"Me pareció un testimonio tan conmovedor que creo que hay que compartirlo, porque a muchas personas les hará bien", afirmó, sinceramente impresionado, el obispo de San Sebastián, José Ignacio Munilla, quien se aseguró de que el testimonio quedara grabado y se difundiera en el canal diocesano de vídeos.
Se trata de una zona rural, desértica, pobrísima y sin tecnología a la que ahora llega el evangelio, donde se convierten los paganos... pero les cuesta dejar las presiones de su cultura que oprimen a los débiles, mata a los enfermos y exigen venganzas sangrientas.
"Turkana es una de las tribus más marginadas y nuestro carisma de marianitas es estar donde la gente sufre y carece de todo", dice la hermana Matilde.
"La misión de Kaikor, cuando llegamos, no tenía nada, solo gente: niños, ancianos, enfermos, en un desierto. Es una tierra que no produce y hay que traer agua de lejos. Comenzamos con guarderías, promoción de la mujer, agua... Veíamos la alegría de Dios en el rostro de la gente cuando encontramos agua. Cavamos pozos de 80, 100, 120 metros de profundidad, que solo se pueden conseguir con maquinaria que atraviesa la roca. Con ese agua se hacen tanques, que riegan huertas y así alimentamos a los niños de las guarderías. Tenemos unos 140 niños en guarderías. Hay muchos niños debido a la poligamia. La motivación para que los niños vengan es la comida. Se les pide solo que traigan un palo de leña. Les preparamos para que aprendan un poco de escribir, de leer y hasta un poco de inglés. De lunes a viernes tienen así comida", explica. Los niños, con una comida por la mañana, ya son felices.
Es un pueblo semi-nómada, de pastores que pasan meses buscando pastos. "Dejan solos a los ancianos en chozas, mascando hojas que les permiten matar el hambre durante tres días, sin comida. Envejecen muy rápido por esa falta de alimentación. La malaria y tuberculosis, como están débiles, los matan".
Para el resto de Kenia, esta región turkana es despreciable y sin valor. "Una vez fui a comprar medicinas contra los hongos para nuestra clínica móvil. Y en la farmacia me dijeron: 'déjelos, son un pueblo olvidado'. Solo la Iglesia Católica está allí, ayudando. El Gobierno ha olvidado a ese pueblo."
"Tratamos de hacer conciencia en ellos, en reuniones. Aprenden que tienen derecho a reclamar, como ciudadanos, a llamar a puertas y protestar diez o veinte veces. En la oficina de administración nos dicen "sí, ya iremos", aunque nunca vienen las autoridades. No hay que dejar que la gente del pueblo se desmotive. Hay que acompañarles siempre. Y empezamos con proyectos pequeñitos".
Chicas turkana con sus famosos collares; cuantos más collares, más caras de colocar como esposas; se pagan con ganado
"Solo tenemos profesores para dar primaria muy básica, en una sola escuela primaria de 8 grados". Las niñas muchas veces no van a la escuela. Los maridos tienen que pagar con ganado el valor de las chicas: cuantos más collares tiene la chica, más vale. Para que una niña pueda ir a las escuelas secundarias (que están lejos) hay que pagar por el traslado. Eso es caro y van muy pocas a secundaria. Las chicas no quieren casarse: saben que las entregan a un desconocido, o a una persona mayor que ya tiene otras 5 o 6 esposas. A veces se escapan y buscan refugio en las iglesias. Las iglesias han de tener su espacio para refugiarlas".
Matilde cuenta la historia de la primera religiosa misionera de esta tribu turkana, que nació en una familia completamente pagana. Su padre iba a cambiarla, con 12 años, por 400 cabras, pero él enfermó y murió, y ella consiguió convencer a su hermano para que la enviara a la escuela antes de casarla. Terminó la escuela con 18 años. A esa edad, las cabras ya estaban pagadas y ella tenía que ir con su marido, pero ella se escapó corriendo de casa, huyendo al descampado.
En el camino se perdió y se alimentaba tomando sangre y leche de los rebaños que encontraba. Corrió durante una semana intentando llegar a la capital de la región. Se encontró un león y pensó que la devoraría. Levantó las manos y dijo: 'cómeme'. Pero el león no actuó. Ella subió a un árbol y el león le ignoró. "Quizá me vio tan delgada...", comenta años después.
Tardó un mes en llegar a la capital de la zona, en Lodwar, se metió en la catedral y unas religiosas escucharon su historia. "Vendrá tu familia a buscarte", le dijeron. Y la enviaron lejos, a otra zona del país, a la casa de las novicias. Allí ella sintió que quería ser novicia, como esas chicas, ¡aunque no estaba ni bautizada ni sabía nada de los sacramentos! Cuando se lo explicaron, pidió ser bautizada de inmediato y el sacerdote decidió hacerle un bautizo de emergencia.
