El 5 de agosto de 2014 el sonido de la población de Sinyar en su día a día fue sustituido por el de los disparos y la violencia. La llegada del Daesh a la ciudad obligó a huir hacia las montañas a toda una comunidad yazidí, mientras los terroristas les apuntaban con sus armas. Judea fue uno de esos yazidíes. En este momento desesperado por sobrevivir Judea fue alcanzado por la munición del Daesh. Aún tiene en su cuerpo 33 piezas de metralla de aquella fatídica huida.

Herido, consiguió recorrer a pie cinco kilómetros hasta llegar a las montañas. En aquel lugar se escondió durante tres semanas junto con algunos familiares. “Estaba preocupado por nuestras mujeres e hijas”, afirma Judea.


Alrededor de 30.000 familias yazidíes se ocultaron en este lugar sin comida ni agua y con temperaturas que superaban los 50 grados. “Comíamos frutas y semillas que encontrábamos. Murieron muchos de nuestros familiares y allí mismo los enterramos. Cada familia tiene un muerto al menos”.


Judea es uno de los muchos yazidíes que sobrevivió gracias a la Iglesia Católica

Era el martirio y la muerte: en la ciudad de Sinyar a causa del Daesh, y en las montañas por inanición. A pesar del sufrimiento y las malas condiciones, los yazidíes estaban aterrados ante la posibilidad de volver a sus hogares: “Me acerqué un poco y con unos prismáticos, vi la ciudad y observé que la mayoría de las casas estaban destrozadas”, confiesa Judea.

El yazidismo ha sido duramente perseguido a lo largo de su historia, desde la época del Imperio Otomano. Antes de la llegada del Daesh el ataque más cruel fue realizado por Al Qaeda en 2007. Este último ataque ha sido un auténtico intento de exterminio: un genocidio yazidí.


Finalmente, cuando lo vieron oportuno, los supervivientes bajaron de la montaña y suplicaron ayuda. Judea era uno de ellos. En ese momento la Iglesia salió a su encuentro. El Padre Samir Youssef, sacerdote caldeo en Irak, descubrió en la carretera de Amadiya, un pueblo del Kurdistán iraquí cerca de la frontera con Turquía, una fila interminable de personas caminando sin rumbo y sin ninguna pertenencia.



Ante esa escena, el sacerdote se dedicó a distribuir a todos los yazidíes en casas de familiares y amigos. Una misión agotadora e igualmente necesaria para la supervivencia de toda una comunidad.

“Créanme, sin la ayuda de la Iglesia, esta gente estaría muerta”, asegura el Padre Samir. Judea tuvo la suerte de encontrarse con este sacerdote caldeo. Desde entonces una gran amistad creció en medio de la desesperación y la violencia recibida. Se abrazan y ríen, ya que también han sufrido y han llorado mucho juntos: “En la historia siempre hemos tenido malas experiencias, pero esta ha sido la peor de todas. Es la primera vez en tantos siglos que se nos expulsa de nuestra ciudad y no tenemos otro territorio a donde ir”, admite Judea.


Pidieron ayuda y la Iglesia los acogió. Es por esto que Samir y Judea son ahora grandes amigos. Y es también por esto que, cuando necesitan ayuda, los yazidíes solo confían en la Iglesia: “Cuando tenemos un problema es a ellos a los que pedimos ayuda”.


El padre Samir se encontró una larga fila de personas que huía y decidió que debía socorrerlos

A pesar de sufrir el infierno en la tierra en su propio cuerpo, Judea nunca perdió la fe: “Gracias a Dios estamos aquí y gracias a la Iglesia estamos bien. Ha sido la peor experiencia de mi vida, he tenido mucho miedo pero no he perdido mi fe en Dios. Siempre confié en Dios incluso cuando me ametrallaron”.

El Daesh quiso exterminar a la comunidad yazidí de Irak, compuesta por aproximadamente 500.000 fieles. No ha trascendido mucho en Occidente el hecho de que esta minoría preislámica sobrevivió el verano de 2014 gracias a la Iglesia, la que acudió en su auxilio.

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