Se trata de una religión monoteísta que adora a Malak Tau, representado como un pavo real. Los musulmanes los califican como adoradores del demonio. Tras la llegada del Daesh a la ciudad de Sinyar, el 5 de agosto de 2014, los yazidíes huyeron asustados hacia las montañas. El Daesh quiso exterminar a la comunidad yazidí de Irak, la cual estaba compuesta por aproximadamente 500.000 fieles. Como con los cristianos, el terrorismo estuvo determinado a cometer un nuevo genocidio contra la religión en la llanura de Nínive.
El mensaje, una vez más, fue el siguiente: “convertíos o morir”. La violencia del Daesh cayó con toda su furia sobre los yazidíes: decapitaciones, secuestros, ejecuciones masivas… el infierno en la tierra.
La huída hacia las montañas de Sinyar fue la opción a una muerte segura. A pesar de eso, las condiciones en la montaña no fueron propicias para la supervivencia. Muchos de los yazidíes murieron por inanición y las altas temperaturas. Se estimó que un total de 7.000 fallecieron solo la primera semana, de los cuales 70 eran bebés.
“Comíamos frutas y semillas que encontrábamos. Murieron muchos de nuestros familiares y allí mismo los enterramos. Cada familia tiene un muerto al menos”, explica Judea, un hombre yazidí que vivió la huída a las montañas. Este hombre tenía en su cuerpo 33 piezas de metralla, de su intento por protegerse del Daesh.
A pesar del sufrimiento, Judea no perdió nunca la fe en Dios: “Gracias a dios estamos aquí y gracias a la Iglesia estamos bien. Ha sido la peor experiencia de mi vida, he tenido mucho miedo pero no he perdido mi fe en Dios. Siempre confié en Dios incluso cuando me ametrallaron”.
Tras buscar refugio en la montaña, los yazidíes bajaron y mendigaron ayuda. Fue en ese momento cuando la Iglesia salió a su encuentro: el sacerdote caldeo Samir se vio avasallado ante tantos hombres y mujeres suplicando ayuda. Desde ese momento, el padre Samir se dedicó a la protección y distribución de los yazidíes en casas de familiares y amigos.
“Créanme, sin la ayuda de la Iglesia, esta gente estaría muerta”, afirma el sacerdote caldeo. Desde ese momento surgió una bonita amistad entre Judea y el padre Samir, quienes han llorado mucho juntos: “En mi pueblo tenía muy buena relación con los cristianos, y ahora aquí ellos son como nuestros hermanos y nuestras hermanas”, admite Judea.
La ayuda recibida ha sido siempre muy agradecida por esta minoría religiosa. La mujer de Judea aún recordaba el invierno en que recibió abrigos y chaquetas para su familia: “cuando me las entregó el padre Samir recé por todos aquellos cristianos que nos las dieron”.
Vian Dkhik, la única parlamentaria yazidí de Irak, intervino para dar a conocer la terrible situación de su pueblo en la montaña. En plena sede en el Parlamento, imploró a los diputados que los yazidíes del norte de Irak fueran socorridos. Con esto, su situación dejó de ser un asunto desconocido por la comunidad internacional.
De igual manera, el pasado marzo intervino en el Parlamento de Londres Ejlas, una joven yazidí víctima de violaciones por el Daesh, que también hizo tomar conciencia de la precaria situación y la necesidad urgente de respaldo: “Escúchenme, ayuden a las niñas, ayuden a las que siguen cautivas. […] Se trata de la dignidad humana. Ustedes tienen una responsabilidad”.
La situación de las mujeres y niñas yazidíes tras la llegada del Daesh se convirtió en un auténtico horror: encarcelamiento, agresiones, vejaciones, violaciones múltiples… La joven Ejlas llegó a presenciar como una niña de 9 años murió a causa de múltiples violaciones. Uno de los muchos ejemplos crueles del martirio femenino en Irak.
2014 se convirtió en el año del terror para los yazidíes de la llanura de Nínive. Al igual que los cristianos, se han visto obligados a huir de sus hogares, forzados a la conversión, amenazados o asesinados por su fe.
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