Cuando llevaba 3 años de noviciado apareció su hermano, que la había estado buscando. Ella quiso dar la cara como dio la cara ante el león. Su hermano estaba muy enojado y pedía que volviera. "Lo siento, hermano, ya estoy casada", dijo, abrazando una cruz. Él se fue, quizá temiendo que apareciera "el marido", sin entender que era Dios. Ella, después de profesar como religiosa, pidió volver a su tribu a cambiar las cosas. "Pero te van a matar, te vas a meter en un lío", le decían. Pero ella sabía que para cambiar la sociedad se necesitaban los nuevos valores, los del Evangelio.
Acompañada de otra religiosa fueron allí y transformaron toda aquella comunidad. Ahora, toda la comunidad es cristiana, incluyendo a su hermano. Hoy esta religiosa trabaja en la diócesis, en el departamente de Justicia y Paz, estudia Psicología a distancia y es una mujer muy feliz. Cuatro chicas más, viendo su ejemplo, se han unido a su congregación. Ella dice: "Yo no conocía a Dios, pero Dios estaba ahí, me mostró sus caminos. Yo no sabía lo que era la vocación y Dios me llamó a pesar de ser pagana". "Ella es capaz de dar la vida para que toda Turkana sea cristiana", explica la hermana Matilde.
[Lea aquí en ReL una historia similar con una chica de la tribu samburu].
Explica que es importante conocer el idioma "para llegar al corazón". Y caminar "al ritmo de ellos, porque si no llegamos nosotras solas". Por ejemplo, enseñarles a cultivar una huerta, ver que con agua se puede dar fruto, es una novedad absoluta para ellos, pueblo ganadero nómada. Sandías, melones, pimientos, tomates, son una sorpresa.
Una misa con la tribu turkana
También tienen un programa para madres solteras y otro para niños malnutridos. Hay 27 sectores en la misión, y 9 guarderías en marcha. Cavar un pozo cuesta 20.000 dólares: el pozo permite las huertas, y las huertas permiten la guardería. Cada sector dice: "nosotros también queremos lo que han puesto en marcha en el sector vecino". Y tenemos que decir que no se puede hacer todo a la vez.
Hay un grupo de mujeres que aprendió a coser. Otro grupo de mujeres ahora ha aprendido a dedicarse a la agricultura. "Trabajando unidas las iglesias, la misión avanza mucho", dice, llamando a la participación de las iglesias occidentales.
Un problema grave en esta sociedad pagana es la cultura de violencia y venganza. Hay 5 tribus que rodean a Turkana: de Etiopía, de Uganda, de Sudán del Sur... Desde siempre, han estado combatiendo entre ellos y robándose ganado unos a otros. Ahora, al llegar la fe cristiana, se reúnen los obispos de un país y de otro, con laicos y sacerdotes, para lograr acercamientos. Se hacen escuelas y centros de salud y clínicas móviles a ambos lados de las fronteras, que atiendan a todas las tribus. Pero cuesta acabar con generaciones de enfrentamientos.
"Los turkana nos cuidan pero cuando hay conflictos no nos dejan terciar, nos dicen 'no se metan ustedes'", explica la hermana Matilde. "Pero tenemos que trabajar todos juntos, las distintas tribus, o nos hundiremos todos".
Todos tienen armas, dicen ellos que para defensa personal. "Vienen los cristianos a los encuentros con la cruz en el pecho y el arma al hombro. Dicen: tenemos que defender a nuestra familia. Para desarmarse, tendrían que desarmarse ambos lados", afirma la misionera ecuatoriana.
Habla después la hermana Consuelo y dice que "el desierto enamora" al misionero.
"Los niños, agradecidos por la visita, vienen a la iglesia. A todos les gusta ir a la iglesia. Allí no hay televisión, pero en la misa hay grupos de coros y de danzas, jóvenes y niños que cantan. Antes nos decían en Kenia que ir a Turkana era ir a una zona de castigo, donde envían castigados a profesores y policías, a lo peorcito del país. Pero nosotros invitamos a jóvenes de Kenia a venir a ayudar. Hubo ONGs que vinieron, entregaron comida y se fueron. No enseñaron a los turkana a organizarse. Pero los misioneros nos quedamos y nos reunimos todos regularmente en la capital de la diócesis, con presencia de todas las parroquias. Hay que trabajar allí con paciencia. Ves familias que llevan tres años caminando con nosotros... y luego hacen cosas que pensábamos que estaban superadas".
Un objetivo en fortalecer la idea cristiana de familia. "Pedimos a los hombres que escojan a una sola de sus esposas, que no la maltrate, que la cuide, y que proteja a todos sus hijos. Pedimos a los hombres que dejen de beber alcohol, que es muy barato y se hace con maíz. Creamos comunidades cooperativas de 5 familias, pero llevamos 3 años intentándolo, y no cuajan: si cae un solo miembro, se desmontan. Hay personas que quieren ese cambio, pero ha de ser en comunidad. Antes los niños no lloraban nunca, porque el padre les pegaba fuerte si lloraba. Ahora ya hay padres que cambian de actitud, que toman al niño si llora".
