Monseñor Wilfred Chikpa Anagbe, obispo de Makurdi, ha enviado un escalofriante informe a la Fundación Pontificia Ayuda a la Iglesia Necesitada, donde detalla la enorme persecución que se está produciendo contra los cristianos. Al menos, 68 cristianos han sido asesinados entre mayo y junio y muchos más han sido secuestrados.
El prelado se lamenta de la inacción del Gobierno federal y enumera las acuciantes necesidades de miles de personas del 1,5 millones que se han visto obligadas a abandonar sus hogares. “Naturalmente, tener que vivir esta situación es terrible para mí y para mi pueblo”, agrega monseñor Chikpa.
En la raíz del problema están los persistentes ataques de terroristas de la tribu fulani, mayoritariamente musulmanes, contra las comunidades campesinas, mayoritariamente cristianas en la región central de Nigeria. Las razones de los ataques son complejas. Los conflictos entre pastores nómadas y campesinos asentados se remontan a siglos atrás, pero, en los últimos años, la afluencia de armas de fuego modernas ha hecho que los ataques sean mucho más mortíferos y destructivos.
La dimensión religiosa agrava la situación en un país dividido por igual entre un sur mayoritariamente cristiano y un norte mayoritariamente musulmán, y donde la mayor parte de los enfrentamientos tienen lugar en la región central, donde están las tierras más fértiles. Según el obispo, los terroristas se camuflan bajo la apariencia de pastores nómadas para ocultar el verdadero propósito de sus ataques, que es expulsar a los cristianos de sus tierras.
La situación ha provocado “una grave e insostenible escasez de alimentos”, afirma el obispo, quien explica que “el estado de Benué es conocido por ser la ‘cesta de alimentos’ de la nación, pero que el terrorismo ha afectado el suministro de alimentos”.
Como resultado, los campesinos, que antes podían mantenerse a sí mismos y a sus familias, ahora sobreviven gracias a la caridad. “Esta precariedad hace que muchos vivan en condiciones incompatibles con la dignidad humana, dependiendo a menudo de raciones de comida aportadas por personas cuya condición económica no es en absoluto mejor”, dice monseñor Anagbe.
Makurdi actualmente alberga al 80% de los desplazados en el estado de Benué y, a pesar de las dificultades financieras, la diócesis hace todo lo que puede para aliviar el sufrimiento y las necesidades, entregando alimentos y bienes de primera necesidad.
Hace apenas unas semanas, la comisión diocesana de Justicia, Desarrollo y Paz distribuyó donaciones de alimentos y ropa a más de 1.800 personas de uno de los campos de desplazados. La diócesis también otorga becas a decenas de niños desplazados, para que no pierdan la oportunidad de recibir educación.
Sin embargo, la inestabilidad de la región dificulta la labor, y el mismo obispo dice: “desde hace algunos años no puedo realizar actividades pastorales en partes de mi diócesis”. “Junto a las iniciativas anteriores, no hemos dejado de lado la atención pastoral que merecen estas personas. Hay una parroquia en una de las zonas de asentamiento que atiende las necesidades espirituales de los desplazados internos”, concluye el obispo, y agrega que todavía espera comprar una clínica móvil para ayudar a atender las necesidades de salud y psicosociales de los desplazados.
Los problemas con los pastores fulani, los grupos armados y los extremistas islámicos en Nigeria llevan ya varios años. La Iglesia se ha quejado de que la inacción del Gobierno ha empeorado la situación.
Según Monseñor Anagbe, “la magnitud de los asesinatos, los desplazamientos y la destrucción arbitraria por parte de estas milicias yihadistas fulani no hace más que reforzar una agenda política, ahora puesta de manifiesto, de expulsar a las comunidades cristianas de Nigeria y apoderarse de sus tierras. Resulta revelador que el actual Gobierno nigeriano siga sin hacer nada ante estos persistentes ataques, salvo dar razones risibles como el cambio climático o que en los ataques también mueren asesinados musulmanes a manos de los llamados bandidos”.