En Eritrea, el régimen ha comenzado a perseguir a las confesiones religiosas y, en particular, a la Iglesia Católica, minoritaria entre los católicos. "
"El objetivo es claro: intentar evitar su influencia en la sociedad: sin prohibir el culto, peor sí las actividades sociales”. Esta alarma la ha lanzado en una entrevista con la Agencia Fides abba Mussie Zerai, sacerdote de la eparquía de Asmara, desde hace años capellán de los eritreos en Europa y activo en el salvar a los inmigrantes en peligro en el Mediterráneo.
“Desde 1995 en el país está vigente una ley según la cual el Estado se adjudica a sí mismos todas las actividades sociales. Por lo tanto, estas no pueden ser llevadas a cabo por instituciones privadas o por instituciones religiosas. Hasta ahora, la ley se había aplicado de forma suave y no había afectado seriamente a la red de servicios ofrecidos tanto por los cristianos como por los musulmanes. Sin embargo, en los últimos meses, se ha recrudecido la situación”.
Los funcionarios públicos han decretado el cierre de cinco clínicas católicas en varias ciudades. En Asmara, el seminario menor (que servía tanto a la diócesis como a las congregaciones religiosas) ha sido cerrado. También varias escuelas de la Iglesia Ortodoxa y organizaciones musulmanas han tenido que cerrar sus puertas. Precisamente el cierre de un instituto islámico, a finales del pasado mes de octubre ha desencadenado las duras protestas de los estudiantes, que han sido reprimidas con sangre.
“Al margen del daño económico a las confesiones religiosas individuales - continúa abba Mussie -, quién más pierde es la población que ya no tiene estructuras serias y eficientes a las que recurrir. En Xorona, por ejemplo, cerraron el único dispensario en funcionamiento administrado por católicos. En Dekemhare y Mendefera, las autoridades prohibieron la actividad de los presidios médicos católicos afirmando que eran una duplicación de los estatales. En realidad, las instalaciones públicas no funcionan: no tienen medicamentos, no pueden funcionar porque no tienen equipos adecuados y, a menudo ni siquiera electricidad”.
Pero, ¿cuál es la reacción de la población? “Rebelarse no es fácil”, explica el sacerdote. “El levantamiento musulmán fue detenido con las armas. Y hubo muchos muertos y heridos. El mes pasado, siete mil reclutas jóvenes se unieron y, juntos, convocaron una reunión con el presidente Isayas Afeworki para denunciar el hostigamiento de sus oficiales. El presidente los recibió y los escuchó. Al final de las conversaciones, los chicos fueron llevados a un campo de concentración cerca de Nakfa y, como castigo, fueron dejados a la intemperie, bajo el sol abrasador, con muy poca comida y agua. Muchos se han sentido mal y han enfermado. Después de las protestas de los padres, el régimen ha declarado que los enviaría al cuartel para terminar el servicio militar obligatorio. Pero, ¿bajo qué condiciones?”.