Swetha tiene unos 40 años, está casada y tiene tres hijas. Vive en una pequeña choza en la diócesis de Buxar, donde la fe llegó hace menos de 70 años. A Kerala, al suroeste del gigante país, ya llegó el apóstol Tomás solo 52 años después de la muerte de Cristo y en Goa estuvo san Ignacio de Loyola. Pero al norte de la India, un país bastísimo que tiene una superficie 6,5 veces la de España, el anuncio de un Dios salvador del hombre apenas se conoce.
En una choza de no más de diez metros cuadrados vive Swetha con su familia. Se levanta al amanecer para recoger los excrementos de las vacas y moldearlos en forma de tortas para ponerlos al sol a secar. Con ellos podrá encender el fuego y calentar algo para comer, si el marido ha conseguido alguna rupia ese día con que comprar algo en el mercado.
Los dalits del norte de la India más afortunados encuentran trabajo como limpiadores de letrinas, barrenderos o agricultores sin tierras. Trabajan en régimen de semiesclavitud y se les trata como si fueran animales. En el hinduismo un dalit no es considerado persona. No tiene ninguna posibilidad de prosperar en la vida (se nace y se muere dalit) y será tratado como un perro. En teoría en la Constitución el sistema de castas está abolido, pero en la realidad no es así.
Un día Swetha cayó gravemente enferma. Por las pésimas condiciones de vida y por las palizas de su marido, desesperado por la situación. El hombre buscó en sus vecinos consuelo cuando su mujer estaba a punto de morir. Rezaron juntos. Sus vecinos, con los que nunca había cruzado una palabra, eran católicos. Swetha sobrevivió y los buscó para agradecerle su preocupación por ella. Su vecino un día le dijo que siempre rezaba por ella y le propuso ir a Misa a la misión de la Iglesia más cercana.
Swetha accedió. «Nunca me había sentido tan acogida. Percibí una alegría que no había sentido nunca. Vi en el cielo en la tierra. Si existía el cielo, era allí», cuenta recordando ese primer día.
Desde entonces, no faltó a la Misa dominical. A su marido y a su familia política hindú no le gustaba la idea y empezaron más problemas. Una mujer en el norte de la India sufre una triple discriminación: por mujer, dalit y católica. No tiene opinión. Cuando se acerca al cristianismo, la burla, la presión, el aislamiento y la hostilidad contra ella no tienen freno.
«Cuando más conocía a Jesús, el conflicto con mi marido se intensificó. Un día destruyó mi Biblia. Sentí como si hubiera destruido mi vida. Otro día me golpeó con una barra de hierro. Sentí que Jesús estaba conmigo y apenas sentí daño», recuerda.
En el pueblo la señalaban. En la India cada vez más existe un pensamiento nacionalista según el cual todo nacido en la India tiene que ser hindú y el resto de religiones son influencias extranjeras, motivo por el cual este país aparece aparece con luces de alarma en los Informes de Libertad Religiosa de Ayuda a la Iglesia Necesitada.
Para los dalits como Swetha el anuncio cristiano es una auténtica revolución. Un Dios que quiere al hombre, cercano, que considera a todos las personas iguales y dignas de su amor… Cuando lo conocen le entregan su vida. Por eso en el norte de la India el anuncio de Jesús está siendo recibido por estos dalits, los últimos de los últimos, los que no pueden perder nada porque no tienen nada.
Poco a poco también el marido de Swetha fue cambiando. «Rezaba por él todos los días», cuenta ella. Un día empezó a ir a la iglesia. Y así Swetha, su marido y sus hijas encontraron la fe. Viven con la incomprensión y el rechazo de sus vecinos, que le mojan cada mañana las tortas de excrementos de animales para hacer fuego; ella, cada mañana, los perdona. Su familia política los abandonó, pero ella se mantiene en pie. «Cuanta más fe tengo, más problemas tengo y más fuerte soy», dice.
(Información de Raquel Martín en Ayuda a la Iglesia Necesitada)