Ronaldo Osmar, que era el delegado de la Policía Civil de Juína (Brasil) en 1987, ordenó matar al misionero español Vicente Cañas en abril de ese mes. Pasados 30 años desde el asesinato, ahora ha sido juzgado y condenado a 14 años y 3 meses de cárcel. Al parecer, actuó a instancias de un rico hacendado de la zona.
Vicente Cañas era un jesuita que vivía como un tribal más entre tribus de la selva amazónica. Como ellos, iba desnudo, y estaba desnudo cuando lo mataron.
Nacido en Alborea (Albacete) en 1939, con 22 años ingresó en el noviciado jesuita de San Pedro Claver, en Lérida, de donde salió convertido en misionero. En 1966 llegó a Brasil y dos años después al estado de Mato Grosso, la misma tierra que lo vio morir.
Desde 1975, Cañas dedicó toda su vida a los Enawenê Nawê: acabó convirtiéndose en uno de ellos. Participaba en sus rituales, iba con ellos a pescar, trabajaba con ellos en las plantaciones de yuca, en la recolecta de miel... Aprendió su lengua.
Construyó una cabaña junto al río Juruena, a unos 60 kilómetros de la aldea comunitaria, para sus retiros espirituales y las cuarentenas que llevaba a cabo para evitar enfermedades a su pueblo. Desde allí llegaba al pueblo Enawenê Nawê subiendo río arriba durante seis horas con su embarcación.
Junto a su barraca fue donde encontraron su cuerpo, momificado, días después de ser asesinado. Y su cabaña, completamente revuelta. El cráneo, que luego desapareció temporalmente, estaba roto por un duro golpe, y en el abdomen tenía una herida de arma blanca. Además, le habían extraído sus genitales, arrancados o cortados, probablemente para que muriera desangrado. Es asombroso que los animales silvestres no devoraran su cuerpo: las personas de fe lo consideran un milagro. Cañas fue asesinado un día indeterminado, probablemente un 6 o un 7 de abril, en 1987. Su cuerpo apareció casi 40 días después.
“No es una coincidencia que un hombre flaco, barbudo, haya sido martirizado por la demarcación de las tierras indígenas. La historia se repite desde hace más de dos mil años”, explican desde el CIMI, el Consejo Indigenista Misionero de Brasil.
Vicente Cañas, el misionero español que se convirtió en Enawene Nawe – la tribu que lo acogió – fue víctima de la codicia de sus asesinos: se interponía en el camino de los interesados en explotar ciertos recursos.
El procurador del Ministerio Público Federal de Brasil, Ricardo Pael, señalaba que la causa era de la sociedad, de la justicia y de la memoria. “La importancia de este juicio va más allá de Brasil y del Mato Grosso. Este juicio trae a la memoria la historia de colonización del Brasil, que fue violenta. La policía del lugar del asesinato, responsable de la investigación, eludió su función. Dejando de lado el relato de violencia y la realidad. Ningún ‘fazendeiro’ fue investigado en aquella época”.
Han pasado 30 años del asesinato. El jesuita Vicente Cañas, cuyo nombre indio era Kiwxí, convivió durante décadas con varias poblaciones indígenas – indios Tapayuna, Paresi, Mÿky y Enawene Nawe –. Defendió las tierras indígenas frente a los hacendados que querían apropiarse de ellas luchando porque el gobierno brasileño fijara una demarcación oficial de las mismas, algo que se consiguió después de su muerte.
En abril de 1987 fue asesinado, pero el primer juicio sobre su causa no se celebró hasta 2006, 19 años después del crimen y los acusados fueron absueltos por falta de pruebas.
La primera condena por su asesinato ha sido un consuelo para los indígenas que le quisieron, para el mundo misionero y, sobre todo, para sus familiares: “Esto abre un precedente impresionante en el país para los juicios de impunidad contra los pueblos indígenas”, decía la sobrina del misionero, Rosa Cañas.
Parientes y compañeros del misionero asesinado acuden al juicio y celebran el final de la impunidad
“Después de tantos años de espera, es una gran alegría saber que Vicente, mi tío, seguirá con su camino de protección de los pueblos gracias a su juicio”.
Un documental de 25 minutos explica la historia de Vicente Cañas y su vida entre los indios del Mato Grosso