En todo el territorio venezolano prestan asistencia. Con las uñas, por los momentos, pues el gobierno de Maduro ha dedicado no pocos esfuerzos a entorpecer su labor. Sufren constantes y sospechosos asaltos a sus oficinas dejándolos sin computadoras y otros implementos de trabajo. Confiscan lo que intentan ingresar al país para socorrer a la población necesitada. Han llegado al extremo de bloquear sus conexiones, tanto telefónicas como vía internet. Dificultan cualquier intento de labor humanitaria que pretendan llevar adelante. No obstante, Cáritas es la institución que logra ofrecer cifras a un país sin estadísticas.
No publicar estadísticas es una estrategia que el gobierno viene aplicando desde hace años. Mantener la ignorancia o la duda acerca del desastre social que vive la nación es el medio que han encontrado para intentar silenciar a cualquier medio, organización o vocero responsable que quiera apoyar sus denuncias en las evidencias arrojadas por las mediciones de los indicadores sociales. Sin embargo, Cáritas se las ha arreglado para contar con los más reconocidos expertos en los temas sociales y económicos que impactan la vida de las familias, a fin de mantener el flujo de información. Producen los informes mejor sustentados. Eso irrita al régimen.
No es extraño, entonces, que Maduro arremetiera contra Cáritas Venezuela en la entrevista que hace pocos días aceptara conceder –ningún periodista independiente, ni venezolano ni extranjero lo consigue- al programa Salvados que transmite la cadena de televión española La Sexta.
Cuando al periodista Jordi Evole se le ocurrió preguntar sobre el hambre que pasan los venezolanos y citó a Cáritas, el mandatario reaccionó acusando a la organización de “conspiración”.
Para cualquier mortal en el exterior estas expresiones del presidente venezolano pueden sorprender. Para nosotros, los venezolanos, son el pan nuestro de cada día, a falta de otro tipo de pan. Y no es precisamente el que alimenta el espíritu sino el que lo envenena, muy a pesar de lo que el jefe del Estado disparó en esa entrevista: “Puede que Cáritas sea una organización confiable en España… En Venezuela todo lo vinculado a la Iglesia católica está contaminado, envenenado por una visión contrarrevolucionaria y de conspiración permanente”.
El asunto dejó al propio Evole, de reputación irreverente y nada conservadora, estupefacto e incrédulo, ripostando al entrevistado: “Oiga, pero se trata de Cáritas, estamos hablando de un organismo bastante confiable”. Y es que hay atrevimientos que desconciertan, no por lo contundentes sino precisamente por lo imprudentes e irreflexivos.
La extrañeza de Evole se justifica: Cáritas-España no solo recibe el respaldo de millones de españoles –sin importar si son ateos o creyentes- y la marcan para el beneficio derivado del impuesto sobre la renta, sino que de allí parte ayuda hacia medio mundo.
Maduro igualmente desacreditó a Transparencia Internacional –que mide los índices de corrupción- y al Foro Penal Venezolano, un grupo de competentes jóvenes penalistas dedicados, de manera voluntaria, animados por una auténtica solidaridad y compromiso cristianos, a defender ante tribunales imposibles a los presos políticos venezolanos que aún no bajan de la centena.
Lo que sucede a Cáritas en Venezuela, no tiene precedentes. Hasta los países en guerra agradecen su gestión y no se conoce de gobernante alguno que la emprenda de esa manera tan desconsiderada contra sus representantes o se atreva a poner en duda su reputación y credibilidad. Sólo Maduro.