Una “casa de la ternura” para los niños que son considerados los últimos. En Rajshahi (Bangladés) existe un hogar llevado por unas monjas y misioneros del Pime en Rajshahi, que acoge a pequeños con discapacidades mentales y físicas, sordomudos, ciegos, huérfanos, pobres y abandonados. Acaba de cumplir 25 años y en este tiempo miles de niños han podido tener una vida digna gracias a este lugar.

Es “Snehonir, el “Hogar de la Ternura” de Rajshahi, donde las monjas de la congregación local, Shanti Ran (Reina de la Paz) y los padres del Pime (Pontificio Instituto de Misiones en el extranjero) acogen a niños y jóvenes con discapacidades mentales y físicas pero no sólo a ellos: la casa también se ocupa de  niños que no tienen discapacidades, pero que han quedado huérfanos o provienen de familias muy pobres, que no tienen posibilidades de criarlos.

En una entrevista con AsiaNews, el padre Franco Cagnasso, misionero del PIME en Bangladés, que hace seis años se desempeña como codirector del hogar, cuenta que “el objetivo que tenemos en común es la ayuda recíproca, la convivencia alegre y sin complejos, el compromiso de dar lo mejor para construirse un futuro lo más independiente posible”.



El sacerdote cuenta que “la estructura nació por casualidad, hace 25 años, en la misión de Rohanpur. Los que dieron inicio a todo esto fueron Sor Gertrude, el padre  Gianantonio Baio y el padre Mariano Ponzinibbi, cuando un padre desesperado entregó a la parroquia a su hijo, Robi, de tan sólo cuatro meses y cuya mamá había muerto. En esa época no había ningún programa de asistencia para la niñez, pero ellos decidieron tenerlo y buscarle una madre adoptiva. A los nueve meses, Robi contrajo poliomielitis y quedó paralítico. Hoy, gracias a la fisioterapia de Sor Gertrude y a los cuidados amorosos de las monjas y de la señora que ha aceptado ser su madre, él se mueve de manera autónoma con la silla de ruedas, se ha graduado y juega al cricket”.  

Partiendo de aquella primera experiencia, cuenta el padre Cagnasso, “el centro aloja actualmente a 43 personas que suman niños y jóvenes. La más pequeña tiene cinco años, y el mayor, Robi, 26. En total, trabajan 10 personas”. “El principio que inspira la convivencia de este centro –prosigue- y que con el correr de los años se ha mantenido como un enfoque familiar, es la ayuda recíproca entre personas discapacitadas y aquellas que pueden valerse normalmente. No existe una división entre servidores y servidos, sino sólo entre niños con habilidades diversas que se ponen a disposición de los demás y ayudan en lo que pueden, por ejemplo, a hacer las tareas o a empujar la silla de ruedas. Los que son mayores ayudan a los pequeños”.



Sor Dipika Palma ha heredado la misión de sor Gertrude. El hogar “ofrece una educación elemental y básica sobre los principios del cristianismo. Acogemos a todos, católicos, hindúes y musulmanes”. Con el paso de los años, la estructura se ha equipado con docentes que enseñan el lenguaje braille y de señas, “para permitir que también los niños sordomudos y no videntes puedan aprender”. Además, “no hay un tiempo máximo de acogimiento para los enfermos y pobres. Se quedan con nosotros todo el tiempo que necesiten”.

De todos modos, “apenas resulta posible, se impulsa a los chicos para que asistan a las escuelas locales, porque no queremos que se cree una suerte de gueto. Toda nuestra obra tiene un objetivo muy preciso: tratamos de iniciarlos en la vida, -que quien salió, pueda realizarse en la vida. Integrarse a la sociedad, encontrar un trabajo”. “Nos agrada saber que quién ha salido, se ha realizado en la vida –concluye. Por ejemplo, Flora, la segunda niña que acogieron las hermanas, jamás fue aceptada por su padre, por estar ella enferma de poliomielitis. Pero hoy en día, ella trabaja con Caritas y es ella quien mantiene a su padre enfermo. Junto a otros chicos, está pensando en crear una asociación de ex alumnos, los “Amigos de Snehonir’”.