Todo el que admire a esos curas rurales que atienden 7, 12 o 20 pueblos en España, yendo de uno a otro en su automóvil, tendrá que quitarse el sombrero ante la Hermana Sebastina Tigga, que en la India visita en bicicleta por caminos de selva y montaña nada más y nada menos que 111 aldeas en los bosques de Jhabua, en el estado de Madhya Pradesh.
La llaman "la hermana de la bicicleta", porque cuando empezó a hacerlo, hace 25 años, no era nada normal que una mujer, y menos una monja, utilizase este vehículo en la región.
Una familia católica... y muchos pretendientes
La hermana Sebastina tiene hoy 56 años y se crió en una familia católica de la etnia oraon en un estado vecino, Chhattisgarh. "Éramos siete hermanos, 4 chicos y tres chicas. Uno de mis hermanos es sacerdote jesuita. Yo tenía el deseo de ser monja desde niña".
Se las arregló para evitar que la casaran en su juventud. "Mientras me preparaba para mi graduación recibí 12 propuestas de matrimonio, todas de empleados del gobierno. Las rechacé todas, pese a la insistencia de mis padres y parientes. Mi vida iba a dedicarse a Dios", explica. Así, a los 26 años, en 1987, entró en las Hermanas del Instituto Secular Don Bosco.
Niños desnutridos en pueblos sin carretera
Pronto descubrió que su misión en los bosques de Jhabua se centraría en asistir a los niños desnutridos, cumpliendo aquello de "dad de comer al hambriento" y lo de "lo que hiciéreis por uno de estos pequeños, a mí me lo hacéis".
"Cuando llegué aquí hace 25 años, la región no tenía buenas carreteras. Tenía que caminar unos 15 kilómetros cada día visitando a la gente por senderos. Pronto me di cuenta que la bicicleta reduciría mis paseos. Conseguí una bicicleta y la monté en una época en que las mujeres en bicicleta se consideraban un tabú socialmente. Y así me llamaron 'la hermana de la bicileta'. Aún hoy la gente no sabe mi nombre real".
Sebastina empezó a llegar a pueblos donde no llegaba ninguna ayuda exterior, nadie del gobierno. La gente la miraba con curiosidad y extrañeza, el espectáculo más peculiar en mucho tiempo. Ahora ella podía recorrer hasta 30 kilómetros diarios y contactar con más aldeas.
"Era gente pobre, iletrada, en bosques casi sin lazos con el mundo exterior. Sufrían de malnutrición, cataratas, tuberculosis y otras enfermedades". Sin verdadera medicina, dependían de chamanes y medicinas tradicionales. "Era una vida muy primitiva sin verdaderas casas ni ropa adecuada".
Lo más triste era la desnutrición de los niños. No es sólo que comieran poco, es que lo que comían no alimentaba: malnutridos, letárgicos, raquíticos... sus padres no entendían la gravedad real de su estado. Las familias no solo eran pobres: desconocían que lo que daban a sus hijos no les alimentaba.
Llevarse al niño y a la madre al hospital
Sebastina decidió centrarse en esa tarea. Con la ayuda de otras hermanas, visitaron las aldeas del bosque y empezaron a llevar a su clínica a los niños en peor estado y a sus madres. Usaba una bicicleta con carrito.
Establecieron una rutina que ha demostrado su eficacia: tienen que pasar allí 14 días, la madre y el hijo. A la madre la educan para que tenga técnicas y habilidades para alimentar al niño. Aprende técnicas nutricionales y de cuidados infantiles, que suelen desconocer. Al pequeño le dan medicinas y una nutrición intensiva eficaz. En 14 días se recuperan.
"Antes atendíamos más de mil niños malnutridos cada año; la cifra ha bajado y ahora son unos pocos cientos al año", explica satisfecha.
En total, cree que puede haber atendido más de 25.000 niños. Y probablemente ha salvado la vida de la mayor parte de ellos.
Pernoctar cuando hay fieras o inundaciones
En sus rutas, que a menudo siguen siendo complicadas, se queda con frecuencia a pernoctar en las aldeas, en casas de los lugareños, porque cae la noche, hay inundaciones o hay animales peligrosos en el camino. Pone vacunas, distribuye algunas medicinas, habla con las familias...
Ahora Sebastina enseña a las madres a organizarse en grupos de apoyo mutuo y a generar algunos pequeños ingresos. "Las mujeres responden bien a esto, pero por su analfabetismo se retrasan mucho los resultados", lamenta.
Una espiritualidad enraizada en Cristo
Cuando algún hindú la ha acusado de engañar a los lugareños para conseguir conversiones, ella suele invitarle a acompañarla y a ver en qué consiste su tarea. "Cuando ven que mi trabajo beneficia a los pobres ya no me molestan", afirma.
Después de estos años de servicio está contenta. "Tengo que sentirme muy contenta por el trabajo que hago. Se requiere una espiritualidad fuerte enraizada en la enseñanza de Cristo. Solo eso puede sostener una vida religiosa feliz", declara al corresponsal de Global Catholic Sisters en la India.