"La ONU me pidió que recuperara los cadáveres de sus soldados porque quienes tenían que hacerlo tenían miedo de acercarse a la zona": es la frase que mejor describe lo que está pasando en Bangassou, al sureste de la República Centroafricana, y quien lo afirma es el obispo Juan José Aguirre, comboniano cordobés de 63 años que lleva trece años al frente de la diócesis, más siete como coadjutor. Enfrentado a sus responsabilidades (si callara "sería cómplice", dice), se ha convertido en el protector de dos mil musulmanes cercados por la milicia anti-balaka que, milagrosamente, respetan su sotana.

Son jóvenes de 17 años, sin estudios, perdidos, indisciplinados y que creen que las balas van a detenerse antes de penetrarles el cuerpo. Cuando tiene la sotana puesta, las armas dejan de humear. "Estuve días con ellos en la mezquita, actuaba como un escudo humano porque si me veían delante del templo no disparaban", explica el misionero a J.G. Stegmann en ABC: "Apuntaron el fusil contra mi vientre pero como tenía la sotana no dispararon... Paso delante de ellos y les digo que bajen el arma con la certeza de que el Señor me va a proteger".
Las llevó a su seminario y él es ya la última barrera entre sus protegidos y la muerte. La fuerza enviada por la ONU decidió no avanzar: "Nos ayudaron a sacar los muertos de la mezquita para que no estuvieran con los vivos, pero a los tres días se marcharon y, por eso, me llevé a la gente. Llegaron al seminario como un tsunami, invadieron las salas, los dormitorios, la capilla. Desde entonces, están allí". Están cercados por los anti-balaka y desnutridos porrque la comida no llega: las ONG que los ayudaban también se fueron, afirma Stegmann.


Gaetán Kabasha, sacerdote en la diócesis de Bangassou, explica muy bien cuál es la situación ahora mismo en el país.

Se trata, asegura el obispo, de una guerra de baja intensidad promovida por el gobierno del Chad con un objetivo muy claro: "Quieren crear un país independiente musulmán que mire a La Meca con miles de kilómetros de frontera con el Congo, el país con los mejores minerales del mundo y al que el mundo musulmán radical quiere hincarle el diente".
 
Monseñor Aguirre ha sufrido tres infartos y le han implantado nueve stent en el corazón, pero no va abandonar su misión, toda su confianza está en Dios: "No me quitará la tribulación, pero sí que estará allí cuando llegue". Si le preguntan cómo consigue resistir, la respuesta es clara: "Es la vocación la que explica todo".

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