La hermana Consuelo comenta un ejemplo de la violencia que a veces se desata.
"Se organizó un festival de Niños Misioneros con familias de turkanas y con sus vecinos merilas. Se pidió que cada tribu dejara sus armas en un cuarto distinto, bajo llave. Fueron juntos a la misa con el obispo, se celebraban 10 años de presencia misionera. Al acabar la misa salían danzando juntos en paz. Pero un joven con un arma que no había entregado disparó a otro hombre, uno cualquiera. Los guardias del otro bando, los merilas, empezaron a disparar. El obispo pidió que todos dejasen de disparar y lo consiguió. Los turkanas llevaron el muerto a la familia merila a tratar de hacer las paces. Pero al cabo de un par de días, los merilas cruzaron la frontera y mataron a la primera señora turkana que encontraron: muerte por muerte. Así es la mentalidad tradicional".
En cierta ocasión llegó la hermana Consuelo a una comunidad cristiana, que estaban de fiesta. "¿Qué celebran?", preguntó. "¿Ve usted ese señor que se ha hecho tres cortes sangrando en un brazo? Es porque ha matado a tres enemigos, y lo estamos celebrando todos", le dijeron los cristianos. "El sentido cristiano de perdonar y respetar la vida de los otros está en pañales", explica.
Aún van mucho a brujos: no recogen los cadáveres de quienes creen que han sido tocados por brujos. Allí entierran a los niños pequeños dentro de las chozas, y a los viejos fuera de las cercas. Piensan que el niño que nace con problemas físicos es fruto de demonios y brujos y debe ser abandonado en el bosque para que lo coman las fieras. Normalmente quien salva a los bebés abandonados son las abuelas, que los llevan a las misioneras. "Hacemos una cirujía de labio leporino, sencilla, y las abuelas lo cuentan y pasan la voz y están atentas para salvar esos niños", explica Consuelo.
"Cuesta que tomen conciencia de que todos tenemos derecho a la vida, también los niños enfermos. Hay que darles conciencia del valor de la vida desde la concepción, porque nacemos por el amor de Dios, que estaba antes que nuestros padres. Es Dios quien cuida a cada niño incluso antes que la madre. Hay que insistir con formación, año tras año, para que pasen de las tinieblas a la luz y que valoren la vida", explica... quizá sin darse cuenta de que cuesta explicar eso mismo en nuestra sociedad rica que aborta bebés pese a que contamos con ecografías, sonogramas, sistemas de Seguridad Social y potente cirujía fetal y prenatal.
"Cuando alguien está enfermo, primero van al brujo; sólo después, cuando es más tarde, al centro de salud. Tenemos 3 enfermeras. Y el hospital está a 7 horas de viaje, si usas un land-cruiser por un lecho seco de río, que es lo mejor. A veces se nos mueren los enfermos en el camino. Y en la casa ya no quieren recibir al muerto. Nos dicen que lo echemos a la arena del río. Hay que convencerles de que enterrar a los muertos es una obra de caridad", añade.
La hermana Consuelo, misionera ecuatoriana en Kaikor, Turkana, cuenta su experiencia con una enferma que la emocionó y edificó
El último testimonio que cuenta la Hermana Consuelo es estremecedor. Acudió con una enfermera voluntaria inglesa, anglicana, a visitar a una señora que vivía lejos y se moría de cáncer. Cuando llegaron, vieron que bajo la ropa tenía medio cuerpo completamente infectado de gusanos, que salían despedidos al tocar las ropas. Pero la enfermera se paró y rezó: "Señor Jesús, te doy gracias por el privilegio de poder cuidarte en el cuerpo de esta hermana enferma". Y se puso a limpiarla con un poco de agua que llevaba. La misionera ecuatoriana estaba estremecida. La hija de la mujer, una niña, compartía con ella media fruta como única comida.
De vuelta a la misión, rezaron en la capilla por esa mujer. Volvieron los siguientes días. Cada día se reproducían los gusanos, larvas de las moscas, y cada día los limpiaban. Le llevaron sábanas limpias porque su estera estaba podrida. "Qué bonita tela, quiero ser enterrada en ella", dijo la enferma. Y sonreía y daba gracias a Dios. Murió al día siguiente y las misioneras le dedicaron un epitafio en su tumba: "Murió dando gracias a Dios". "Todo eso me edificó mucho", explica la hermana Consuelo. "Dicen que escribamos estas historias, pero la verdad es que no lo hemos hecho", admite. "Al menos ahora quedan grabadas", comenta el obispo Munilla.
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