llevados por la fuerza, obligándolos a emprender largas marchas que los condujeron a la muerte por inanición, agotamiento y palizas.
Al cumplirse el centenario, en 2015, el Papa Francisco también intervino en la cuestión, pronunciando durísimas palabras, al subrayar que los armenios padecieron “el primer genocidio del siglo XX”. El presidente turco Recep Tayyip Erdogan protestó y dijo que las palabras del Papa eran un “disparate”.
Para el Katholikós Aram I, la restitución de los lugares de culto y de las propiedades armenias por parte de Ankara podría ser un primer paso para un verdadero acto de reparación, dado que no alcanza con un simple reconocimiento.
“Cada vez que un país pronuncia una palabra a favor del genocidio armenio –prosigue- o cada vez que se levanta una escultura que lo describe o representa, Turquía se alza en tono amenazante”.
El obispo advierte que, en realidad, “la misma sociedad civil turca ha comenzado a llamar a esta página negra de su historia por su nombre: genocidio”, un crimen “contra un pueblo” que no puede ser olvidado” y Ankara tiene la tarea de “revisar su política negacionista” que no podrá “prolongarse eternamente”. T
Aram I agradece “a nuestros hermanos y hermanas árabes, cristianos y musulmanes, que han aceptado a nuestros huérfanos y sobrevivientes”. Porque el genocidio armenio, concluye, “no se funda en motivos religiosos”, y puesto que “es una necesidad” la “coexistencia entre naciones, religiones y culturas [diversas] en este mundo caracterizado por el pluralismo y por la independencia”.
Hoy en día, la diáspora de los armenios está presente en 36 países del mundo. Una de las comunidades más consistentes y numerosas se encuentra en el Líbano, donde hay más de 140.000 personas de origen armenio además de un gran número de escuelas e instituciones de dicha colectividad. Anoche, miles de armenios participaron en una marcha de la memoria, que partió desde Bourj Hammoud y se concluyó en Antelias, situada en la periferia norte de la capital, donde se levanta la sede del Catholicos de Cilicia.
Entre quienes apoyaron la iniciativa figuran los líderes de los tres principales partidos armenios del Líbano: Tachnag, Hentchag y Ramgava. En sus intervenciones en el escenario, al término de la marcha, los jefes partidarios han dirigido un reclamo a Turquía pidiendo que haya un reconocimiento de su responsabilidad en los hechos, y una reivindicación de la pertenencia histórica y cultural a un país y a un pueblo.
Por el contrario, es muy distinta la situación de los armenios que viven en Turquía, cuya comunidad se concentra en torno al área kurda de Diyarbakir, en el sudeste del país, una zona que es escenario de una feroz represión por parte del gobierno de Ankara, contra los líderes [kurdos] locales. A principios del siglo XX, el 50% de los habitantes era armenio; hoy sólo queda poco más de un 20%. Y en la fecha de hoy, 24 de abril, por temor a que haya represiones turcas, ellos ni siquiera se reunirán para recordar “el gran crimen”.
Exponentes de la comunidad armenia de Diyarbakir, que permanecen tras el anonimato, informan que los kurdos han emprendido un camino de revisión de los hechos, y que han comenzado a considerar el pedido de perdón “no como un favor, sino como un deber”. Sin embargo, el negacionismo turco sigue, y pesa sobre el futuro de la comunidad kurda que vive en el país, la cual es mantenida en un creciente anonimato, sobre todo en los últimos tres años, luego del conflicto desatado entre kurdos y turcos, y tras la campaña de represión encarada por Ankara luego del frustrado (supuesto) golpe de Estado de julio de 2016.
Un hecho interesante es que muchos armenios que en aquella época fueron acogidos o esclavizados por los kurdos, y convertidos en musulmanes, ahora están redescubriendo sus orígenes étnicos y religiosos, y están regresando a la fe cristiana.
También debe subrayarse –como afirma el Catholicos Aram I- que “el genocidio armenio no estuvo motivado por cuestiones religiosas. Durante siglos, el pueblo armenio convivió con el islam en paz y en un respeto mutuo, tanto en Armenia como en Cilicia. Los armenios, ciudadanos del imperio otomano-turco, fueron víctimas de un proyecto racista panturquista, promovido por los “Jóvenes Turcos”.