El sacerdote misionero francés Matthieu Dauchez trabaja en primera línea de lucha contra el horror: con niños violados, abandonados, traicionados, vendidos o esclavizados, en los barrios pobres de Manila, Filipinas. Admite que llegó a misiones casi por despecho, porque compañeros sacerdotes lo señalaban como un cura burgués, para ricos. Cuenta sus experiencias en un libro muy emocionante: El prodigioso misterio de la alegría. En la escuela de los niños de Manila (Encuentro).

Matthieu Dauchez quedó enganchado al trabajo con niños en la Fundación Tulay ng Kabataan (www.anak-tnk.org, "Puente para los Niños"). Allí ha descubierto el poder sobrenatural y sanador del perdón en niños que han vivido lo más oscuro y ha comprobado que hay una alegría que viene de Dios y puede florecer incluso donde parece triunfar el mal.




- Mi familia era católica practicante, una familia bienestante, de Versalles. Yo de muchacho creía en Dios y rezaba pero no tenía una fe realmente viva. Cuando tenía 19 años, quedé con un amigo para ir de excursión, y antes fuimos a misa. Era pronto por la mañana, casi no había nadie en esa iglesia. Pero ahí fue mi conversión interior. Vi a Cristo como una presencia real en el altar y quise ponerme a su servicio. Un cura amigo me recomendó ir al seminario interdiocesano de Ars. 


- Sí, de él aprendí que lo esencial en la vida del sacerdote es la oración, los sacramentos y el servicio. Aprendí de él que el sacerdocio santo puede darse en una vida corriente, sin esperar grandes circunstancias. Allí estuve algunos años extra en discernimiento, estudiando filosofía, profundizando en mi vida de oración. Mi padres estaban contentos de que quisiera ser sacerdote. Pero se asustaron luego, cuando me fui a misiones a Manila. 


- Los de Versalles tenemos fama de ser gente fina, señoritos, y tenía dos amigos en el seminario que querían ser misioneros en Filipinas y me comentaban, desafiantes: “serás un cura señorito y no saldrás de Versalles”. Me sentí picado y, casi con orgullo, decidí probar en Manila durante dos años. Pero una vez allí entendí que tenía que quedarme, que Manila era para toda la vida. 


 

- Yo llegué ya a la Fundación Tulay ng Kabataan, que trabajaba con esos niños pobres de la calle. Yo pensé: "estos niños son tan pobres que con que ofrezcamos comida, techo y algo de bienestar vendrán encantados y podremos ayudarles, sacarles de las calles". Pero comprobé que no, que esas cosas materiales no bastaban para lograr que abandonaran la calle. A los niños lo que les cambiaba de verdad era ver que yo los escuchaba, que los quería. Yo insisto en enseñar a los niños en que ellos, que han sido maltratados y abusados, son dignos de ser amados, y que son dignos de amar, que el amor es también para ellos. Y eso lo cambia todo para ellos. 


- Lo más terrible ha sido siempre vivir la muerte de un niño acogido a mi cuidado, en la fundación, a veces en mis brazos. Aunque seas una persona de fe y creas en la Resurrección y en el Cielo, cuando un niño muere en tus brazos te deja una herida que no se cierra. 


- Una vez viví algo espectacular. Me llamaron del hospital por una chica que estaba muriéndose, deshauciada, envenenada. Los médicos había probado de todo y la chica se moría. Yo le administré la Unción de los Enfermos... y en ese mismo momento ella expulsó el veneno y al día siguiente estaba curada, sana.

»Pero, en realidad, cuando más advierto la mano de Dios, con fuerza y claridad, es cuando veo que los niños perdonan de corazón a sus maltratadores, y también a la sociedad que los ha abandonado y dañado. 


- El perdón es la cumbre del amor. Su corazón, el de los niños, les exige perdonar. A estos niños les dijeron que no podrían amar ni ser amados. Pero en la fundación aprenden que amar sí es posible. De ese amor que viven, grande, sale su necesidad de perdonar. Creo que es un perdón no solo auténtico sino heroico.
 

- Me gusta más San Pablo que Platón. Los niños son maestros, nuestros maestros, porque es Dios quien a través de ellos nos transmite su sabiduría. Pablo dice que los pobres nos enseñan, y estos niños son esos maestros pobres. 
 

- La alegría que pide Jesús no es una mera jovialidad. Es la alegría que nace de la unión con Cristo. Él es la fuente de esa alegría. Estos niños, al estar muy unidos a Cristo transmiten esta alegría. Y es muy contagiosa.
 

- Atendemos a cada niños, que es único, pasando tiempo con él, atendiendo su herida personal. El ambiente de la Fundación ya disminuye las heridas y el dolor. Pero, al final, curar, curar, solo Dios puede curar, en la oración.


- Tenemos asistentes sociales, psicólogos, ayudan mucho, sí. Pero en 20 años que llevo allí veo que estos profesionales solo preparan el terreno al cambio profundo, real, que solo Dios lo da. Valoro mucho su trabajo, pero constato que sin el componente divino no habría esos resultados.
 

- Cristo dijo que para entrar al Reino de los Cielos hay que ser como niños, así que Él ya hablaba de esa santidad de los niños. Los niños santos serían aquellos que viven la fe en exigencias heroicas y condiciones heroicas, como los niños de Manila. Su perdón es un ejemplo de virtudes heoicas. La gracia de Dios les llega con facilidad a los niños por la autenticidad de sus sentimientos de amor y perdón.
 



- No, en el día a día estoy absorbido por las tareas con los chicos. Sólo a veces puedo hablar con misoneros en situaciones similares, en encuentros en santuarios, como Paray-le-Monial, en Francia. 
 

-  Nunca he encontrado un caso irrecuperable. Sí, muchos casos pueden ser fracasos, hay niños que vuelven a la calle… Pero siempre pienso que nuestro esfuerzo y la oración dará frutos tarde o tempranos. Respecto a los adultos, he visto algunos que, humanamente, me han parecido irrecuperables. Pero Dios podría tocar su corazón, y hacerlos cambiar. San Agustín dice que hay al menos un 5% de bondad en cada hombre. 

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En 2015, Ediciones Encuentro publicó Mendigos de amor, el primero de sus libros acercándonos a estos niños. Ahora, con El Prodigioso Misterio de la Alegríael lector se convierte en discípulo de esos niños que son maestros de humanidad y fortaleza.
 

El prodigioso misterio de la alegría. En la escuela de los niños de Manila. (Encuentro)
Autor: Matthieu Dauchez
13,00 euros. 132 páginas.