En Nigeria, los cristianos y muchos musulmanes, han sido víctimas de los terroristas yihadistas de Boko Haram. Muchos han muerto, otros han tenido que abandonar sus casas y son numerosos los testimonios de católicos que han sufrido pero que han perseverado en su fe.
Ayuda a la Iglesia Necesitada recoge el del padre Joseph –nombre ficticio- que era párroco en un pueblo cercano a Maiduguri, al noreste de Nigeria, antes de que llegara Boko Haram. “Un día acudí a un proyecto pastoral y cuando regresé a mi parroquia toda la localidad estaba bajo el ataque de Boko Haram”, narra el sacerdote.
“El calor era insoportable y todo el mundo gritaba, corriendo de aquí para allá”, En ese momento el padre Joseph estaba muy preocupado por un seminarista que estaba viviendo en su casa: “Qué le diría a sus padres si le ocurría algo malo. Intenté comunicarme con la parroquia, pero fue imposible. Al final contacté con un amigo y le pedí que le protegiese como pudiera, que si había posibilidad huyesen hacia las montañas”.
A pesar de la difícil situación, el padre Joseph consiguió hacerse con una moto y rescatar al seminarista. Pocos días después llegaron noticias de que la oficina parroquial había sido bombardeada, quedando destruida. Las autoridades avisaron de que nadie regresase porque la zona era muy peligrosa. Pese a ello, este sacerdote trató de volver hasta en cuatro ocasiones, finalmente lo consiguió y recuperó varios objetos de valor de la parroquia.
El obispo de Maiduguri, Monseñor Oliver Dashe, le pidió entonces que se fuese a Kaduna, una diócesis vecina, hasta que las cosas se tranquilizasen. “La gente de Kaduna me ayudó mucho y colaboró para mi vuelta -reconoce el padre Joseph-. Prometí volver a mi pueblo. Cuando lo hice, me encontré la iglesia destruida. Lo había perdido todo, pero doy gracias a Dios por estar vivo”.
Este pastor de la Iglesia sufriente de Nigeria ha sido uno de los objetivos de los terroristas. Hace apenas un año de su vuelta y afirma con alegría “querían que dejase mi parroquia, pero no lo han conseguido. Vuelvo para consolar y ayudar a mis feligreses”.
Como el padre Joseph, hay otros muchos sacerdotes que han sufrido en primera persona la persecución y el sinsentido de la violencia. John Kitaumbi recuerda bien el día en que su vida estuvo en peligro, “era el 7 de septiembre de 2014, acababa de volver de unos días de vacaciones. Me pidieron celebrar la Eucaristía de ese domingo en Mishka, un pueblo de la diócesis. Cuando llegué, todo estaba lleno de militares. Cuando terminé de celebrar la Misa me llamaron desde Maiduguri avisándome de que me fuese rápido porque Boko Haram había llegado hasta donde nosotros”.
Los combates empezaron de inmediato. El padre John no tuvo tiempo de reaccionar al oír los disparos y se encerró en la parroquia junto con el guarda de seguridad. El ruido de las metralletas era cada vez más intenso, así que decidieron escapar saltando el muro de la parroquia. “Es ese momento fui herido, aún así corrimos sin parar casi nueve horas, perseguidos por los terroristas”. Los terroristas llegaron a estar a apenas 50 metros de ellos, “podía hasta verles el rostro”.
Finalmente el padre John Kitaumbi logró ponerse a salvo entre unos matorrales, que gracias a la temporada de lluvias estaban frondosos y fueron un buen escondite. Recuerda que algunos compañeros sacerdotes le llamaron para interesarse por él, “el padre Bakhini me llamó unas 100 veces. Fui muy afortunado y doy gracias a Dios por estar vivo. Otros no tuvieron la misma suerte y han muerto asesinados por los yihadistas”.